Vivir en el Nuevo Pacto – Parte 3: El corazón del hombre – Hebreos 8
Meditación sobre Hebreos 8 por el A.I. Saulo Murguia A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
Iniciemos con la lectura del pasaje:
Hebreos 8:8-13
8 Porque reprendiéndolos dice:
He aquí vienen días, dice el Señor,
En que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto;
9 No como el pacto que hice con sus padres
El día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto;
Porque ellos no permanecieron en mi pacto,
Y yo me desentendí de ellos, dice el Señor.
10 Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel
Después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en la mente de ellos,
Y sobre su corazón las escribiré;
Y seré a ellos por Dios,
Y ellos me serán a mí por pueblo;
11 Y ninguno enseñará a su prójimo,
Ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor;
Porque todos me conocerán,
Desde el menor hasta el mayor de ellos.
12 Porque seré propicio a sus injusticias,
Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.
13 Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.
En las semanas anteriores hemos dicho que hay algunos de los aspectos del Antiguo Pacto que cambian en el Nuevo Pacto, y nos permiten distinguir las diferencias fundamentales entre los dos pactos.
Hemos hablado de: La ley sacrificial y del Sacerdocio.
Hoy hablaré de otro aspecto que cambia en el Nuevo Pacto: el corazón del hombre.
La próxima semana hablaré de otro aspecto que cambia en esta Nuevo Pacto: las promesas de Dios.
Un cambio de corazón
Dios dio a Israel sus leyes eternas que definen el pecado —con los 10 mandamientos como base de la responsabilidad que tenía Israel en el Antiguo Pacto (Éxodo 34:27-28; Deuteronomio 4:13).
Sin embargo, como vemos en el versículo 7, hay un problema fundamental aquí: aunque la ley de Dios es perfecta (Salmo 19:7), las personas no lo eran.
Dios sabía por anticipado que a los israelitas les faltaba algo muy importante.
¿Cual era el problema de ese Antiguo pacto?
Ellos no tenían el corazón que necesitaban para ser verdaderamente obedientes a Él (Deuteronomio 5:23-29).
Los israelitas estuvieron de acuerdo en obedecer a Dios por una motivación externa. La razón era que tenían miedo del castigo de Dios (Éxodo 20:18-21), pero esta clase de motivación no garantiza una conducta correcta.
De hecho, es necesario que una persona esté internamente convencida de hacer lo que es correcto, pero -debido a su estado natural de pecado- fácilmente escoge hacer lo que es incorrecto.
El Antiguo Israel tristemente desobedeció una y otra vez a Dios en el transcurso de su historia, incluso a pesar de recibir un severo castigo como resultado de ello.
Vez tras vez, los israelitas rompieron el pacto que hicieron con Dios, poniendo de manifiesto una falla garrafal en el pacto.
La falla no tiene que ver con las leyes -que ellos estuvieron de acuerdo en obedecer- sino en las personas mismas, el pueblo mismo (Hebreos 8:7-8).
Los israelitas no tenían un corazón que conociera verdaderamente a Dios, porque todavía no era el momento para que Dios les diera esa clase de corazón (Deuteronomio 29:4).
Pero aun sin un corazón correcto, todavía era posible para los israelitas responder a la corrección de Dios cuando ellos tomaban malas decisiones. Lamentablemente, ellos fallaron y no cambiaron su comportamiento.
Al conocer este ejemplo, nosotros recibimos una poderosa lección, nos damos cuenta de lo fácil que es pecar (1 Corintios 10:11-12).
En el Nuevo Pacto, el pueblo de Dios tiene la oportunidad de recibir un corazón dispuesto a obedecerle a Él. En el Antiguo Testamento, Dios anunció que vendría una época en la que sus leyes y serían escritas en sus corazones —cuando verdaderamente ellos pudieran conocerlo a Él (Jeremías 31:31-34).
Cuando Dios envía su Espíritu, el Espíritu de Dios en el día de Pentecostés, esa meta se convierte en algo posible de lograr, pero sólo por los méritos de Cristo Jesús.
Por medio del poder del Espíritu Santo, los cristianos pueden aprender a pensar como Dios, como vemos en el pasaje con el que me gustaría concluir mi participción de esta mañana.
Se encuentra en 1 Corintios 2:11-16
11 Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido,
13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.
14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.
15 En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.
16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.
La mente de Dios —reflejada en su ley de amor— puede ahora vivir en el corazón de quienes formamos parte de su pueblo.