Cristo mediador del nuevo pacto ‬- Hebreos 9:1‭-‬22

Meditación sobre Hebreos 9:1‭-‬22 por el A.I. José Antonio Velázquez
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

Iniciamos con la lectura del pasaje…

Ahora bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal. Porque el tabernáculo estaba dispuesto así: en la primera parte, llamada el Lugar Santo, estaban el candelabro, la mesa y los panes de la proposición.
Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo, el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto; y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio; de las cuales cosas no se puede ahora hablar en detalle.

Y así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie.
Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste solo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas.

Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.
Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?

Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.
Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive.
De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre.
Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo: esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado.
Y además de esto, roció también con la sangre el tabernáculo y todos los vasos del ministerio.
Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.

En este pasaje el autor de la carta nos hace ver la importancia del sacrificio vicario de Cristo como sumo sacerdote en representación del pueblo ante Dios.
Nos recuerda que solamente una vez al año y debidamente purificado el sumo sacerdote podía entrar al lugar santísimo del tabernáculo, dónde estaba representada la presencia del Señor con el arca del pacto que contenía la evidencia física y palpable de la dirección, protección y provisión de Dios hacia su pueblo.
Por ser la representación de la tres veces santa presencia del Señor en medio de los escogidos no se podía acceder a ella sin el derramamiento de sangre, pues se ha establecido que solo así hay purificación.
El Señor Jesús siendo Dios mismo y al ofrecerse de su propia voluntad a derramar su sangre, limpia, pura, perfecta, pues jamás cometió pecado, nos limpia totalmente y para siempre a fin de servir al Dios vivo.
Este hecho se hace visible cuando al expirar el Señor Jesús en la cruz el velo del templo se rasga de arriba hacia abajo dejando libre la entrada al lugar santísimo, a la presencia de Dios padre, sin más impedimento y obstáculo, ¡Cristo ha cumplido con la paga para que los elegidos podamos gozar de la comunión con nuestro Padre celestial!
El nuevo pacto está en vigor, podemos gozar de esa herencia, pues se ha realizado el acto de muerte para poder recibir los beneficios establecidos en el testamento en el que estábamos incluidos.
No debemos menospreciar este importante hecho, una vez más vemos cumplida la fidelidad de Dios a su palabra, aún cuando hubo dolor, agonía y muerte, su amor por nosotros es tan grande que no omitió nada de lo que Él mismo estableció para que pudiéramos gozar de Él para siempre.
Nosotros no debiéramos dejar de alabarlo y adorarlo como le agrada, por su inmensa misericordia, y el mismo Señor estable como quiere que lo hagamos, viviendo vidas de servicio en su obra, recordemos que en otro pasaje que enseña que lo que hacemos para “los niños” y necesitados es como si lo hiciéramos para Él.
¿Cómo estás sirviendo al Señor para mostrar tu gratitud por su amor? Pues derramó sangre para la remisión de tus pecados y puedas vivir en comunión con Él.

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Epístola a los Hebreos
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