Atributos de la Iglesia: 2. Santidad de la Iglesia

Meditación bíblica por el A.I. Gerardo Román
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

Muy buen día mis amados hermanos,

Nos encontramos estudiando esta serie de 3 meditaciones acerca de los atributos de la Iglesia con la intensión de profundizar en la comprensión de nuestra naturaleza y sus implicaciones prácticas. Debemos entonces recordar que la Iglesia es Una, es Santa, es católica y es Apostólica. El viernes pasado meditamos acerca del atributo de la unidad de la Iglesia, dónde vimos cómo la Iglesia es, ha sido y será una sola a lo largo de toda la historia y su unidad es espiritual en Cristo y se fundamenta en la comprensión y convicción del evangelio de Dios. Por lo que definimos la Iglesia como la comunión de los santos redimidos por Dios.

Así mismo vimos cómo el término Iglesia, del griego ekklesia, significa los “llamados desde”. La Iglesia o la comunión de los redimidos es llamada desde el mundo y apartada para Dios a ser santa. Así entonces la santidad es también la vocación de la Iglesia, es decir la santidad es a lo que es llamada. Así que hoy meditaremos acerca de la santidad de la Iglesia.

LA SANTIDAD, ATRIBUTO DE DIOS:

Cuando hablamos de santidad debemos comprender primero esto como un atributo de Dios. Quizá la santidad sea el atributo de Dios más mencionado y con mayor énfasis en la Biblia y esto no debe ignorarse, ya que la santidad es un requisito indispensable para habitar en la presencia de Dios. Como dice la carta a los hebreos capitulo 12 versículo 14:

“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”.

Cuando la Biblia nos habla de la santidad de Dios lo hace en dos sentidos. Primero, Santo quiere decir “apartado” y se refiere a su trascendencia, Dios está aparte y por encima de todo. Y en segundo lugar se refiere al carácter moral de Dios. Aunque separamos estos dos sentidos para poder comprender mejor el concepto de santidad, tenemos que saber que operan en conjunto, por lo tanto, cuando hablamos de que Dios es santo hablamos de su carácter moral que es sobre todas las cosas, es el estándar absoluto y más alto y puro que existe, y que nada ni nadie se le puede igualar.

La santidad de Dios en su aspecto moral podemos conocerlo a través de los diez mandamientos revelados, por ello en teología se le denominan “la ley moral de Dios”. De igual forma, aunque es nuestro deber hacerlo, no ahondaremos en esta meditación acerca de lo profundamente rica que es esta ley, pero basta recordar que la podemos resumir en: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” Y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 22:37-38). La Santidad de Dios es el carácter moral y activo del amor de Dios.

LA SANTIDAD DE DIOS REFLEJADA EN EL PROPÓSITO ORIGINAL DEL HOMBRE:

Entonces cuando decimos que la iglesia es llamada por Dios para ser santa hablamos de que ha sido llamada para ser separados o apartados del mundo para vivir en la presencia de Dios en una forma de vida que consiste en reflejar el carácter santo de Dios imitando su amor. Es decir, la santidad de la Iglesia, así como la de Dios, también es trascendente y moralmente pura, pero como criaturas de Dios más bien nuestro llamado es a reflejar lo que Dios mismo es en todo nuestro ser, mente, sentimientos y acciones.

Ahora bien, esto de ser reflejo de la santidad de Dios nos remite a Genesis capítulo 1. Cuando Dios hubo creado todas las cosas y viendo que eran buenas, procede a hacer al hombre, en acuerdo trinitario, a su imagen y semejanza; vamos a leerlo a partir del versículo 26 al 28:

26 Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. 27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. 28 Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.

Primero, vale la pena notar la participación trinunitaria en la afirmación: dijo Dios (en singular), “hagamos” (en plural) al hombre, y reitera “a nuestra” Imagen, conforme a “nuestra” semejanza. Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, decidió hacer al hombre a su Imagen y Semejanza. Luego, en cuanto a “hacerlo a su imagen” debemos notar que tras decir esto, más adelante en el mismo pasaje vuelve a enfatizar con una doble repetición: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”. Esta repetición no es una simple redundancia, sino que en la narrativa Hebrea del Antiguo Testamento es siempre intencional y tiene como objetivo dar un “énfasis contundente”; así mismo lo podemos constatar cuando la Biblia nos dice de Dios que es “santo, santo, santo” y cuando el Señor Jesús enseñaba a sus discípulos diciendo “en verdad, en verdad os digo”. Y este contundente énfasis concluye con: “varón y hembra los creó”. Así que el hombre creado por Dios a su imagen es creado varón y hembra, haciendo notar una vez más la pluralidad en la unidad. Así como Dios es uno en tres personas, el hombre es uno en el varón y la hembra. Un principio clave en la doctrina bíblica del matrimonio, que está íntimamente relacionado con este tema, pero vale la pena estudiarse aparte.

