
Una vida nueva en un mundo en ruinas – Romanos 6:1-4
Meditación bíblica sobre Romanos 6:1-4 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
La Biblia es un libro que habla sobre la vida cotidiana en este mundo, no sobre una separación mística de la realidad que vivimos, como lo enseñan alguna religiones orientales a través de sus libros.
Es un libro crudo y directo.
Cuando leemos las Escrituras, vemos el mundo tal como es en realidad, con lujo de detalle. La Biblia nunca niega lo que es real y verdadero en la vida diaria en este mundo.
La Biblia habla directamente sobre nuestra situación, diciendo lo que está mal, y describe con toda precisión la condición humana.
En Génesis 6:5 dice
"Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal."
Romanos 3:10–18, dice:
Como está escrito:
No hay justo, ni aun uno;
No hay quien entienda,
No hay quien busque a Dios.
Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;
No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Sepulcro abierto es su garganta;
Con su lengua engañan.
Veneno de áspides hay debajo de sus labios;
Su boca está llena de maldición y de amargura.
Sus pies se apresuran para derramar sangre;
Quebranto y desventura hay en sus caminos;
Y no conocieron camino de paz.
No hay temor de Dios delante de sus ojos.
Estos pasajes hablan de manera cruda acerca de lo que vemos día a día en un mundo que no está funcionando como fue diseñado por Dios.
La Biblia muestra historias de la vida real de este mundo caído.
En ella vemos relatos impactantes como el homicidio de Caín matando a su hermano Abel. Vemos la idolatría en la que continuamente caía el pueblo de Israel.
En el Antiguo Testamento vemos intrigas sexuales, de poder y de dinero.
En el Nuevo Testamento también leemos historias como el genocidio que hizo Herodes al matar niños por un absurdo deseo de poder político, y muchas otras historias.
Lo que la Biblia dice se aplica también a nuestros propios corazones. Hay una gran diferencia entre lo que la Biblia dice sobre nosotros y lo que a nosotros que nos gustaría pensar sobre nosotros mismos.
Tendemos a pensar que somos más sabios, más buenos de lo que realmente somos.
Nos ponemos a la defensiva cuando alguien señala nuestro pecado y nuestros defectos. Sentimos que se nos juzga mal e injustamente.
Siempre tenemos alguna excusa para justificar nuestras acciones por más malas que éstas sean.
Cuando me veo en el espejo de la Palabra de Dios, veo con exactitud lo que realmente soy.
Eso me lleva a enfrentar el hecho de que mi mayor necesidad no está fuera de mi; no necesito un mejor entorno.
Mi mayor problema en la vida está dentro de mí y no fuera. Mi mayor problema es moral.
Hay algo mal dentro de mí que determina todo lo que deseo, pienso, elijo, digo y hago.
La Biblia nos llama a enfrentar los hechos, la realidad.
Sin embargo, para el creyente no basta con reconocer que es un pecador. Eso sería cinismo.
Soy pecador, pero también soy un hijo de la gracia.
Al estar profundamente conscientes de nuestro pecado, la gracia de Dios nos da el valor para enfrentar humildemente lo enorme y apabullante que puede ser nuestro pecado y la degradación moral de este mundo.
Toda la Biblia nos habla de la gracia de Dios, de una redención inmerecida.
Por el poder transformador de Su gracia, Dios unilateralmente alcanza a este mundo caído, a través de la presencia de Su Hijo, y transforma radicalmente a Sus hijos de lo que somos: pecadores; a lo que nos estamos convirtiendo por Su poder: semejantes a Cristo Jesús.
Solo la gracia de Dios permite que sus hijos podamos reconocer las realidades bíblicas viviendo en este mundo destrozado por el pecado.
Darnos cuenta de la realidad nos ayuda a saber vivir el aquí y el ahora.
No podemos entender lo que es verdaderamente importante, captar la realidad de lo que enfrentamos en esta vida, o saber qué hacer al respecto hasta que vemos la vida desde la perspectiva de la eternidad que nos muestra la Escritura.
Una visión bíblica de la eternidad brinda al cristiano una esperanza genuina en cualquier situación, y la esperanza nos ayuda a ver cosas que pasan inadvertidas a los demás y nos anima.
Termino esta reflexión dejando en sus mentes estas palabras del apóstol Pablo que están en su carta a los Romanos 6:1-4 (NVI)
¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él? ¿Acaso no saben ustedes que todos los que fuimos bautizados para unirnos con Cristo Jesús en realidad fuimos bautizados para participar en su muerte? Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva.