Sociedad Femenil Lidia – 27 de octubre, 2021


Audio del Estudio

Creciendo en Santidad
Hacer lo correcto

I Tesalonicenses 4:7

Estamos acostumbrados a tomar nuestras decisiones basándonos en lo que es conveniente, agradable o beneficioso. Sin embargo, como cristianos hemos sido llamados a sentirnos motivados a hacer lo correcto. Y sabemos que actuar de este modo no siempre es conveniente, agradable o beneficioso; en realidad, podría tener un alto precio.

Cuando el cristiano inicia su peregrinaje, realmente es un asunto de preocupación. ¿Qué espera Dios de nosotros? Primero venimos a los pies de la cruz de Cristo. Una vez que Dios perdona nuestros pecados exclamamos: ¡Heme aquí, envíame a mí! ¿Qué quieres que haga, Señor? (ver Isaias 6:8).

Si no nos queda claro lo que el Señor espera de nosotros, nos sentimos confusos, desalentados, decepcionados, frustrados y, en muchos casos, paralizados. Esta es la pregunta que queremos considerar en este capítulo: ¿Qué quiere Dios que hagamos? ¿Qué espera Dios de sus hijos?

En estas alturas del libro hemos considerado el objetivo general de la creación. Las personas fuimos creadas a imagen de Dios para que pudiéramos reflejar su santidad: nos referimos a la pregunta del catecismo: “Cuál es el fin principal del hombre? Y respondimos: “Glorificar a Dios”.

Sin embargo, ¿Qué significa glorificar a Dios en este mundo de manera concreta, práctica y realista? ¿Qué quiere reflejar la santidad de Dios?

El reformador Martin Lutero: Declaró que todo cristiano está llamado a ser Cristo para su prójimo. Lutero quería decir otra cosa. Ser Cristo para nuestro prójimo significa que nuestra vida esté tan conformada a la voluntad divina que, cuando las personas nos vean, estén contemplando la santidad de Cristo reflejada en nuestra vida.

Cuando profesamos al Señor, los incrédulos tendrán ciertas expectativas respecto a nosotros. Cuando no vivimos como ellos esperan, se decepcionan y esto provoca enojo. Pablo mismo nos advirtió de esta realidad en Romanos 2:24: “El nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”. Somos llamados a perseguir la justicia, mostrar misericordia y amarnos los unos a los otros.

Cuando procuramos la gloria de Dios en todos los ámbitos de la vida, el mundo incrédulo lo nota; es imposible que no lo haga.

Por ejemplo, veamos como cuando Moisés vio la zarza ardiente y la columna de nube, o cuando los ángeles se aparecieron a los pastores después del nacimiento de Cristo y la gloria de Dios resplandeció alrededor de ellos. Esta es la gloria de la Shekina: la magnitud visible, externa, hacia afuera de la gloria divina pero principalmente la gloria tiene que ver con quién Dios es en y por sí mismo.

La gloria de Dios menciona a quien Dios es no a lo que él hace. De eso también se podría afirmar respecto a su santidad. Se refiere principalmente al ser de Dios y no a su actividad. Cuando la Biblia habla de las acciones de Dios de lo que él hace para manifestar su gloria el término normal utilizando es “justicia”.

Lo mismo sucede con nosotros primero debemos ser Santos en Cristo antes de poder mostrar a Cristo al mundo exterior. La forma principal de cumplir nuestro destino de glorificar a Dios como criaturas hechas a su imagen es por medio de la práctica de la justicia.

El objetivo de la vida cristiana no es la espiritualidad ni la piedad, ni la moralidad. La meta de la vida cristiana es la justicia.

No debemos apoyarnos jamás en nuestro propio mérito para entrar en el Reino de Dios.  Solo por la justicia de Cristo podremos comparecer un día delante de Él. La nuestra está en Cristo nuestra justificación se encuentra tan sólo en su mérito. Por tanto, no pensamos que tengamos para hablar de Justicia.

Sin embargo, este Salvador justo cuya justicia nos redime, es el mismo que nos llama a la justicia si somos justificados sólo por la fe, pero no por una fe que permanece sola. Sí es fe verdadera, permanece, Lutero lo llamaba una fe viva-, produciría el fruto de la justicia.

Esas acciones justas no nos salvarán nunca ni nos redimirán, y tampoco añadirán una chispa de mérito, pero tiene que estar presente si vamos a obedecer a Cristo.  Jesús declaró:” si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14: 15). Esto es lo que significa vivir en justicia.