Pero en este pasaje también debemos notar que en el énfasis contundente de haber sido hechos a imagen de Dios está el propósito de la humanidad. Este era un propósito único y exclusivo del hombre en el varón y la hembra. Si bien toda la creación refleja la gloria de Dios, como el salmista nos recuerda de manera continua, nada en la creación fue hecha y designada por Dios como su imagen y semejanza sino sólo el hombre. Y no fue sino hasta que Dios crea al hombre en el sexto día que Dios afirma “esto es bueno en gran manera” (cuando antes sólo decía “y vio que es bueno”) y concluye su obra creadora. Nuestra vocación original como criaturas de Dios era desde el principio ser la única criatura que en su existencia social refleja quién es Dios en el sentido más amplio de su creación.

Por lo tanto, sólo al hombre lo creó Dios con inteligencia, emoción, autoconciencia y autodeterminación para reflejar el carácter santo y puro de Dios ejercido a través de la relación con Él, con la humanidad y como señor de la creación. La creación fue hecha para que ahí el hombre pudiera cumplir este altísimo llamado o propósito de santidad.

EL HOMBRE NO PUDO CUMPLIR SU PROPÓSITO DE SER SANTO, PERO EN CRISTO SÍ, LA IGLESIA ES SANTA EN CRISTO:

¿Y qué pasó? Bueno todos sabemos que el hombre, en su única posibilidad de no cumplir su propósito, desobedeció a Dios y entró el pecado y la muerte en ellos, en su descendencia y en toda la creación. Y si bien Dios pudo haber ejercido su sentencia definitiva en Adán y Eva recibiendo el justo castigo de ser separados de Dios y su bondad por toda la eternidad, decidió en cambio proveer a Cristo como la simiente de la mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente y su simiente la cual es descrita por la Palabra de Dios como “los hijos del diablo” o “el mundo”.

El hombre no pudo cumplir su compromiso con Dios y en consecuencia quedó profundamente esclavizado por el pecado, incapacitado para ejercer el aspecto moral de la santidad y prefirió esconderse de Dios persiguiendo una vida vana y errante. Pero gracias a Dios por nuestro Señor Jesucristo que vino a cumplir plena y perfectamente la santidad y justicia de Dios como nuestro representante para justificarnos ante Dios. Y pagó la sentencia que había en nuestra contra recibiendo en sí mismo la muerte y separación de Dios para alcanzar nuestro perdón y satisfacer la justicia. Somos salvos por esta maravillosa obra de la gracia de Dios y la obtenemos por medio de la fe que es un don de Dios obrado en el corazón del hombre por el Espíritu Santo y su Palabra.

Ahora bien, sabemos que, aunque ya somos justificados y perdonados por la obra de Cristo, seguiremos pecando hasta la consumación de la historia de la gracia de Dios, y sin embargo, el apóstol Pablo se dirige a las iglesias como “los santos” ¿por qué si seguimos pecando la Palabra de Dios nos llama santos? Quizás podríamos pensar que sería mejor que nos llamara “pecadores redimidos” y sí también es un título bíblico y lo somos, pero también somos santos porque Dios en su soberana gracia, en primer lugar, nos apartó del mundo para ser suyos y, en segundo, nos limpió con la sangre de nuestro Señor Jesucristo para ser presentados como santos delante de él.

Debemos notar que la justicia y la santidad pueden ser sinónimos, ser justo es ser santo, ambos se ejercen actuando siempre de acuerdo con la ley moral de Dios, pero la justicia se ejerce pagando a cada uno lo que merecen sus actos de acuerdo a ese alto estándar. Por lo tanto, cuando somos justificados nos referimos a que Jesús cumplió con la santidad exigida al hombre y pagó la consecuencia de la desobediencia del hombre para que Dios pudiera imputarnos su justicia y su santidad.

La justificación entonces, nos coloca ante Dios como santos sin pecado, tal como escribió el profeta Jeremías: “porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”. Dios ya no se acuerda de nuestro pecado, ante él sólo ve en nosotros la perfecta santidad y justicia de nuestro Señor Jesús.

