A imagen de Dios – Génesis 1:26 y 27
Meditación basada en Génesis 1:26 y 27 por el A.I. Fernando Acevedo P.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Muy buenos días hermanos y amigos. Les envía un saludo fraternal la Iglesia Berith y un servidor.
La meditación de hoy lleva como tema «A imagen de Dios», basada en el libro de Génesis 1: 26 y 27
En diferentes épocas de la historia, ha habido tanto pintores como escultores muy famosos, que han reproducido con gran belleza y realismo algunas escenas de la vida. Sin embargo, si comparamos cada una de sus máximas creaciones, con lo creado por el Señor, sólo serán una copia burda; porque no hay mejor pintor y escultor que Dios.
Cada uno de los artistas queda muy lejos del Artesano supremo, quien plasmó en su creación, una belleza imposible de igualar. Cuando Dios creó el universo y todo lo que existe, plasmó su marca única, a tal grado que los cielos declaran su gloria y el firmamento la obra de sus manos.
Dios creó a todas las criaturas que pueblan la tierra: las bestias, todo animal que se arrastra sobre la tierra; también a los que llenan los mares y a las aves que surcan los aires; y al final, en el sexto día, dijo Dios: hagamos al hombre, y así llevó a cabo su máxima creación; pero a diferencia de las demás criaturas a las cuales dotó de vida, puso en el hombre un sello único, que ningún otro ser viviente posee.
En el libro de Génesis 1: 26 y 27 dice:
26 Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. 27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creo; varón y hembra los creó.
Dice al principio de este pasaje: Hagamos al hombre. Aquí debemos entender que la palabra hombre, no significa varón, sino «humanidad». Entonces, esta palabra es para referirse a toda la humanidad, tanto hombres como mujeres; es decir, cuando decimos que el hombre pecó en el jardín del Edén, estamos diciendo que la humanidad completa cayó en pecado, porque Adán llevaba sobre sus hombros a cada uno de nosotros. Cuando cayó Adán, que quiere decir hombre, al desobedecer a Dios de manera deliberada, automáticamente nosotros lo desobedecimos.
Ahora bien, el hombre fue hecho a imagen de Dios, conforme su semejanza, a diferencia de las demás criaturas; tanto los hombres como las mujeres, llevamos el sello único que Dios puso en cada uno de nosotros, cuando sopló vida en nuestra nariz, convirtiéndonos en almas vivientes y poniendo su imagen en nuestro corazón, con el propósito de asignarnos una tarea de suma importancia. Esta tarea fue la de señorear en su creación; es decir, debíamos de labrar la tierra, cuidarla para que produjera más; así como también, debíamos cuidar de todos los animales, tanto terrestres, como las aves del cielo y los que llenan los mares. Debíamos gobernar la tierra y ejercer nuestro dominio, teníamos conservarla tal y como Dios la creó. Como imagen del Señor, el hombre es su representante, y nos colocó en un lugar privilegiado al llamarnos a ser virreyes de toda su creación. Todo estaba a nuestro cargo.
En Génesis 2:15 dice:
Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.
Por tanto, Dios nos llamó a llevar a cabo la tarea de reflejar el gobierno justo de Él, de reflejar Su Santidad y Su Misericordia. Él es incapaz de explotar o destruir su creación, porque Él es infinitamente bondadoso y justo, y de esa forma gobierna todo y lo sustenta.
Nosotros teníamos la responsabilidad de señorear sobre todo, y seguimos teniéndola hoy en día, pero ya no estamos capacitados, porque con la caída, algo horrible pasó; la imagen de Dios quedó completamente sucia, fue severamente deteriorada; la capacidad con que Dios nos dotó de reflejar Su Santidad, se vio afectada, quedando manchada para siempre.
Ahora bien, algunas personas afirman, que el ser a imagen y semejanza de Dios son dos cosas distintas; ya que, la Biblia afirma categóricamente que estamos hechos a su imagen, conforme a su semejanza. Pero en realidad, estas dos afirmaciones son un paralelismo, que era una técnica hebrea, que ayudaba para enfatizar una idea. Este paralelismo de imagen, conforme a su semejanza, reafirma más la idea de nuestro parecido con Dios. Dios nuestro Creador es infinito en cuanto a su existencia y atributos. Nosotros sus criaturas, somos finitos y compartimos algunos de ellos. Pero, ¿qué es un atributo?
Para que nosotros podamos afirmar algo acerca de nuestro Dios, es necesario un estudio exhaustivo y cuidadoso de su Palabra. De todo aquello que digamos y no esté fundamentado en la Biblia, debemos de evitar hacer una afirmación. Cualquier cosa que nosotros digamos de Dios que no venga de su Palabra, nos dirige a un campo peligroso, porque entonces, estaremos construyendo un ídolo.
El hecho de que hayamos sido creados a imagen de Dios, nos hace semejantes a Él, pero no en el sentido de que seamos creadores, ni que hayamos vivido por toda la eternidad, ni que tengamos su misma gloria, ni poder; sin embargo, tenemos algo de Él y en cierto sentido, somos como Él.
Dios es omnisciente, y a nosotros nos ha dotado de conocimiento, capaces de pensar, tomar decisiones, capaces de llevar a cabo investigaciones científicas. Pero este conocimiento es finito. Él es la norma absoluta de la moral, y a nosotros nos ha dado moral. También nos dotó con una mente, un corazón y una voluntad para llevar a cabo el trabajo.
En nuestro estado original, éramos sus representantes en este mundo, el nos había colocado como virreyes para enseñorearnos de la creación, nos había puesto al cuidado de cada una de las cosas que Él hizo. Todas estas facultades, nos permitían reflejar la santidad de Dios. Esa era nuestra principal función. Por eso nos dotó de ciertos atributos, para llevar a cabo lo encomendado. Desgraciadamente, entró el pecado al mundo.
Sin embargo, a pesar de nuestra caída, nuestra humanidad no quedó completamente destruida. Aunque ya es imposible reflejar la Santidad de Dios, todavía tenemos una mente, un corazón y una voluntad. Llevamos en nuestro interior la señal de nuestro creador, llevamos grabado en nuestro corazón su ley.
Ahora, la única forma de que volver a nuestro estado original, descansa en nuestro Señor Jesucristo; la restauración completa de nuestra santidad depende de nuestro Salvador. En el libro de Hebreos 1:3 leemos:
El cual (Cristo), siendo el resplandor de su gloria (el Padre), y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. Amén