¡Dónde van los años cuando se van!
Ahora que estamos por entrar en el nuevo año, podemos preguntarnos. ¿Dónde estará aquél que está por salir? Los años que pasan, ¿qué pasa con ellos? Algunos dicen que pasaron, ya fueron, y es olvidarse de ellos, porque se han ido y no regresarán. Pero, esto no es cierto.
Los años se nos quedan. Pregúntenle a quien está “cargado de años” y éste les dirá que carga con todos, por eso está “cargado de años”. Las experiencias del año pasado son ya la experiencia que tenemos. El crecimiento de los niños en el año pasado tiene que ver con “lo crecido” que son ahora. Lo que aprendimos en los años anteriores lo llevamos ahora como sabiduría. El crecimiento espiritual del año pasado, y del otro antes de aquel, está ahora en nuestra relación con Dios y en el disfrutar de su providencia. Los textos e himnos que aprendimos ya están en la memoria y por ello somos más maduros y contentos. Además, percibimos y entendemos mejor la vida. Lo que aprendimos de Dios queda como conocimiento y, como dijo Jesús, “ésta es la vida eterna”: que conozcamos a Dios.
Pero, no solamente lo bueno se queda. También lo malo. Las mentiras que decimos, nos seguirán molestando y también seguirán causándonos problemas. La confianza que traicionamos no se recupera automáticamente nos dejará por un tiempo bajo sospecha de los otros. Las malas conductas de que somos culpables dejan sus huellas, a veces permanentemente.
El estar donde estamos ahora tiene que ver con lo que caminamos el año pasado, y los años anteriores. El olvidar lo que pasó el año pasado no cambia nuestra ubicación; estamos donde estamos por lo que hicimos el año pasado. No nos podemos entender sin recordar nuestro pasado, ni saber dónde estamos sin recordar el camino que recorrimos.
Esperamos de Dios que olvide selectivamente. Queremos que olvide nuestros pecados, pero no debe olvidar sus promesas. Deseamos que Él eche al olvido nuestra rebeldía y nuestros egoísmos, pero que siempre se acuerde de que Cristo murió por nosotros. Nos gustaría que el perdón fuera simplemente la capacidad de Dios de olvidar lo que quisiéramos que olvidara, mientras que se acuerde de todo lo demás.
Pero esto no es el perdón. Dios no concede el perdón olvidando que somos pecadores. Todo lo contrario. Dios nos da el perdón porque otro pagó por nosotros. La deuda pagada es anulada. El perdonar es anular la deuda porque alguien la pagó. Nuestra culpabilidad es anulada, no porque Dios se olvidó de ella, sino porque, recordando, la cobró en su Hijo. Esto pasó en el pasado, y sigue vigente.
Los años no se van; se quedan. Nuestros pecados y nuestra deuda con Dios son anulados (si estamos en Cristo) Nuestra culpabilidad no existe, no porque Dios olvida, sino porque está anulada, o sea, perdonada. Muchos efectos del pasado se nos quedan. Tenemos que vivir con ellos. Pero entramos en este nuevo año, sabiendo que somos justificados libres de nuestros pecados para vivir, para nuestro Salvador.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith, boletín Buen Óleo, publicado originalmente domingo 31 de diciembre 2006