El mundo es de mi Dios
Hay algunas verdades que deben cambiarnos la vida. La verdad del título de este editorial es una de ellas. La cantamos de cuando en cuando (#67, en nuestro himnario) y es un himno que tenemos que cantar con fervor y convicción, ya que es una de las verdades fundamentales de nuestra vida.
Si el mundo es de nuestro Dios, entonces no nos pertenece, ninguna parte de él. Todo lo que parece pertenecer a nosotros no es tanto para nuestro y placer, sino es un encargo para ser usado y empleado para el verdadero dueño.
Si en mundo es de nuestro Dios, tenemos licencia de reclamar todo para Él, no habrá lugar que no sea de Él. No hay lugar donde no tengamos derecho de estar, si estamos ocupados con los asuntos de nuestro Padre Celestial. Por lo tanto, la evangelización es una actividad legítima en todo el mundo.
Si el mundo es de nuestro Dios, dondequiera que estemos, estamos en casa. Por lejos que vayamos, nunca estamos fuera del territorio de nuestros Dios. Cuando tenemos comunión con Dios, esto es un gran consuelo; cuando estamos de desobedientes y rebeldes, no podemos escaparlo. Como Adán no podemos escondernos en los arbustos y como Jonás no estamos fuera de su alcance, ni aún en el mar.
Si el mundo es de nuestro Dios, vemos su gloria en todas pares, Todo el mundo nos cuenta de su poder, sabiduría, cuidado, providencia y diseño. Podemos cantar con sinceridad y entendimiento el Salmo 19, y muchos otros. Vemos su mano en todos lados, y eso nos consuela.
Si el mundo es de nuestro Dios, podemos entender cómo Él puede dirigir toda la historia aun en sus aspectos geográficos, para realizar sus promesas en nuestra salvación. En términos de esta verdad, tenemos la dicha de comprender el “cumplimiento del tiempo”, y anhelamos ver su plenitud en la venida de nuestra Salvador.
Ni cabe duda, muchas veces, a solas y en grupo, debemos cantar, con una gran alegría y convicción el himno “El mundo es de mi Dios”.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith, Boletín Buen Óleo domingo 27 de junio de 2004.