
Lo más misericordioso inimaginable

El diezmo en sus principios era un reconocimiento del hecho de que alguien es dueño de la tierra. Este dueño a veces era local. Entonces el que hizo uso de la tierra pagaba la porción que le correspondía al dueño local de la tierra, quien a su vez pagaba al que estaba por encima de él, lo que le correspondía, etc., etc., hasta que el soberano de todo recibía su debida porción.
En este sistema el diezmo, o sea, el diez por ciento era un precio bastante razonable. Además, se eliminaban los intermediarios, pues nadie podría hablar por el verdadero soberano dueño, ni estar en su lugar. Los que tuvieron pacto con Jehová pagaban sus diezmos directamente a Dios, el verdadero dueño de toda la tierra. He aquí la importancia de la insistencia Bíblica sobre el hecho de la creación, un hecho que hace que el creador es el dueño absoluto de toda la tierra implica que todos los “tierra tenientes”, se tienen que relacionar directamente con Él.
El diezmo, entonces, es la expresión de parte del que hace uso de la tierra de su relación con el verdadero dueño en términos increíblemente baratos. Aún en el mundo de hoy, en los lugares donde se alquila la tierra a destajo, el diez por ciento es una tasa tan baja como para no poder creerlo.
Nuestro reconocimiento del pacto que Dios tiene con nosotros se hace, en la forma más misericordiosa inimaginable. Y, lo que, es más, Dios ha prometido usar el diezmo para proporcionarnos grandes bendiciones. Dios hace del diezmo (de este reconocimiento de parte nuestra de que él es el soberano dueño y que tenemos pacto con él) un medio de bendición.
La manera de hacerlo es de usar el diezmo para el sostén del aparato humano para proporcionarle a su pueblo las bendiciones que le tiene reservadas. El diezmo es la manera de recibir por fe estas bendiciones. La obediencia de fe, o sea, una confianza tan completa que pone por obra la Palabra de Dios es un ingrediente esencial para la práctica del diezmo.