El eterno amor de Dios – Apocalipsis 1:8

Meditación basada en Apocalipsis 1:8 por el A.I. Fernando Acevedo P.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

 En la meditación anterior, dijimos que cuando afirmamos que Dios es amor, nos referíamos a que Dios es la naturaleza misma del amor; por tanto, el amor le pertenece porque Él es el fundamento, el origen y el manantial de ese amor verdadero. Decíamos también, que este atributo de Dios debemos entenderlo en armonía con sus demás atributos.

 Este amor de Dios es un amor santo, ya que uno de sus atributos que se eleva al tercer grado superlativo, es que Dios es Santo. Pero también Dios es eterno; por lo que, el amor de Dios es un amor eterno. Ahora bien, cuando hablamos de la eternidad de Dios, tenemos que ser conscientes de que esto nos lleva más allá de la duración de su existencia, nos lleva a formularnos una pregunta, ¿por qué Dios es eterno? Porque al hablar de Su eternidad estamos afirmando que Dios es auto existente.

 Es decir, su existencia no depende de ningún factor externo a Él, porque Él en sí mismo existe. No existe una fuente fuera de Él, que tenga el poder de darle vida, porque Él es la misma fuente de ese poder. Éste atributo de Dios se le conoce con la palabra teológica: «aseidad».

 Al pensar en la aseidad de Dios, la mente nos da vueltas, porque nuestra mente no posee la capacidad de pensar en Alguien que no tiene un comienzo y que puede extenderse hasta la eternidad. Como, por ejemplo, en matemáticas pensamos en los números naturales que comienzan en el cero y se extienden al infinito, esto es más fácil de comprender. Pero cuando nuestra mente quiere reflexionar acerca de que Dios no tuvo un principio y no tendrá fin, simplemente nuestra mente no puede contener tan profundo misterio, ya que, para nosotros, todo debe tener un comienzo. No puede concebir que exista un Ser cuya existencia es eterna y que no dependa de nada, así como nuestro ser que depende de Dios para poder existir.

Nuestra mente a lo mucho, puede comprender algo que tiene un comienzo y se extiende hasta la eternidad.

 En el libro de Apocalipsis 1:8 dice:

«Yo Soy el Alfa y la Omega», dice el Señor, «el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso».

¿Qué significa esto? Que el Señor tiene su ser en y por sí mismo. Su ser eterno no depende de nada externo a Él. Esto es, que nunca, desde la eternidad hasta la eternidad, hubo un momento en que Dios no existiera.

 Dice el Señor: «Yo Soy el Alfa y la Omega», el primero y el último, el principio y el fin. En la primera página de la Biblia, en el libro de Génesis 1:1 dice:

En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

Este inicio de la Palabra de Dios, marca un contraste abismal entre nosotros, el mundo y el Creador. Ya que, cuando dice en el principio, nos deja bien claro que este mundo y nosotros no existíamos, que nuestra existencia empezó en el momento mismo en que Dios, con el poder de su Palabra, nos llamó a existir; por tanto, no somos eternos. El mundo y nosotros, tuvimos un inicio, característica propia de una criatura.

 Ahora, ¿por qué nos ama Dios con ese amor eterno? Cuando Dios creó al mundo, lo creo en un estado de bondad, que, con la caída de la raza humana, éste se hundió en la miseria. Más, sin embargo, Dios no nos dejó solos, porque desde la eternidad tenía un plan de redención, que incluía dentro de Él la comprensión de Dios de Su carácter Trino y de la obra de redención, por medio de la cual, está rescatando a su pueblo elegido del colapso de la caída. Una obra que se llevaría a cabo entre las tres Personas de la Trinidad. Este pacto, teológicamente se conoce como el pacto de redención o pacto de gracia que Dios hace, pero no con nosotros, sino es el pacto que hace Dios el Padre con Dios el Hijo y con Dios el Espíritu Santo, en la eternidad pasada. A Dios no le tomó por sorpresa la caída del hombre, sabía que la humanidad iba a caer y tenía preparado este pacto para rescatar a los suyos, elegidos desde antes de la fundación del mundo.

 Así que, Dios Padre envía al Hijo al mundo, pero cuando lo envía, no lo hace de manera arbitraria, porque el Hijo había acordado desde la eternidad venir al mundo. Jesús, la segunda persona de la trinidad, le complació venir al mundo a cumplir su parte en el plan de redención, y en obediencia perfecta, hacer la voluntad del Padre. Luego, el papel del Espíritu Santo va de acuerdo con el Padre y el Hijo, y aplica la obra de Cristo al pueblo elegido por Dios. Así, la obra de redención no sólo es del Padre, o sólo del Hijo o, tan sólo del Espíritu Santo, sino que es una obra que se lleva a cabo por las tres personas de la Deidad.

 Entonces, volviendo a la pregunta, ¿por qué nos ama Dios con ese amor eterno?, porque Dios ama a todos aquellos que le ha dado a su Hijo, y como al Hijo lo ama desde la eternidad, y Dios nos escogió en la eternidad para enviarnos a su Hijo, entonces el amor que Dios tiene por nosotros, es eterno.

 Podemos recordar lo que hizo el rey David con Mefiboset, el hijo de Jonatán, hijo del rey Saúl, que al enterarse que estaba vivo, mandó por él para mostrarle la bondad de Dios. Una vez en su presencia le dijo:

No tengas temor, porque ciertamente yo te mostraré bondad por amor a tu padre Jonatán. Te devolveré todas las tierras de tu padre Saúl, y tú comerás siempre a mi mesa.

¿Por qué lo hizo? Rememorando, David y Jonatán llegaron a amarse como verdaderos hermanos; tanto, que Jonatán estaba dispuesto a dejar a su padre Saúl para unirse a David, a quién le reconocía como el ungido de Dios para ser el rey de Israel. Entonces David, no mostro bondad a Mefiboset porque lo amara mucho, porque ni siquiera lo conocía, sino que David mostro bondad con Mefiboset por causa del amor a Jonatán.

 Esto es lo que Dios ha hecho por nosotros. Debido al amor que le tiene a su Hijo, nos ha adoptado como sus hijos, haciéndonos parte de la familia real y convirtiéndonos en coherederos con Cristo, pues el Padre nos ama por causa de su Hijo. Así que, somos amados por Dios el Padre debido a que Dios el Hijo es amado por el Padre, y esto es algo que nunca debemos de olvidar.

 Al ser Cristo la niña de sus ojos, le da obsequios a su Hijo; estos obsequios somos tú y yo, que fuimos adoptados para formar parte de Su familia. 

Gracias por su atención. Que Dios les bendiga.

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