Podemos ver la frase que pronuncio nuestro Señor Jesús, seguramente nos resulta aterradora. Proviene del sermón del monte, en Mateo 5:20 , donde Jesús advirtió: “Por qué os digo que nuestra justicia no fuere mayor que de los escribas y  fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Significa que Jesús nos exige que seamos verdaderamente justo. Una vez más esto no implica que nuestros hechos justos sean la base meritoria para nuestra justificación. En su lugar, son la prueba segura y presente y el fruto de nuestra justificación.  

A continuación, consideran las palabras de Jesús en Juan 5:39. “Escudriñad las Escrituras porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna”. Es evidente que los fariseos sólo tenían un compromiso externó y superficial con el estudio de la palabra de Dios.  No entendía la esencia del Evangelio. Se perdían el mensaje de las Escrituras que procuraban encontrar con diligencia, pero al menos las escudriñaban. Podrías señalar que lo hacían por motivos equivocados y es probable que tuvieras razón, pero ¿qué motivo correcto tenemos nosotros para justicia que no lo hacemos? Ellos hacían lo correcto por el motivo equivocado; nosotros hacemos lo incorrecto por el motivo equivocado. Es como si ellos fueran más justos en este punto que muchos de nosotros hoy.

Toda esta rigurosa disciplina de los fariseos en la búsqueda de la justicia está casi ausente entre nosotros. Cuando Jesús afirma que nuestra justicia tiene que ser superior a la de los fariseos, no nos está alentando a mantener el espíritu de la ley y olvidar la letra. Está declarando que la justicia auténtica hace todas estas cosas.  La justicia auténtica hace lo correcto. Es adecuado escudriñar su Biblia, dar sus diezmos y orar, pero si nuestro corazón no está como es debido, nuestras obras externas no se consideran justas. A Dios le interesa tanto lo externó como lo interno. Jesús exige el fruto real de la justicia auténtica.

El prerrequisito absoluto para que cualquiera entre en el reino de Dios es que la justicia de Cristo le sea imputada por fe. La doctrina de la justificación solo por la fe significa que la justificación solo es por Cristo. Él es nuestra justicia. Para todos los que depositan su fe verdadera y sinceramente en Cristo, Dios le imputa su justicia. Esto significa que, si Dios ha acreditado en nuestra cuenta la justicia de Jesús, tenemos una justicia que sobrepasa cualquier justicia con la que los escribas y los fariseos soñaron jamás.

La principal prioridad del cristiano es la búsqueda de la justicia. Quiero ser una persona justa. Quiero hacer lo correcto. Y esa justicia se define, en última instancia, por el carácter de Dios mismo. Este carácter es el que supuestamente debemos imitar. En segundo lugar, el carácter de Dios queda definido para nosotros por sus mandamientos. Justicia significa obediencia a los mandatos divinos, hacer lo que Él nos pide. Actuamos como los fariseos cuando sustituimos las prioridades de Cristo por tradiciones de hombres. No debemos sustituir los valores de Cristo por aquellos que se infiltran desde la cultura en la que vivimos. Desvían nuestra mirada de las cosas que más le preocupaban a Cristo.

¿Cuáles son, pues, las prioridades de Cristo?

Jesús nos proporciona el resumen de Mateo 6: 33: “Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia”.  La búsqueda del Reino de Dios y su justicia está por encima de todo lo demás. A esto se nos ha llamado.  Esta es la voluntad de Dios.

Hay personas que preguntan: “¿cuál es la voluntad de Dios para mi vida?, es: “La voluntad de Dios es nuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4: 3).

La Biblia nos enseña que somos justificados por la fe verdadera en Jesucristo, pero también entendemos que la santificación es lo que le sigue a la justificación.  La santificación es un proceso que dura toda la vida, por el cual somos cambiados para hacer hechos Santos. Estamos creciendo en justicia nos estamos volviendo justos.

En una ocasión, Martín Lutero comentó que la conversión no hace que la persona sea justa al instante. Ciertamente Dios nos imputa la justicia de Cristo en el momento de creer. Pero también comienza a formar la justicia en nuestro interior. La santificación es como un medicamento curativo: desde luego llevará a la persona a la plenitud de la salud, pero exige tiempo. No somos sanados del todo en el momento en que nacemos del Espíritu, pero poseemos dentro de nosotros el medicamento que efectuará sin duda esa cura en toda su plenitud.

En cuanto nos convertimos somos una persona cambiada si la conversión es verdadera. No eres una persona perfeccionada, sino cambiada, y empezamos a presentar los frutos de la justicia. Esta justicia que comenzamos a demostrar no es, de ninguna manera, la base de nuestra justificación. No conlleva mérito alguno; sólo la justicia de Cristo lo hace. Sólo la justicia de Cristo nos introducirá en el Reino de Dios, pero, si tenemos fe verdadera, habrá una justicia real que emerge y se va desarrollando.


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