
La Oración del Señor – Santificado sea tu nombre
Transcripción
La primera de las seis peticiones de la oración del Señor es la más general y básica.
En esa parte oramos porque que el nombre de Dios sea honrado.
Hay personajes que son admirados y respetados por muchos, por ejemplo, Albert Einstein, con solo decir «lo dijo Einstein» es suficiente para que la gente lo crea o preste atención, casi como si dijeramos los dice «la Escritura». Ese es un ejemplo de honrar un nombre.
El nombre de Cristo (Jesús), sin embargo, generalmente no es tratado con este tipo de honor ni siquiera entre las naciones que, al menos en el pasado, profesaron el cristianismo.
El nombre de Cristo se usa en películas y en la vida cotidiana como una palabra para maldecir y mostrar descontento con algo.
Entonces, vemos la necesidad de esta parte de la oración y su significado más obvio. Pero, por supuesto, involucra muchas cosas más.
Elementos de la petición
La primera de las seis peticiones de la oración del Señor es: «Santificado sea tu nombre».
La palabra aquí traducida «santificado» es la misma palabra griega que se usó en Juan 17:17 cuando Jesús oró por nosotros: «Santifícalos en tu verdad».
la palabra es ἁγιάζω [hagiádzô] santificar, considerar como santo, hacer santo, consagrar separar para usos (propósitos) sagrados (divinos). Esta palabra está relacionada concon ἅγιος [hágios], «santo, consagrado».
La oración, entonces, es que el nombre de Dios sea «santificado». Pero ¿qué significa eso? No significa que de alguna manera nosotros «santifiquemos el nombre de Dios».
Significa que reconocemos la santidad de Su nombre y que tratamos Su nombre con el honor que se le debe.
Decimos que su nombre es algo especial, separado de todo lo demás.
También debemos entender que cuando hablamos del nombre de Dios, no estamos simplemente hablando de las palabras que usamos para identificarlo.
Su nombre incluye Su carácter; lo representa a Él.
Cómo tratamos Su nombre es cómo nos relacionamos con Él. Honrar su nombre es honrarlo, amarlo y servirlo.
Es evidente, entonces que una oración para que el nombre de Dios sea «santificado» es sinónimo de una oración para «glorificarlo».
El paralelismo entre estas dos nociones se manifiesta claramente en el incidente de los hijos de Aarón, a quienes Dios mató en el templo porque no honraron Su nombre. Note cómo la expresión «seré glorificado» es paralela a «seré santificado».
«3 Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló.»(Lv. 10: 3).
Esta primera petición se basa en dos creencias fundamentales para la fe cristiana.
La primera es que el nombre de Dios es digno de honor y gloria. Dios es el Creador y Rey del mundo. Su santidad y majestad son tales que cualquier cosa que no sea el más profundo honor y alabanza es inadecuada y perversa.
En la primera petición, buscamos solo lo que es correcto y apropiado, lo que debería ser.
En segundo lugar, que oremos por esto refleja el hecho de que vivimos en un mundo en el que este deber más básico no se le rinde a Dios.
Pablo expresó la pecaminosidad del hombre con las palabras «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Rom. 3:23).
Todos ser humano, en otras palabras, no cumple con el deber creado por Dios de glorificar a su Creador.
En lugar de manifestar amor y justicia, los hombres pecadores se apresuran a derramar sangre, sus corazones se enfurecen contra Dios y entre ellos.
Venimos a Dios y oramos para que Su nombre sea honrado porque sabemos que Su nombre debe ser honrado y porque nos entristece que Su nombre no sea honrado, que Su nombre no sea glorificado en el mundo que Él ha creado. Si lo amamos, esta oración debería ser nuestra carga más profunda y nuestro deseo más ardiente.
Concretamente, lo que buscamos se puede ilustrar a través de los primeros tres de los diez mandamientos.
Primero, estamos orando para que todos los hombres crean en Dios, porque nadie puede honrar Su nombre correctamente a menos que confíe en Él como su Dios.
En palabras de Isaías: «A Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor, y él sea vuestro miedo.» (Isaías 8:13).
El primer mandamiento es que no tengamos otros dioses, lo que significa que debemos tener al Señor verdaderamente como nuestro Dios.
Buscamos fervientemente en esta primera petición que nosotros mismos y todos los demás hombres podamos amar y honrar verdaderamente al Señor como nuestro Dios, porque sabemos que somos pecadores y necesitamos la gracia para poder confiar en Él y vivir para Él.
Segundo, oramos para que todos los hombres lo adoren correctamente. Es especialmente en la adoración que lo glorificamos y le damos la alabanza que se debe a Su nombre.
La adoración es nuestro deber más alto y nuestro mayor privilegio.
Dedicarnos a la adoración de Dios y glorificarlo con cánticos y oración es el acto más importante de nuestras vidas.
Aparte de que tiene un poder transformador que no podemos entender, que nos reanima y nos exalta, es la responsabilidad fundamental del hombre como criatura a Su imagen.
Cuando los hombres descuidan esta responsabilidad, o lo hacen de manera defectuosa, fracasan en el nivel más básico de la vida humana.
Pero también nosotros, incluso después de haber confiado en Su gracia salvadora, seguimos siendo tan pecadores que a menos que Él escuche nuestra oración y nos ayude, no podremos adorarlo como deberíamos.
En tercer lugar, oramos por nosotros mismos y por todos los hombres, para que Su nombre sea honrado en nuestra vida diaria. Cuando Israel adoró a Dios, los sacerdotes Aarónicos lo bendijeron con una bendición triple (Nm. 6: 24-26):
Jehová te bendiga, y te guarde;
Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia;
Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.
Esto se describió con las siguientes palabras: «27 Y pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré.» (6:27).
Cuando los sacerdotes bendijeron a los hijos de Israel, estaban «poniendo» el nombre de Dios sobre ellos.
Israel a través de la adoración es oficialmente reconocido como el propio pueblo de Dios.
Esto significa que todo lo que hacen en su vida diaria lo hacen como sus representantes. Ellos «usan» Su nombre en sus asuntos cotidianos. No usar el nombre de Dios en vano significa mucho más que evitar hablar incorrectamente acerca de Dios; significa honrar Su nombre en todo lo que pensamos, decimos y hacemos, porque Su nombre está sobre nosotros. Somos su pueblo y llevamos el nombre de nuestro Salvador.
En esta primera petición, suplicamos a Dios que nos capacite para tratar su nombre correctamente con nuestras palabras y hechos.