Ejemplo os he dado – Juan 13:1-17

Meditación bíblica sobre Juan 13:1-17 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

Lectura:

Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.
Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
Le dijo Simón Pedro: Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.

Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy.
Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.
Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.
De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.
Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hicierei
s.

Introducción

Es facil imaginar cómo, al caminar en sandalias por los polvosos caminos de Judea en el siglo I, las personas se llenaban tanto de polvo los pies, que era absolutamente necesario lavarse los pies al llegar a una casa, y especialmente antes de participar en una reunión en la que habría comida, porque la gente comía reclinada en mesas muy bajas y en esa posición los pies quedaban muy visibles.
Lavar los pies a los invitados era tarea de los sirvientes.
Así que, Jesús se envolvió una toalla en la cintura, echó agua en una palangana y comenzó a lavar los pies de sus discípulos.
El lavar los pies a los discípuloes era, pues, un acto de humildad que dejaba atónitos a esos hombres: que Jesús, su Señor y Maestro, lavara los pies de sus discípulos.
Lavar los pies era más bien algo que los mismos discípulos debían haber hecho, pero nadie se había ofrecido voluntario para ello.
En Isaías 53 vemos que Jesús vino a la tierra no como Rey y Conquistador sino como el Siervo sufriente.
Jesús, en Mateo 20:28, dice «el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.»

Presagio de su acto supremo de humildad en la cruz

La humildad expresada por ese acto de Jesús, era sólo algo que presagiaba su acto supremo de humildad y amor en la cruz.

Vemos que la actitud de Jesús contrastaba directamente con la de los discípulos. El evangelista Lucas relata que, un poco antes, habían estado discutiendo sobre cuál de ellos era el mayor (Lucas 22:24).
No se había contratado ningún sirviente para lavarles los pies en el aposento alto, y tampoco se les ocurrió lavarse los pies unos a otros.
De manera que, cuando Jesús mismo lo hace, quedaron atónitos.
Pedro se sintió muy incómodo con el hecho de que el Señor le lavara los pies y protestó: «No me lavarás los pies jamás» (Juan 13:8a).

Entonces Jesús dijo algo que debió haber sorprendido aún más a Pedro: «Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.» (Juan 13:8b). Y es cuando Pedro dice: «Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza.»

Entonces Jesús explicó: «El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos» (versículo 10).

Limpieza espiritual

El acto de Jesús de lavar los pies de los discípulos ilustró su limpieza espiritual. Jesús es el que perdona. Los discípulos ya habían pasado por limpieza total de la salvación y no necesitaban ser lavados nuevamente en el sentido espiritual.

La salvación es un acto único de justificación por la fe.
Lo que sigue es el proceso de santificación que dura toda la vida: un lavado diario de la mancha del pecado.
Mientras caminamos por el mundo, parte de la inmundicia espiritual del mundo se nos adherirá y es necesario que la lavemos y que Cristo nos perdone (ver 1 Juan 1:9).

Cuando venimos a Cristo para salvación, Él lava nuestros pecados y podemos estar seguros de que Su perdón es permanente y completo (2 Corintios 5:21).
Pero, así como una persona bañada necesitaba lavarse los pies periódicamente, nosotros necesitamos una limpieza periódica, ya que vivimos en un mundo contaminado por el pecado.
Esta es la santificación, realizada por el poder del Espíritu Santo que vive dentro de nosotros, a través del «lavamiento del agua por la palabra» (Efesios 5:26), esa palabra que nos ha dado para equiparnos para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).

Ejemplo os he dado

Cuando Jesús lavó los pies de los discípulos, les dijo: «Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13:15).

Como seguidores de Jesús, debemos seguir ese ejemplo, sirviéndonos unos a otros con humildad de corazón y de mente, procurando edificarnos unos a otros en humildad y amor.

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