Confesión

La confesión es un acto muy conocido en nuestra cultura. Tiene connotaciones eclesiásticas y sacerdotales. El uso que se hace de la palabra es particular y cultural, ya que el significado de la palabra en su sentido etimológico es diferente. En nuestra cultura el sentido usual de la palabra es el admitir las fallas y equivocaciones de uno mismo, es declarar sus pecados. Esto desde luego, es confesión, pero no es el sentido único de la palabra

Confesar viene del antiguo latín confitari, que quiere decir “hablar de acuerdo con…”, mayormente “hablar de acuerdo con los hechos”. Es la traducción literal y exacta de la palabra griega homologein.

Esta palabra se halla muchas veces en el Nuevo Testamento. Algunas veces quiere decir “admitir las faltas”, pero la mayoría de las veces se refiere más bien a lo que nosotros llamáramos “profesión”, como en “hacer profesión de fe” (Ver Rom. 10:9-10, 14:11,15:9, 1ª. Juan 2:23, 4:2,15). En el orden  de culto que usamos en nuestros cultos matutinos hay una parte que lleva el título “confesión”. En esta parte del culto hacemos las dos actividades. Reconocemos nuestros pecados y profesamos nuestra fe. La Ley de Dios nos ayuda para la primera actividad y la expresión de su Gracia para la segunda.

Los dos aspectos  de la confesión son importantes para nuestra relación con Dios. De un concepto correcto de la confesión depende, en gran parte, nuestra espiritualidad. Cuando entendemos que el uso de la Ley nos ayuda entender nuestra condición y reconocer nuestros pecados, y que en esta función de comprender la Gracia de Dios, que confesamos como una realidad que nos da seguridad y esperanza esta parte del culto nos tendrá más sentido.

Boletín Buen Oleo
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
4 de marzo 1990

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