Dependencia
10 de mayo de 2020
Hemos aprendido que la dependencia es una cosa mala. Los niños que desarrollan un fuerte sentido de dependencia tienen dificultades para ser adultos. Los que no aprenden a hacer las cosas por su propia cuenta, esperando que los padres les resolverán todo problema, encuentran que su problema se van acumulando cada vez con menor posibilidad de resolución.
El que aprende a ser dependiente se queda frustrado cuando falla aquel en el que dependía. A veces se vuelve amargado y siente que no se puede confiar en nadie. En su decepción se vuelve apático y escéptico. Sus comentarios sobre la realidad no describen la realidad sino su decepción e impotencia. Para evitar esto los padres y los dirigentes de organizaciones y empresas tienen cuidado de no desarrollar una dependencia.
Todo esto nos condiciona a no depender de Dios luchamos contra el pecado como si tuviéramos que hacerlo nosotros mismos, y solos. Y, desde luego, fallamos. Las tentaciones son más fuertes que nosotros, al caer nos sentimos derrotados, decaídos y desfallecidos. Nos decimos ¿para qué me esfuerzo? No puedo, siempre caigo. Supongo que no hay momentos más amargos para un cristiano que aquellos en que se sabe que no puede vivir para el Señor.
Nuestra equivocación está en depender de nuestras propias fuerzas y tener confianza en nosotros mismos, sin la ayuda de Dios. Hacemos el intento de fortalecer nuestra resolución y robustecer nuestra voluntad. A veces pensamos: ahora sí, ya no voy a caer. Luego experimentamos lo del texto que dice “Así que, el que piense estar firme, mire que no caiga” (1ª. Cor 10:12). El que piensa quedarse en pie, más fácilmente cae. Tenemos que pedir que Dios haga en nosotros lo que no podemos hacer nosotros mismos. Tenemos que confiar en que Él lo hará.
En lugar de pensar que es asunto de nuestra voluntad, tenemos que estructurar el “hombre interior” con voluntad de Dios. Tenemos que meditar en la Ley de Dios, como dice el salmista, día y noche. Tenemos que llenarnos con su Palabra, buscando siempre saber lo que Él quiere de nosotros. Y tenemos que orar con David: “Crea en mí un corazón limpio.”