Orar por el pueblo de Dios – Salmos 51:18-19

Parte 4 (final) de la Serie: Reflexiones sobre el SALMO 51
Meditación bíblica sobre el Salmo 51 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

Introducción

En la meditación anterior (Ofreciendo sacrificios espirituales) vimos que:

El verdadero arrepentimiento busca el perdón y busca la restauración, busca transformación y busca renovación.

David pedía a Dios que todo lo que había perdido por su pecado fuera renovado: un corazón limpio, un espíritu recto y dispuesto a obedecer, la presencia de Dios y el Espíritu de gracia y de gozo.

David entendió que no había absolutamente nada que pudiera servir como pago a Dios por Su perdón, sino que siguió dependiendo completamente de la misericordia de Dios y de la expiación prometida. En consecuencia, en lugar de sacrificios de animales, ofrece sacrificios espirituales.

David vio que el sacrificio de un animal en sí mismo no era lo que Dios deseaba.

Lo que Dios deseaba era que los pecadores vieran la enormidad de su maldad y mostraran un verdadero arrepentimiento por lo que habían hecho.

Los sacrificios nunca tuvieron la intención de ser una forma superficial de pedir perdón y ser un sustituto del verdadero arrepentimiento.

David estaba viendo su situación a través del los ojos de la ley escrita en el Antiguo Testamento -el Pentateuco / la Torá – y unos 300 años después, el profeta Isaías guiado por el Espíritu de Dios describe el sacrificio que se llevaría a cabo un día y que podría quitar toda culpa y toda vergüenza.

Isaías escribió:
«Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.» (Isaías 53:5-6)

En el Nuevo Testamento, en el libro de Hebreos leemos que las leyes del Antiguo Testamento sobre los sacrificios eran solo una sombra de las cosas buenas que estaban por venir, no las realidades mismas. Sólo una sombra.
Esos sacrificios, ofrecidos año tras año, no podían hacer que las personas fueran perfectas a los ojos de Dios.
Eran sólo un recordatorio de los pecados, porque es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados.

Al referirse a lo que Cristo Jesús hizo en el Calvario, el escritor de Hebreos dice
«porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.» (Hebreos 10:14)

En el Salmo 51, desde el inicio hasta el versículo 17, David estaba orando por sí mismo: pedía ser perdonado por Dios, ser restaurado y expresaba su ferviente deseo de caminar en obediencia a Dios, con agradecimiento y con un corazón contrito.

Orando por el pueblo de Dios

Ahora en el versículo 18, vemos que David ahora hace súplicas en nombre del pueblo de Dios.
Es una oración de arrepentimiento y por eso empieza orando por sí mismo, pero termina orando por el pueblo. Dice:

«Haz bien con tu benevolencia a Sion;
Edifica los muros de Jerusalén.»

David era un rey puesto por Dios en Israel. Era responsable del cuidado y la protección del pueblo de Dios.

Pero, su pecado trajo juicio y problemas al pueblo de Israel precisamente por eso: porque él tenía una posición como vicerregente -digamos- y pastor en nombre de Dios, algo que Dios mismo le había encargado.

Nosotros no tenemos esa posición frente al pueblo de Dios, sin embargo nuestro pecado también perturba a la iglesia.

Esos versos nos dan una comprensión más profunda del daño colateral causado por el pecado. Nuestro pecado no nos afecta sólo a nosotros. También tiene consecuencias de largo alcance sobre otros.

No podemos, desde luego, destruir la iglesia por nuestro pecado; ni podemos edificar y hacer crecer la iglesia con nuestros propios esfuerzos, pero sabiendo que es Dios quien edifica y preserva Su iglesia, nuestras oraciones de arrepentimiento deben tener en cuenta a los demás hermanos que están cerca de nosotros.

Porque somos miembros de un solo cuerpo, como podemos leer en 1 Corintios 12.

Por lo tanto, hermanos, oramos para que Dios quite nuestra maldad, para que preserve a Su pueblo, que fortalezca Su iglesia y la haga prosperar.

Este hermoso Salmo 51, termina diciendo:

«Entonces te agradarán los sacrificios de justicia,
El holocausto u ofrenda del todo quemada;
Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.»

Algunos preguntan: ¿a que se refería aquí David? ¿significa que en un futuro se van ofrecer nuevamente sacrificios en el Templo de Jerusalén?

La respuesta es: no.
David sabía que, como Rey, los terribles pecados que había cometido habían causado un gran daño al Reino, por lo que oró para que Dios restaurara la justicia a la nación para que los sacrificios de esos días se hicieran con el espíritu -o la intención- correcto.

El apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo nos da mas claridad sobre eso, diciéndonos qué tipo de sacrificios quiere Dios, ya que Cristo hizo el sacrificio perfecto de una vez por todas. Dice:

«os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.» Romanos 12:1-2

Unas palabras para terminar,

Cuando te sientas atrapado en medio del dolor abrumador por tu pecado, ora por el perdón -pide perdón a Dios- y ora por la restauración -pide ser restaurado- decídete a caminar en una nueva obediencia y ora por los demás, para que no caigan en pecado.

Y así, después de haber hecho esto de rodillas, nos podemos levantar y avanzar estando completamente seguros de lo que podemos leer en otro gran salmo, el salmo 103:

No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades,
Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados.
Porque como la altura de los cielos sobre la tierra,
Engrandeció su misericordia sobre los que le temen.
Cuanto está lejos el oriente del occidente,
Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.
Como el padre se compadece de los hijos,
Se compadece Jehová de los que le temen.
Porque él conoce nuestra condición;
Se acuerda de que somos polvo.

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