Fe y Oracion – Parte 10 – Conforme a Su voluntad

Por A.I. Saulo Murguia A.

Transcripción

La semana pasada en la parte 9 de esta serie, terminamos con estas preguntas:
¿Puede nuestra oración cambiar los planes de Dios? ¿Puede nuestra oracion, limitar la soberanía de Dios?

Y dijimos que Dios nunca cambiará. Nuestra gran esperanza en la oración, entonces, no es cambiar lo que Dios ha planeado, sino llevarlo a cabo.
No nos esforzamos por cambiar el corazón de Dios, sino por reflejar el corazón de Dios en nuestras circunstancias.

Primero hablemos de la soberanía de Dios

Para algunos la soberanía de Dios, automáticamente quita responsabilidad al hombre.
Los que piensan eso dicen, por ejemplo, que los hermanos de José no fueron responsables por vender a José, ya que cumplieron el propósito de Dios.
Y con respecto al evento central de la historia de la salvación, dicen que ni judíos ni romanos eran culpables por la muerte de Cristo en la cruz y ya que ese era el propósito de Dios: que Cristo muriera en la cruz.
Según esto ellos eran sencillamente instrumentos en las manos de Dios y por tanto no son culpables.

Pero la Biblia no enseña eso, veamos:

El Dios soberano que según Efesios 1:11 «hace todas las cosas según el designio de su voluntad» obra a través de las acciones libres de los hombres y juzga a los hombres que hacen maldad, aun cuando esa maldad sirva para el propósito soberano de Dios.

En Génesis 50:20 José dice a sus hermanos, respecto a la maldad que le hicieron:

«Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.»

José consideró a sus hermanos responsables por su acción y al mismo tiempo reconoce que Dios, a través de esa acción (libre y responsable – mala por cierto) de ellos, cumple su propósito.

En hechos 2, Pedro en su discurso, dice de Cristo:

«a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole;»
Y no deja duda en cuanto a la responsabilidad de los que crucificaron a Jesús.
En todas estas cosas Dios fue honrado.
La oración es un mandamiento para que Dios sea honrado.

Cuando pedimos la salvación del pecador reconocemos que la salvación le pertenece a él darla. Dios exige que le adoremos y
la oración, la verdadera oración es un acto de adoración, puesto que es un postrarnos ante él, invocar
su nombre santo y grande, confesar su bondad, su poder, su inmutabilidad, su gracia; y al reconocer su soberanía manifestamos que nos sometemos a su voluntad.

Asimismo, la oración redunda en la gloria de Dios, pues en ella reconocemos que dependemos de él.
Cuando suplicamos humildemente, nos ponemos en sus manos.
De ahí que cuando acudimos a la reunión de oración, la primera intención no debe ser en busca de beneficios, sino que vamos al encuentro de Dios juntamente con nuestros hermanos para honrarle, adorarle y darle gloria.
Más que una reunión para pedir cosas, es un grupo de hijos que quieren tener comunión con su Padre.
Dios ha designado la oración como un instrumento para crecer en la gracia (2 P.3:18).
Cuando tratamos de aprender cuál es el propósito de la oración, deberíamos reparar siempre en este aspecto antes de pasar a considerarla como medio de obtener la satisfacción de nuestras necesidades.

En primer lugar, Dios nos ha dado la oración para nuestra bendición espiritual;

En segundo lugar, para nuestra humillación al venir ante su presencia y la experiencia que su majestad produce en nosotros, el reconocimiento de nuestra nulidad e indignidad;

En tercer lugar nos ha dado la oración para ejercer nuestra fe, una fe engendrada por la Palabra de Dios, pero ejercitada por la oración;

En cuarto lugar la oración lleva al amor a obrar y por las respuestas otorgadas a nuestras oraciones, nuestro amor a Dios aumenta (Sal. 116:1) «Amo a Jehová, pues ha oído mi voz y mis súplicas;»

Veamos a Moisés:

cada vez que ocurría una desgracia al pueblo de Israel, oraba y sus oraciones eran contestadas incluso de manera sobrenatural.
Cuando Dios decretó que Moisés no entraría a la tierra prometida, oró también pero esa vez fue diferente, veamos:

Deuteronomio 3:23-26
«23 Y oré a Jehová en aquel tiempo, diciendo:
24 Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga obras y proezas como las tuyas?
25 Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano.
26 Pero Jehová se había enojado contra mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo Jehová: Basta, no me hables más de este asunto.»
Dios no le dejó orar más por ese asunto.

Dios ha mandado la oración para que busquemos de él las cosas que necesitamos (Mt. 6:8).
La oración no tiene por objeto informar a Dios como si él no supiese las cosas, sino para reconocer que ya sabe de qué cosas tenemos necesidad. Por tanto, oramos porque nos manda orar (1 Ts. 5:17, Lc. 18:1).
También declara la Biblia que la oración de fe salvará al enfermo y la oración del justo, obrando eficazmente, puede
mucho (Stg. 5:15-16).

¿Cómo se relaciona la soberanía de Dios y la oración?

Ante todo debe quedar claro que la oración no tiene por objeto alterar el propósito de Dios. Él ha establecido que ciertos acontecimientos tengan lugar, pero también ha querido que sucedan a través de los medios que ha designado para su cumplimiento. Por ejemplo, ha elegido a ciertas personas para ser salvas, pero al mismo tiempo ha establecido que lo sean por medio de la predicación del evangelio.

Tenemos que cambiar nuestras creencias sobre la oración para que estén conforme a las Escrituras.
Una idea común de algunos es: me presento ante Dios, le pido algo que necesito y espero que me lo dé.
Pero esta idea es rebajar a Dios a la categoría de siervo, hace lo que le decimos, cumple nuestra voluntad y concede nuestros deseos.
Pero no es eso, orar es presentarnos ante Dios, contarle nuestra necesidad, encomendarle nuestros caminos y dejar que haga según a él le parezca mejor.
Así someto mi voluntad a la suya, (no se haga mi voluntad sino la tuya).

¿Podemos pedir cualquier cosa que queramos? (Jn. 14:13,14).

13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.

Sí, pero su promesa no da carta blanca a los que oran.
¿Qué es pedir en nombre de Cristo?
Más que una fórmula para terminar la oración es solicitar algo a Dios Padre que ha de estar necesariamente de acuerdo con lo que Cristo es.
Es pedir como si Cristo mismo fuera el que hiciera la súplica. La verdadera oración es comunión con Dios, de modo que habrá pensamientos comunes entre su mente y la nuestra. Es necesario que él llene nuestros corazones con sus pensamientos, para que
sus deseos se conviertan en nuestros deseos y éstos vuelvan de nuevo a él. El punto de
unión entre la soberanía de Dios y la oración cristiana es 1 Jn. 5:14: “Y esta es la confianza que
tenemos en él, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad él nos oye”.

Conclusión. La oración no es tanto un acto como una actitud; una actitud de
dependencia de Dios. Es la confesión de nuestra debilidad e impotencia y el
reconocimiento de nuestra necesidad, la cual presentamos ante Dios.

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