EL GOZO QUE NO SE AGOTA – Juan 4:13-14
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Meditación bíblica sobre Juan 4:13-14 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
“Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” Juan 4:13-14
Vivimos en tiempos donde la gente tiene una sed tremenda de alegría. Todos andan buscando algo que los haga sentir bien: momentos intensos, emociones fuertes, promesas que parecen geniales… pero, como el agua de ese pozo, todo eso se acaba rápido. Lo que parece llenar, al rato deja un hueco más grande.
Jesús, cuando habló con la mujer en Sicar (una ciudad de Samaria), no le ofreció una emoción momentánea, sino algo totalmente distinto: una alegría que nunca se acaba. El gozo que Cristo Jesús nos da no depende de cómo esté el clima, de lo que pase en la vida o de cómo nos sintamos. Es como un manantial que nace dentro de nosotros, alimentado por la certeza de que Dios nos busca, nos perdona y nos regala vida eterna.
El gozo cristiano no es solo sentir bonito, no es una emoción sin raíces. Es una convicción profunda: sabemos que Dios está con nosotros. No porque lo sintamos todo el tiempo, sino porque lo ha prometido y lo demostró en la cruz. Esa seguridad es la que sostiene al creyente cuando todo va mal, cuando hay dudas o cuando el corazón se siente seco.
Pero debemos tener cuidado. No todo lo que parece gozo lo es. Hay una diferencia entre la emoción auténtica que nace de la verdad, y el emocionalismo que busca la emoción por la emoción misma. El primero nos impulsa a la acción, nos transforma, nos conecta con Dios y con los demás. El emocionalismo, en cambio, solo nos distrae, nos desenfoca y al final nos deja vacíos
Cuidado con el sentimentalismo espiritual. Más emoción no es más fe. Ser cristiano no es mezclar doctrinas con euforia. Es entregarse por completo: mente, corazón y voluntad. No basta con saber ciertas verdades o doctrinas o emocionarse en la iglesia. Lo que nos hace cristianos no es una experiencia intensa, sino una fe viva en Cristo, que transforma nuestra manera de pensar, sentir y vivir.
La iglesia primitiva no conquistó el mundo con shows de emociones, sino con una alegría verdadera, nacida del Evangelio. Eran gente que se alegraba, no porque la vida fuera fácil, sino porque confiaban plenamente en Dios. Pablo, en sus cartas, muestra mucha emoción, pero siempre como respuesta a la verdad que lo había cambiado por dentro. Su alegría no era una chispa que se apaga, sino una llama encendida por la gracia.
El amor de Dios, que el Espíritu Santo pone en nuestros corazones (1 Corintios 13), es la raíz de ese gozo. No es un amor lejano, es un amor que nos mueve, nos sacude y nos impulsa. Por eso, la pregunta es: ¿La verdad de Dios nos ha tocado de verdad? ¿Lo que creemos nos emociona y nos cambia? ¿Nuestro corazón está alineado con nuestra mente y nuestra voluntad? Si hoy buscas alegría, no te conformes con emociones pasajeras. Toma del agua viva. Jesús no te ofrece solo un consuelo para el momento, sino una esperanza para siempre. Su presencia no sólo calma la sed: transforma tu interior en un manantial que nunca se seca
