La voluntad de Dios y la oración
Meditación por el A.I. Saulo Murguia A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
Transcripción…
Muchas veces me han hecho la siguiente pregunta: «¿La oración cambia las intenciones de Dios o la voluntad de Dios?»
La respuesta es simplemente: «No».
Ahora, si la pregunta es «¿La oración cambia las cosas?» La respuesta es: «Si, ¡Por supuesto!»
La Biblia dice que hay cosas que Dios ha decretado desde la eternidad. Esas cosas inevitablemente sucederán.
Si usted orara individualmente o si usted y yo nos uniéramos en oración o si todos los cristianos del mundo oraramos colectivamente, no cambiaría lo que Dios, en Su consejo oculto, ha decidido hacer.
Por ejemplo, si decidiéramos orar para que Jesús no regresara, aun así regresaría.
Sin embargo, podría preguntar: «¿No dice la Biblia que si dos o tres están de acuerdo en algo, les será hecho?»
Sí lo dice, pero ese pasaje se refiere a la disciplina de la iglesia, no a las peticiones de oración.
veamos…
Mateo 18:19,20
"Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos.
Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."
Debemos tener en cuenta toda la enseñanza bíblica sobre la oración y no aislar un pasaje del resto.
Debemos abordar el asunto a la luz de toda la Escritura, resistiéndonos a hacer una lectura atomística.
Alguien podría preguntar: «¿No dice la Biblia de vez en cuando que Dios se arrepiente?» Sí, el Antiguo Testamento ciertamente lo dice.
El libro de Jonás nos dice que Dios “se arrepintió” del juicio que había planeado para la gente de Nínive (Jonás 3:10).
"Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo."
Al usar aquí el concepto de arrepentimiento, la Biblia describe a Dios, que es Espíritu, en lo que los teólogos llaman lenguaje “antropomórfico”.
Obviamente, esto no significa que Dios se arrepintió de la forma en que nosotros nos arrepentiríamos; de lo contrario, podríamos asumir correctamente que Dios ha pecado y, por lo tanto, necesitaría un salvador Él mismo.
Lo que claramente significa es que Dios eliminó la amenaza de juicio de la gente.
La palabra hebrea נָחַם (najam) traducida como «arrepentirse» en la versión Reina Valera:
El uso del término «najam» casi en todos los casos se aplica a Dios, y no al hombre; cuando se llega a decir en la Biblia que Dios “se arrepintió”, el texto bíblico se refiere al cambio de parecer sobre el castigo o el mal que Dios había dispuesto, propuesto o iniciado hacia el hombre impío, a menos de que este último se arrepientiese. «Najam» por lo tanto, se refiere a la actitud de Dios hacia el hombre en función de una relación personal o la orientación de sus caminos por los que una persona anda.
La palabra hebrea najám, puede significar “sentir pesar; estar de duelo; arrepentirse” (Éx 13:17; Gé 38:12; Job 42:6), y también: “consolarse” (2Sa 13:39; Eze 5:13), “liberarse” o “desembarazarse (por ej.: de los enemigos)”. (Isa 1:24.) Sea que se refiera a sentir pesar o a sentir consuelo, el término hebreo implica un cambio en la actitud mental o el sentir de la persona.
Por otro lado, está la palabra «shub» שׁוּב que también se traduce como arrepentimiento, indica el sentido de “volverse» o «retornar” de un mal camino pecaminoso, éste nunca se aplica a Dios.
La palabra «arrepentirse» es Teshuvá (en hebreo תשובה, literalmente retorno).
Dios se consoló y se sintió tranquilo de que la gente se había apartado de su pecado y, por lo tanto, revocó la sentencia de juicio que había impuesto.
Cuando Dios pone Su espada de juicio sobre las cabezas de las personas, y ellas se arrepienten y luego retiene Su juicio, ¿realmente ha cambiado de opinión? La mente de Dios no cambia porque Dios no cambia.
Las cosas cambian, y cambian de acuerdo con Su voluntad soberana, que Él ejerce por medios secundarios y actividades secundarias.
La oración de su pueblo es uno de los medios que usa para hacer que las cosas sucedan en este mundo.
Entonces, ante la pregunta ¿la oración cambia las cosas?, la respuesta es «¡Sí!».
