El amor de beneficencia de Dios – Mateo 5:43-48

Meditación basada en Mateo 5:43-48 por el A.I. Fernando Acevedo P.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

La semana pasada, estuvimos hablando acerca del amor benevolente de Dios hacía todas sus criaturas. Decíamos que Él no quiere que el impío muera; por eso, a lo largo de la historia, el impío ha sido advertido de las consecuencias de su pecado si no se vuelve de ellos. 

Dios es básicamente benevolente para con todas las criaturas; en su disposición hacia toda la humanidad, ama benevolentemente a todas las personas, y es por eso, que se ha extraído la idea de la salvación universal, de que nadie morirá y que todos irán al reino de Dios.

Pero debemos recordar, que, si a pesar de las advertencias que Dios hace a la raza pecadora para que se vuelva a Él, y no lo hace, inevitablemente morirá.

Dios no está dispuesto en el día final, a negociar Su justicia o Su santidad, y a pesar de que desea que los impíos no mueran, aun así, serán castigados por su maldad.

Por eso, todos los que hemos sido llamados a ser santos, fuimos llamados a anunciar las nuevas de salvación. Tenemos una responsabilidad para con todos aquellos que hacen el mal; debemos advertirles de las consecuencias de su proceder, para que ellos recapaciten y se vuelvan al Dios eterno; todos fuimos llamados a llevar el evangelio a aquellos que no lo conocen. En el libro de Romanos 10:15 dice: 14 ¿Cómo pues invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? 15 ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian las buenas nuevas!

Todo esto, tiene que ver con el querer de Dios. Dios no quiere que el impío muera, por lo que toma acciones para ello. Por eso, el día de hoy hablaremos acerca del amor de beneficencia de Dios, que tiene que ver con el hacer de Dios hacia este mundo. Entonces, el amor de beneficencia, son los favores que fluyen de Su buena voluntad que se derraman sobre todos, incluyendo a los impenitentes, los impíos, a los que cometen todo tipo de atrocidades. Ante esto, nos encontramos cara a cara con las enseñanzas que Jesús dio a sus apóstoles en el Sermón del monte.

            Leamos la cita bíblica de hoy, dice así:

43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, hacer el bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? 48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

El sermón del monte, marca un nuevo comportamiento para el creyente. Jesús les estaba anunciando a sus apóstoles una nueva ética de conducta, rompiendo así, con todos los parámetros establecidos por los rabinos, cambiando la visión de lo que se les había enseñado; así, marca una norma trascendente y en oposición directa a lo que los rabinos les habían venido diciendo. En el libro de Levítico 19:18 dice: No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.

Los rabinos adulteraron esta ley de Dios, al agregar a ésta la idea de que: si, ama a tu prójimo, pero puedes guardarte el derecho de odiar a tu enemigo. A esto Jesús dijo no, a pesar de que eso es lo que han oído, no son sí las cosas, por eso les estoy dando una nueva perspectiva de esto. No sólo están llamados a amar a su prójimo, sino también, a amar a su enemigo.

Pero, ¡qué difícil mandamiento!, tal vez es uno de los más difíciles que oímos de la boca de Jesús; qué difícil es amar a aquel que constantemente procura dañar tu vida de cualquier forma, provocando dolor en tu corazón constantemente, o a aquel que te quitó la paz, o que te robó algún bien material, o dinero y lo sigue haciendo, a aquel que maltrata a los que amas. ¡Qué difícil es amarlos!

Ahora bien, cuando Jesús habla del amor, no se está refiriendo a un sentimiento o apego hacia a alguna persona, sino que más bien es una orden. Él dice: amarás a tu prójimo, pero también a tu enemigo; es decir, se refiere a una acción. El verbo amarás, nos llama a actuar, nos llama a hacerlo, y nos hace saber que la acción de amar, no tiene nada que ver con el amor romántico, o un sentimiento fraternal, o de atracción, sino más bien, a lo que se refiere el Señor es amar con un amor de beneficencia; que nos llama a amar no sólo a nuestro prójimo sino también a nuestro enemigo, es un amor que tiene que ver con acciones. Así, todos los verbos que encontramos en este pasaje, tienen que ver con las acciones que debemos tomar; así leemos: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen. Todo esto que el Señor nos pide, lleva un propósito: el ser llamados hijos del Padre celestial.

Jesús nos llama a imitar al Padre porque Él es lo que hace, el ama a un mundo que lo aborrece, un mundo que está en su contra, un mundo que lo odia y lo niega, un mundo que lo maldice, y mientras lo maldice, Él demuestra su amor derramando sus bendiciones, dando sus favores a este mundo caído. Es por eso que Jesús, nos llama a ser como el Padre, nos llama a imitarlo para que seamos perfectos como el Padre que está en los cielos es perfecto.

Dios así lo hace, por eso el sol brilla sobre buenos y malos, llueve sobre buenos y malos, los buenos y los malos cosechan sus campos, a buenos y malos da dones; y así, podemos ver grandes artistas de la música, la pintura, la escultura, grandes médicos que hacen el bien curando a las personas y aún, muchos narcotraficantes, no todos, con un dinero mal ganado, hacen el bien a las personas necesitadas; y podríamos enumerar muchos otros casos más. A esto le llamamos la gracia común de Dios, que es muy diferente a su gracia salvadora, y tiene que ver con su amor de beneficencia.

Dios da su gracia común de manera indiscriminada, no hace ninguna diferencia, él muestra su misericordia dando a todos la lluvia, el aire, el agua, un techo donde poder descansar; dejando así al descubierto, por medio de acciones, Su beneficencia. Pero una cosa si es segura, mientras más gracia común da a las personas, dando a todos los beneficios de su amor, más ascuas de fuego acumulan los impíos por su ingratitud; por no agradecer a Dios todo lo que reciben de su mano. Seguramente todos hemos oído a las personas malvadas decir: todo se lo debo a la vida, o agradezco a algún santo por lo que he recibido o, gracias a que me esforcé lo logré, o en el mejor de los casos, agradezco a Dios y a la vida. Así que, mientras más recibamos bendiciones de las cuales no seamos agradecidos, amontonamos más ira contra nosotros en el día final; de modo que, todos los beneficios derramados en nuestra vida, se vuelven contra nosotros en el día del juicio. En conclusión, mientras más cosas buenas recibamos de la mano de Dios y no le agradezcamos a Él, éstas se convierten en una tragedia, por la respuesta que damos a las acciones amorosas de Dios. Por eso, seamos agradecidos a Dios por todo, por caminar, por respirar, por poder ver y oír, por tener alimento, un techo donde dormir, y por todas aquellas bendiciones que recibimos de la mano poderosa de Dios y ni siquiera tenemos conciencia de ellas. Recordemos que lo tenemos, es por la acción amorosa de Dios hacia nosotros.

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