AVANZANDO EN LA MADUREZ ESPIRITUAL
El crecimiento espiritual se parece mucho al proceso de aprender a comer. Un bebé empieza con leche, luego pasa a papillas y, con el tiempo, disfruta de una dieta variada. Ahora, imagina a un niño de diez años que todavía solo toma leche: cualquiera pensaría que algo no anda bien en su desarrollo. Esa imagen refleja lo que pasa con muchos creyentes hoy en día: se quedan en las primeras etapas de la fe y no avanzan hacia algo más profundo. Antes era común que los cristianos leyeran la Biblia juntos en casa y oraran en familia; hoy esas prácticas se han vuelto menos frecuentes, y eso deja la vida espiritual en la superficie.
Este no es un problema nuevo. El autor de Hebreos ya hablaba de creyentes que parecían niños espirituales, “tardos para oír”, incapaces de enseñar porque todavía necesitaban que se les explicaran los fundamentos. Su crecimiento estaba detenido porque evitaban enfrentar enseñanzas más profundas y desafiantes.
Nosotros vivimos algo parecido. Muchos prefieren quedarse en lo básico y no dar el paso hacia lo que realmente fortalece la fe. Pero Jesús nos invita a crecer. Él nos da el fundamento -la “leche”, pero también nos conduce hacia el “alimento sólido”: una comprensión más rica y transformadora de su mensaje. Con la guía del Espíritu Santo, podemos avanzar en sabiduría y discernimiento.
La madurez espiritual no se trata solo de acumular conocimiento, sino de ponerlo en práctica. Es aprender a tomar decisiones alineadas con los principios bíblicos, ejercitar el discernimiento y distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Para crecer, necesitamos sumergirnos en la Palabra de Dios de manera constante y profunda. Eso significa orar, estudiar y, sobre todo, vivir lo que aprendemos. No basta con escuchar: se trata de encarnar la Palabra en nuestra vida diaria.
IGLESIA NACIONAL PRESBITERIANA BERITH, BOLETIN BUEN ÓLEO Domingo 23 de Noviembre 2025
