Persistencia en oración – 1 Samuel 1:1–20

Meditación bíblica sobre 1 Samuel 1:1–20 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

La perseverancia de Ana: una lección de fe y paciencia
Introducción

Hoy exploraremos una historia bíblica sobre Ana. Esta historia es más que un simple relato antiguo; trata sobre cómo afrontar tiempos difíciles y encontrar esperanza.

¿Alguna vez te has sentido tan abrumado que parece imposible ver la salida? Sentirnos así  es un recordatorio de nuestra humanidad. Incluso Jesús, vivió y expresó emociones profundas: lloró ante la tumba de Lázaro y mostró su indignación en el templo. Jesús, Dios hecho carne, no se avergonzó de sentir y comunicar su dolor; nosotros también podemos reconocer nuestras emociones y llevarlas delante de Dios.

Dios ve y recuerda cada lágrima y cada momento difícil que pasamos; nada pasa desapercibido ante sus ojos.

En el Salmo 56:8 vemos lo que dice salmista:

Toma en cuenta mis lamentos;
registra mi llanto en tu libro.

¿Acaso no lo tienes anotado?

En lo más profundo de nuestro dolor, experimentamos la presencia fiel de Dios; no solo está a nuestro lado, sino que comprende de verdad nuestro sufrimiento y lo abraza con ternura.

La historia de Ana

Ana fue una mujer israelita que vivió en tiempos del Antiguo Testamento, cuya historia se narra en el primer libro de Samuel, capítulos 1 y 2.

Ana enfrentaba una situación muy dolorosa: no podía tener hijos, lo que en aquella época se consideraba una deshonra social y una señal de tristeza personal. Además, su esposo Elcaná tenía otra esposa llamada Penina, quien sí tenía hijos y, con frecuencia, provocaba y humillaba a Ana debido a su esterilidad, aumentando así su sufrimiento año tras año.

A pesar de estas adversidades, Ana nunca perdió la fe ni dejó de buscar a Dios. Al contrario, cada año viajaba con su esposo a Silo, el lugar donde se encontraba el tabernáculo de Dios, para orar y presentar sacrificios.

Fue en uno de estos viajes donde Ana, profundamente afligida y llena de amargura, se presentó ante Dios en oración.

Su dolor era tan grande que, mientras oraba en silencio, solo movía los labios y no emitía sonido.

El sacerdote Elí, al verla, pensó que estaba ebria, pero esas lágrimas eran sus oraciones silenciosas, el clamor de su corazón a Dios. Ella le explicó que estaba derramando su alma delante del Señor por su gran angustia y tristeza.

Lo que el sacerdote no veía era lo que Dios sí: un corazón rendido y confiado.

En su oración, Ana hizo una promesa: si Dios le concedía un hijo, ella lo dedicaría al servicio a Dios por toda su vida. Elí, comprendiendo la sinceridad de Ana, le deseó paz y le aseguró que Dios escucharía su petición. Ana se retiró confiada y, poco tiempo después, Dios respondió a su clamor: quedó embarazada y dio a luz a un hijo al que llamó Samuel, cuyo nombre significa “Dios ha escuchado”.

Fiel a su promesa, después de destetar a Samuel, Ana lo llevó al templo y lo entregó al cuidado del sacerdote Elí para que sirviera a Dios desde pequeño.

Como muestra de gratitud, Ana entonó un cántico de alabanza (1 Samuel 2), reconociendo que Dios tiene el poder de transformar la tristeza en gozo y de exaltar a quienes confían en Él.

La perseverancia en medio de la adversidad

La historia de Ana nos enseña varias lecciones importantes. Ana no se rindió ante la adversidad, sino que persistió en la oración, expresando su dolor y anhelo a Dios. La paciencia auténtica no significa resignarse pasivamente, sino acudir persistentemente a Dios, incluso en medio del dolor.

La confianza en el plan de Dios

Dios tiene el control de todas las cosas, incluso de la fertilidad de una mujer. Ana reconoció esta verdad y confió en el plan de Dios, aunque no lo entendiera completamente. Dios usó la esterilidad de Ana y el dolor que ella experimentó para un propósito mayor, que fue el nacimiento de Samuel, un profeta crucial para Israel.

La espera como proceso de transformación

La espera puede ser el escenario donde Dios transforma nuestro corazón y nuestra historia para un propósito mayor.

La gratitud y dedicación a Dios

La historia de Ana nos anima a confiar en Dios en medio de nuestras dificultades y a perseverar en la oración, sabiendo que Él tiene un plan para nuestras vidas. También nos enseña a ser agradecidos por las bendiciones recibidas y a dedicarnos a Dios en todos los aspectos de nuestra vida. 

La paz como recompensa de la paciencia (1 Samuel 1:18)

Después de su oración y compromiso, Ana experimentó un cambio interior:

“Y ella dijo: Halle tu sierva gracia delante de tus ojos. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste.”

La situación de Ana aún no había cambiado, pero su corazón sí. Esta transformación es el resultado de la paciencia; cuando aprendemos a esperar en Dios, recibimos su paz, esa que “sobrepasa todo entendimiento” como nos recuerda Filipenses 4:6-7:

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. 7 Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”

La paciencia no es solo la espera pasiva, sino la confianza activa en la fidelidad de Dios. Es en la espera donde aprendemos a depender de Él, donde nuestros corazones se fortalecen y nuestra fe crece. Y, finalmente, la paciencia nos conduce al fruto de la paz, una calma que sostiene aun en medio de la tormenta, sabiendo que Dios cuida de cada lágrima y cumple sus promesas en su tiempo perfecto.

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