ADEMÁS DE SER SANTA, LA IGLESIA GOZA DE LA SANTIFICACIÓN:

Pero además de cómo nos ve Dios ¿podemos ser santos en la práctica de la vida diaria? Sí hermanos, hay un aspecto adicional en la santidad de la iglesia que es la promesa de la “santificación”. Es decir, ciertamente la iglesia fue perdonada y justificada en el sacrificio de Cristo para presentarla a Dios santa, pura y sin mancha como nos enseña el apóstol Pablo en Efesios capítulo 5, versículo 27, que dice:

27 a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. 

Pero también hermanos, en el Señor la Iglesia podrá gozar desde esta vida de la obra santificadora del Espíritu Santo en nosotros. Vamos a leer cómo lo expresa Pablo en su segunda carta a los Corintios capítulo 3, versículos 17 y 18:

17 Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 18 Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

Observen ¡Cuán gloriosa es la salvación de nuestro Dios! Esta santificación es la promesa de Dios en “el nuevo pacto” que anunció de antemano por los profetas en dónde se nos promete que Dios mismo hará la transformación en nosotros, ahora en vida. Leamos juntos esta promesa en el libro del profeta Jeremías capítulo 31, versículos 33 y 34:

33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. 34 Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.

Esta maravillosa promesa de la obra transformadora en el corazón de la Iglesia en la santificación nos la describe de una manera muy clara y completa el catecismo mayor de Westminster en su pregunta número 75, diciendo:

P. 75. ¿Qué es la santificación?
R. La santificación es una obra de la libre gracia de Dios por la cual aquellos que Dios ha escogido antes de la fundación del mundo para que fuesen santos son en el tiempo por la poderosa operación del Espíritu Santo, quien les aplica la muerte y resurrección de Cristo, renovadas en todo el hombre conforme a la imagen de Dios, d) teniendo sembrada en su corazón la simiente del arrepentimiento para vida y de todas las otras gracias salvadoras, excitadas, aumentadas, y fortalecidas, f) de tal manera que ellos mueren cada día más y más para el pecado y se levantan a novedad de vida.

Así que hermanos, desde esta vida gozaremos de la obra santificadora del Espíritu Santo en nuestras vidas para morir cada día más y más al pecado y ser levantados a la nueva y santa vida en Cristo que es conformada a la imagen de Dios. Es el Espíritu Santo el que nos producirá la simiente del arrepentimiento para odiar el pecado. Antes de que el Espíritu Santo nos aplicara la muerte y resurrección de Jesús amabamos el pecado, preferíamos al pecado antes que a Dios, pero ahora vemos el pecado de otra forma, como algo peligroso, inmundo y odioso que nos entriztece y avergüenza profundamente, de tal manera que logramos valorar en verdad la amorosa gracia de Dios en Cristo y nos voltea por completo del mundo lleno de pecado a Dios, produciendo en nosotros el anhelo y el esfuerzo por ser conformados a la imagen santa de Jesús.

Pero entonces si es el Espíritu Santo el que produce en nosotros la convicción de pecado, el arrepentimiento y la santidad cuando aplica la obra justificadora de Cristo en nosotros ¿qué nos queda hacer a nosotros, hay algo que podamos hacer?  Claro que sí, nos atañe corresponder al amor de Dios y andar como es digno del llamamiento al que somos llamados. Pablo lo resume de la siguiente manera en Efesios 4:22 al 24:

22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.

Pero hermanos, nunca debemos olvidar que la motivación viene de Dios y el cumplimiento de nuestras obras santas también son conseguidas por la obra de Dios. Este aspecto de cómo obra Dios en el creyente es un misterio pero nos toca reconocerlo porque así se expresa en la Palabra de Dios. Por ejemplo, Dios nos pide que oremos sin cesar, pero a la vez nos dice que Dios sabe todo lo que le hemos de pedir desde antes de que se lo pidamos, y que incluso el Espiritu Santo intercede por nosotros en nuestras oraciones por que las hacemos de manera imperfecta. Dios siempre obra en nosotros y nos ayuda para obedecerlo y cumplir nuestra responsabilidad y correspondencia de amor hacia Dios.

CONCLUSIÓN: LA IGLESIA ES SANTA (APARTADA Y PURA) EN CRISTO Y ES SANTA EN CUANTO ES SANTIFICADA

En conclusión, cuando hablamos de que la Iglesia es santa, nos referimos a que por medio de la obra de Cristo somos hechos justos y santos ante Dios, y ya no ve más nuestro pecado, pero también a que su Espíritu Santo viene a habitar en nosotros para seguir transformándonos en santidad. Y entonces desde esta vida somos renovados para empezar a cumplir nuestro propósito original de ser imagen de Dios reflejando la santidad de Dios en toda la creación siendo “la luz del mundo”. La Iglesia, en la unidad con Cristo es santa y santificada.

Gloria a Dios!

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