Espiritualidad

26 de abril de 2020

EDITORIAL

Cuando una persona habla del bajo nivel de espiritualidad, casi nunca habla de sí misma. Hay personas que hablan, con razón, sin duda, de la baja espiritualidad de la iglesia, o de los creyentes en general, pero muy pocas de estas personas se quejan de su propio bajo nivel de espiritualidad.

La espiritualidad ha llegado a ser una manera para juzgar a los otros. Habrá ciertas prácticas que no nos gusten, y otras que queremos recomendar y usamos éstas prácticas como norma para juzgar la espiritualidad de los otros, la norma que usamos para los otros nos vienen bien porque son las prácticas que solemos usar en nuestra vida y las recomendamos.

Cuando uno de nuestros conocidos no ora tanto como pensamos que debe hacerlo, o que no canta con el entusiasmo que nos gustaría que lo hiciera, si su actitud hacia nosotros no nos agrada, o si el tema de sus conversaciones no nos complace, etc. etc., nos preocupa su baja espiritualidad.

Ahora bien, la espiritualidad tiene un aspecto colectivo y uno personal, y somos responsables en los niveles, pero el aspecto que debe preocuparnos primero es el nivel personal. Tenemos que encontrar una manera para medir nuestra relación con Dios y con su pueblo pues, la espiritualidad es esto: relacionarnos con Dios y con su pueblo y desarrollarnos para hacerlo mejor. Lo principal lo indispensable, lo esencial y lo necesario es nuestra relación personal con Dios. De una sana y profunda relación personal con Dios, brotará una sana y profunda relación con su pueblo.

Esta relación con Dios no depende, en primer lugar, de ejercicios. Más bien con meditar en la Palabra de Dios, con escuchar su voz. Más que una experiencia, es una disciplinada atención; más que un sentimiento, es una actitud de reverencia y expectación. Desarrollar hábitos de leer y estudiar la Pablara y participar en las actividades centradas en la Palabra promoverá una verdadera espiritualidad entre nosotros.  

Editorial 17 de septiembre de 1989 | Boletín Buen Oleo

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