La ira y el amor de Dios – Oseas 11:1-4

Meditación bíblica sobre Oseas 11:1-4 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

INTRODUCCION
¿Cómo te imaginas a Dios?
Cuando le describieron a Dios por primera vez,
¿Qué le dijeron acerca de él?
Algunos crecieron con una imagen de Dios que a muchos les han enseñado:
la imagen de que Dios es un Padre severo que no tolera imperfecciones ni debilidades. Dios mira con ira al mundo pecador. Dios es el Padre severo que exige justicia: un sacrificio de sangre por los pecados. Y junto con ello la imagen de que Jesús es el Hijo amoroso, dispuesto a pagar la pena y calmar la ira del padre y que él mismo nunca se enoja. Si creemos en Jesús, Dios Padre nos tolerará – por amor al Hijo a quien ama, pero que no necesariamente nos ama a nosotros.
Si estás entre las muchas personas que crecieron con esta imagen de un Dios enojado, vengativo y lleno de ira que no podía esperar para castigar al mundo por sus pecados, entonces espero hoy puedas tener una visión diferente de Dios de la Biblia.

Oseas, fue uno de los profetas menores del Antiguo Testamento, que vivió en el Reino del Norte de Israel a finales del siglo 8 a.C.
Oseas ilustra el amor perseverante de Dios por sus hijos: un amor tan fuerte que continúa a pesar de la rebelión, un amor que lleva a Dios a restaurar a su pueblo después de haberlos castigado.
Ilustra el amor perseverante de Dios mediante una parábola basada en la metáfora del amor de un padre por un hijo rebelde.
El tema se desarrolla de manera similar: infidelidad y rebelión, castigo y restauración.
El mensaje, tal como se desarrolla en Oseas 11, es como un drama en el que Oseas es el único actor que habla en nombre de Dios.

Veamos lo que dice en los primeros 4 versos:

Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo; pero cuanto más lo llamaba, más se alejaba de mí y ofrecía sacrificios a las imágenes de Baal y quemaba incienso a ídolos. Yo mismo le enseñé a Israel a caminar, llevándolo de la mano; pero no sabe ni le importa que fui yo quien lo cuidó. Guie a Israel con mis cuerdas de ternura y de amor. Quité el yugo de su cuello y yo mismo me incliné para alimentarlo.

¿Dios enojado?

Aquí a Dios no le preocupa hacer alarde de su dominio, sino que se deleita en ver crecer a su hijo, le enseña a caminar y lo guía a través de cada paso de la vida con bondad alimentándolo y ayudándolo a crecer fuerte.
Oseas señala la historia del Éxodo como prueba del amor de Dios.
Los israelitas estaban esclavizados en Egipto, y Dios escuchó sus gritos, su clamor – y de Egipto llamó a su hijo.

Levantó a Moisés como un gran líder y a través de él mostró su poder, revelando pacientemente su amor y su protección una y otra vez, hasta que los israelitas confiaron en él lo suficiente como para permitirle sacarlos de Egipto.

Dios los dirigió, con paciencia, so empujándolos, sino guiándolos suavemente con cuerdas de bondad y lazos de amor.
Les da la ley y les enseña a caminar con él. Los alimenta con maná y les proporciona agua.
Cuando las duras condiciones del desierto amenazan con la muerte, una y otra vez alivia su dolencias.
Su preocupación está centrada en sus hijos – desea su felicidad, su comodidad, su salud y su seguridad – y pone todo esto a su alcance libremente si tan sólo lo adoran y aceptan su amoroso liderazgo, su guía paternal y permanecen bajo su protección, y lo siguen a la tierra prometida.

Su pueblo le rechaza

No fue Dios quien rechazó a su pueblo, sino ellos quienes lo rechazaron a él. Muchas veces en el desierto los israelitas se quejaron contra Dios, y cuando llegaron a Canaán – la tierra prometida- rápidamente se olvidaron de Dios.