Es imposible saber cuánto de la historia humana refleja la intervención directa de Dios y cuánto revela a Dios obrando a través de agentes humanos.
Un ejemplo que Calvino usó para esto fue el libro de Job. Los sabeos y los caldeos se habían llevado los burros y los camellos de Job. ¿Por qué? Porque Satanás había movido sus corazones para que lo hicieran. Porque Satanás había recibido permiso de Dios para probar la fidelidad de Job de cualquier forma que él deseara, salvo quitarle la vida. Dios en su soberanía acepto eso.
El propósito de Satanás al incitar a estos dos grupos era hacer que Job blasfemara contra Dios, un motivo totalmente malévolo.
En este relato de la Escritura, Satanás eligió agentes humanos, los sabeos y caldeos, que eran malvados, para robar los animales de Job.
Los sabeos y caldeos eran conocidos por su forma de vida ladrona y asesina. La voluntad de ellos estaba involucrada, pero no hubo coerción, nadie los obligó;
El propósito de Dios se logró a través de las malas acciones de éstos hombres.
Los sabeos y caldeos tenían libertad para elegir, pero para ellos, como para nosotros, la libertad siempre significa libertad dentro de límites.
Sin embargo, hay dos cosas que no debemos confundir: la libertad humana y la autonomía humana.
Siempre habrá un conflicto entre la soberanía divina y la autonomía humana.
Nunca hay un conflicto entre la soberanía divina y la libertad humana.
La Biblia dice que el hombre es libre, pero no es autónomo en sí mismo.
Supongamos que los sabeos y caldeos hubieran orado: «No nos metas en tentación, mas líbranos del maligno». Estoy absolutamente seguro de que los animales de Job todavía habrían sido robados, pero no necesariamente por los sabeos y caldeos. Dios pudo haber elegido responder a su oración, pero habría usado algún otro agente para robar los animales de Job.
Hay libertad dentro de los límites, y dentro de esos límites, nuestras oraciones pueden cambiar las cosas.
Las Escrituras nos dicen que Elías, a través de la oración, evitó que cayera la lluvia.
Elías tenía una alta comprensión la soberanía divina y aun así oró.
Ningún ser humano ha tenido una comprensión más profunda de la soberanía divina que Jesús.
Ningún hombre ha orado jamás con mayor eficacia. Y oraba así:
«Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
Oramos precisamente gracias a la soberanía de Dios, porque creemos que Dios tiene en su poder ordenar las cosas de acuerdo con su propósito.
De eso se trata la soberanía: ordenar las cosas de acuerdo con el propósito de Dios.
Entonces, ¿la oración cambia las intenciones o la vountad de Dios de Dios? No.
¿La oración cambia las cosas? Sí.
En Santiago 5:16 encontramos que “La oración eficaz del justo puede mucho.” y esto es cierto.
El problema es que no somos tan justos. Lo que la oración cambia con mayor frecuencia es la maldad y la dureza de nuestro propio corazón. Nos cambia a nosotros. Cambia al que ora.
Eso por sí solo sería motivo suficiente para orar, incluso si ninguna de las otras razones fuera válida o verdadera.
Con respecto a Dios, la oración no es más que un reconocimiento explícito de nuestra dependencia de él para su gloria.
Como hizo todas las cosas para su propia gloria, así será glorificado y reconocido por sus criaturas.
Es un reconocimiento de nuestra dependencia del poder y la misericordia de Dios para lo que necesitamos, y un honor adecuado para el gran Autor y Fuente de todo bien.
Dios quiere que oremos. La oración ferviente, de muchas maneras tiende a preparar nuestro corazón.
Cuando oramos, nuestra mente está más preparada para apreciar la misericordia de Dios.
Nuestra oración a Dios puede despertar en nosotros un sentido y una mejor comprensión de nuestra dependencia de Dios por la misericordia que pedimos, y es un ejercicio de fe en la suficiencia de Dios, de modo que podamos estar preparados para glorificar su nombre cuando se reciba la misericordia.
Todo lo que Dios hace es para Su gloria primero y segundo para nuestro beneficio.
Oramos porque Dios nos manda a orar, porque lo glorifica a Él y también es para nuestro bien.