
Creación y Redención
En el principio cuando todo fue bueno ya que el mismo Creador lo había pronunciado bueno, toda la vida fue sagrada, desde las oraciones matutinas de la primera pareja hasta sus últimos besos, no había ninguna distinción entre lo sagrado y lo secular. El trabajo era una vocación divina, que no servía a otro propósito que servir a Dios y disfrutarse haciéndolo, ya que el ser humano no tenía que proveer para sí mismo, ni buscar su redención por obras, debido a que ni había nada de que pudiera ser redimido. El cansancio era un deleite ya que encontró su descanso en su Creador.
Dios creó al ser humano para mostrar su señorío sobre toda la creación, y lo puso a nombrar a los animales para subrayar su papel de mayordomía sobre toda la creación. El ser humano cumplió con su tarea como una alabanza a Dios, y seguía en el cultivo del huerto y desarrollando su pericia en las artes para hacerlo. Su mayordomía implicaba responsabilidad, complemento y fidelidad, que recibían como un honor y una manifestación de su dignidad. Su crecimiento en el conocimiento, pericia, destreza y habilidad que su oficio le exigía, era una fuente de profunda satisfacción, y su competencia (que iba en aumento) de glorificar a su Creador le llevaba hasta el borde del éxtasis.
No había necesidad de gobierno ya que los seres humanos sabían la voluntad de Dios, y la cumplían con esmero. No había organigramas ni áreas de jurisdicción o restricciones en el ejercicio de autoridad porque había una perfecta armonía entre la voluntad de Dios y el comportamiento de todas sus criaturas.
Sin embargo, todo esto cambió después del pecado. Con la rebeldía del ser humano, toda esta armonía fue desgarrada en miles de pedacitos de cacofonía, cada una fue una expresión de desobediencia que peleaba con los demás, para hacer que cada acto de rebelión fuera más feo que el otro.
El trabajo, que una vez fue un placer, encanto y regocijo, se tomó como castigo y un desagrado que provocaron un deseo de venganza y revancha en el rebele, por la dicha perdida. En lugar de cultivarse a sí mismo como criatura de Dios y cuidar toda la creación como obra de Dios, lleva ahora deseo de independizarse y destruir toda la creación de Dios, incluyéndose a sí mismo. Busca oportunidades de hacer su propia voluntad y no la de Dios, haciendo cada vez más lejos la armonía establecida por Dios, y la enemistad llega a hacer la predomínate actitud en las relaciones humanas.
En esta situación, Dios anunció la redención, en forma de una promesa. Proclamó que no iba a dejar al rebelde destruir la creación, además, prometió la destrucción de la maldad por la simiente de la mujer, el Redentor.
La redención contiene dos partes: la protección de la creación y su reconstrucción (que es lo que llamamos la “gracia común”), y la renovación del rebelde (la “gracia especial”), pagando sus deudas, perdonando sus pecados y proporcionándole la esperanza de volver a ocupar el paraíso de Dios.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith. Boletín Buen Óleo domingo 15 de febrero de 2004.