Comenzaron a abrazar a los dioses de los otros pueblos con quienes compartían la tierra.
Rechazaron la dirección de Dios, y entonces les empezó a rodear un clima político hostil. Asiria -un país vecino- amenazó con apoderarse de Israel.
Dios los había protegido en el pasado –los había sacado de la esclavitud– pero en lugar de volverse a Él, el pueblo de Israel intentó desesperadamente protegerse a sí mismo y entonces recurrieron alianzas extranjeras, el asesinato incluso y toda clase de cosas imitando a sus vecinos.
Todo eso los alejó mas de Dios.
Ahora veamos nuestra situación.
Nosotros nos alejamos de Dios una y otra vez.
Dios nos creó a su propia imagen y nos dio a luz. Dios nos ama, nos llama por nuestro nombre y anhela tener una relación con nosotros.
Sin embargo, una y otra vez abandonamos a nuestro amoroso Padre Celestial.
Dios nos ofrece amor, protección y la curación de nuestras heridas del mundo… pero, ignoramos el llamado de nuestro Padres y somos rebeldes.
A veces huimos de Dios… buscando consuelo en nuestros propios ídolos modernos, cualquier nueva posesión, pasatiempo, ideología o relación que nos prometa placeres, éxito y felicidad.
Y eso nos lleva a un rechazo mucho más sutil de Dios al negar nuestra propia identidad. Permitimos que el mundo defina como debemos ser de acuerdo a sus valores y pasamos la vida tratando constantemente de demostrarnos a nosotros mismos y a los demás que realmente valemos algo de acuerdo a esos valores, que de acuerdo a esos valores merecemos ser valorados; en lugar de disfrutar y proclamar ante todos nuestra identidad como hijos de Dios, creados a la propia imagen de Dios, llenos del propio Espíritu de Dios, dotados de los talentos y fortalezas únicos que da Dios a cada uno de sus hijos.

La restauración de Dios

Sin embargo, a pesar de todo nuestro rechazo, Dios tiene un corazón de amor y anhela sanarnos para restaurarnos a él. Un poco mas adelante, en el verso 8, Dios hablando a través del profeta Oseas, dice a Israel: Oh, Israel, ¿Cómo podría abandonarte? ¿Cómo podría dejarte ir? ¿Cómo podría destruirte como a Adma o demolerte como a Zeboim? Mi corazón está desgarrado dentro de mí y mi compasión se desborda. No, no desataré mi ira feroz. No destruiré por completo a Israel, ya que no soy un simple mortal, soy Dios. Yo soy el Santo que vive entre ustedes y no vendré a destruir. Dios determina no ejecutar el ardor de Su ira, aunque está enojado; pero no quedarán completamente impunes, él mitigará la sentencia y disminuirá su rigor. Se mostrará -con toda razón- enojado, pero no implacablemente; serán corregidos, pero no consumidos. El fundamento y razón de esta determinación: «no soy un simple mortal, soy Dios. Yo soy el Santo que vive entre ustedes».
Para animarlos, para esperar que encuentren misericordia, le dice lo que él es en sí mismo: Él es Dios, y no hombre, como en otras cosas, puede perdonar el pecado y perdonar a los pecadores.

Es un gran estímulo para nuestra esperanza en las misericordias de Dios recordar que él es Dios y no hombre. Él es el Santo.
Uno podría pensar que esta era una razón por la que debería rechazar a un pueblo tan provocador. No;
Dios sabe perdonar y perdonar a los pobres pecadores, no sólo sin reproche alguno a su santidad, sino con mucha honra de ella, como es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y en ello declara su justicia, ahora que Cristo ha comprado el perdón y lo ha prometido.
Con demasiada frecuencia, los cristianos contemporáneos aceptan la falsa e inútil dicotomía entre el Dios de ira del “Antiguo Testamento” y el Dios de amor del “Nuevo Testamento”.
Oseas 11 ofrece un retrato de una tensión divina que gradual pero decisivamente se resuelve del lado de la misericordia.

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