ORAR

El Dr. Richard L. Pratt Jr., en un libro que, recomiendo altamente, titulado Ora con los ojos abiertos, dice lo siguiente:
«Con frecuencia tratamos a la oración como a una lista de compras. Entramos al supermercado de Dios. Hacemos una reverencia protocolar en dirección suya, y luego procedemos a ocuparnos de la verdadera razón que nos trajo, es decir, la lista de compras. Dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a enumerar nuestros pedidos, uno tras otro. Dios mismo ocupa un segundo lugar. En efecto, este hábito de ignorar a Dios sugiere que preferiríamos que estuviera ausente del negocio para que no tuviéramos que preocuparnos de Él. Cuán fácilmente olvidamos que estamos tratando con una persona divina y no con un catálogo celestial de productos. Cuando acentuamos demasiado las cosas que necesitamos, estamos expuestos a descuidar a Aquél y a Quien necesitamos” (pág. 30).
Aunque suena raro, es cierto que para muchos cristianos la oración es problema.
Tenemos que llegar a Jesús, tal como lo hicieron sus discípulos, y pedirle, “Señor, enséñanos a orar”. Por lo general, nos damos cuenta de que oramos mal, y no estamos satisfechos con nuestra vida de oración. Nos llega a ser cierto tipo de hábito formal, y una práctica de costumbre, y somos diligentes en un formal cumplimiento de ellos, pero sentimos que realmente no sabemos orar. Luego nos acostumbramos a este sentimiento y no hacemos nada para rectificar la situación.
El orar es hablar con Dios, conscientes de que estamos en su presencia. Lo que debe llenar nuestros pensamientos es el hecho de que estamos delante de Él, y que le hablamos a Él, y que Él nos escucha a nosotros. Si no tenemos la consciencia de su presencia, o la experiencia de que estamos en su presencia, nos debemos preguntar si de verdad estamos orando. Es posible que estemos en la condición del fariseo que, según Jesús, «oraba consigo mismo» (Lucas 18:11).
En lugar de poner el énfasis en nosotros, en nuestras necesidades y deseos, en nuestras preocupaciones y problemas, debemos aprender a practicar la presencia de Dios en nuestras oraciones, concentrando nuestro pensamiento en Él, en su bondad, su providencia, su gracia, su grandeza, su justicia, su fidelidad, etc., etc. Así, en lugar de presentar a Dios una lista de deseos, la oración será una verdadera conversación con Dios.

Gerald Nyenhuis H. | Originalmente publicado el 15 de noviembre de 1998 en| Boletín Buen Óleo

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