EL CUMPLIMIENTO DEL TIEMPO – Gálatas 4:4-5
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Meditación bíblica sobre Gálatas 4:4-5 por Alfonso Abascal
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
Hoy hablaremos del cumplimiento del tiempo y para esto daré lectura a Gálatas 4:4-5. Dice así:
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.”
En la historia de la humanidad se han dado muchos y grandes imperios, como el de los egipcios, los asirios, los persas, los griegos y, después, los romanos. Con cada imperio surgieron muchos y diferentes ídolos. Fue durante el imperio romano que el Dios creador de los cielos y la tierra determinó el tiempo exacto para enviar a su Hijo unigénito. Siendo igual a Dios, Jesús tomó forma humana, nació y habitó entre nosotros en el cumplimiento del tiempo, dándonos a conocer las buenas nuevas. Esto es, que Jesús nos liberó del yugo de la ley, eliminando toda pena y deuda, pues, estando bajo la ley, estábamos bajo su dominio y, por lo tanto, obligados a obedecerla, pero sin lograrlo. Así que Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, esto es, como un ser humano, y nacido bajo la ley, es decir, obligado a cumplir la ley de Dios, siendo él el único que pudo lograrlo. De este modo, rescató a los que estaban bajo la ley. Esta palabra, «rescatar», también se traduce como «redimir» y significa liberar al esclavo de su dueño pagando el precio total por su liberación. Jesús le paga a la ley el precio en su totalidad: Jesús cumplió por nosotros todas las demandas de la ley.
Y no sólo esto: además, Jesús nos otorga los derechos de hijos, somos adoptados por medio de Jesucristo y, como hijos, también herederos del reino. Sin Cristo, y como esclavos de la ley y del pecado, no podíamos aspirar a relación alguna con el Padre; más ahora, en Cristo, tenemos el estatus legal de hijos, gozamos de una nueva vida con todos los privilegios del hijo, por la obra de nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Jesús quitó la maldición del pecado y nos dio la bendición que sólo él merecía, y esto, sólo por gracia.
