Justicia de Dios por la fe – Filipenses 3:7-11

Meditación bíblica sobre Filipenses 3:7-11 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

«Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la Ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe. Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte. Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos.» Filipenses 3:7-11

Cuando Pablo escribió esta epístola había cristianos judíos que se jactaban de cumplir los preceptos y mandamientos de la ley mosaica -la Torá- y por ello se sentían en la posición de poder reclamar -exigir- a Dios su salvación.
Aquí lo interesante es entender ¿que significaba para estas personas la salvación?
Para ello, necesitamos remontarnos a los primeros textos bíblicos, para comprender el concepto judío de salvación.
El Antiguo Testamento, presenta una relación única de Dios con el pueblo de Israel, entonces ellos entendían la salvación como algo colectivo y de carácter nacional, nunca personal o individual como lo entendemos nosotros.

El judaísmo asigna responsabilidad por los pecados del individuo, al pecador mismo. Y las bendiciones por la obediencia y las consecuencias por la desobediencia tienen efecto aquí y ahora, no en el mundo venidero.

Pero aquí Pablo da por sentado que eso es un error y que la salvación tiene efectos eternos, es decir, la salvación no sólo se aplica al aquí y ahora sino aun mas allá de la muerte.
Y ponemos nuestra esperanza en lo que el Cristo Jesús hace por cada uno de nosotros como individuos para expiar nuestros pecados y por tanto recibimos salvación. Pablo usa la expresión «la resurrección de entre los muertos».

Entonces esos hombres se jactaban de su cumpliento de la ley y por tanto se sentían merecedores de todas las bendiciones por su obediencia.

Pablo, podía jactarse más que ellos, como vemos en Filipenses 3:4-6
en donde Pablo escribe:
Yo mismo tengo motivos para tal confianza. Si cualquier otro cree tener motivos para confiar en esfuerzos humanos, yo más: circuncidado al octavo día, del pueblo de Israel, de la tribu de Benjamín, un verdadero hebreo; en cuanto a la interpretación de la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que la Ley exige, intachable.

Como vemos en ese pasaje, vivió una vida intachable de acuerdo a las disposiciones de la ley de Moisés, cumpliendo sus preceptos. Aunque eso no significa que estaba libre de pecado.
Además, provenía de la tribu de Benjamín, que fué la única tribu israelita que, junto con Judá, mantuvieron su lealtad a la monarquía de David.

Pablo, antes de su conversión, tenía un empeño tan grande en cumplir la ley, que estos se convirtió en una obsesión, y el libro de los Hechos nos narra la forma cruel en que perseguía a otros judíos que, siendo cristianos, no obligaban a los gentiles a cumplir con la ley de Moisés (Hechos 8:1-3; 9:1–2)}
Fué un perseguidor de la iglesia.

También vemos en el libro de Hechos, en el capítulo 9, que mientras perseguía cristianos, Pablo se encuentra con Jesús en el camino a Damasco.

Y ahí todo cambia.

Antes de eso, Pablo veía todas estas cosas como que con guardar la ley (y hacerla guardar) con tanto celo, se convertía en un hombre recto (justo) y se hacía merecedor de la ciudadanía en el reino de Dios.

En ese encuentro con Jesús cambió todo (Hechos 9:3-22).
Se dio cuenta de que ser «irreprensible», aunque es algo desable y bueno, no es la perfección por la cual Dios declara recto (o justo) a alguien.
Comprendió que estaba usando la Ley incorrectamente. El cumplir la ley se había convertido en su objetivo principal en la vida y se había olvidado de Dios, a quien apunta la Ley.

En ese momento crucial, Pablo vió con toda claridad que todo lo que pensaba que era ganancia en realidad era pérdida, que su única esperanza de redención era la justicia (rectitud) «mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe” (Fil. 3:9), no la justicia (rectitud) que intentaba obtener observando la Ley.

Pablo se dio cuenta de que ser un hombre recto (justo) en Cristo era totalmente contrario a buscar su propia justicia basada en sus propias obras.

De hecho, tuvo que renunciar a sus intentos de reconciliarse con Dios y, en cambio, confiar únicamente en la gracia divina.

No todos nosotros intentamos ganarnos el camino hacia Dios mediante el cumpliento de la ley de Moisés antes de conocer a Cristo.
Posiblemente, la mayoría de nosotros simplemente buscábamos hacer el bien que podíamos, esperando que esto compensara nuestras malas acciones.
De una forma o de otra, tuvimos que abandonar nuestros propios esfuerzos por ganar un estatus de «justos» o «rectos» ante Dios cuando Cristo Jesús nos alcanzó.
Y aun así, diariamente debemos abandonar nuestros propios esfuerzos por estar bien con el Señor y descansar solo en Jesús.

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