Que no tenga más alto concepto… – Romanos 12:3
Meditación sobre Romanos 12:3 por el Pbro. Pedro Arcos Sánchez
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
El libro de Romanos tiene 3 estructuras, o divisiones.
Ya había mencionado que la primera habla del pecado, la segunda parte habla de la salvación, y la tercera habla sobre el servicio.
Así que el capítulo 12-al 16 de Romanos responde a:
¿Cómo deberán responder en sus vidas diarias aquellos que han sido justificados por la gracia?
El apóstol Pablo presenta nuestros deberes para con los otros creyentes, para con el gobierno y para con nuestros hermanos más débiles.
El capítulo 12 de Romanos los versículos 1,2 ya habíamos estudiado y lo que vamos a estudiar son los versículos 3-8, pero solamente en esta mañana enfocaremos nuestra meditación el versículo 3, que dice de esta manera
«Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.»
Dentro de la unidad del cuerpo de Cristo hay diversidades de capacidades, de dones, de servicios, etc.
En el versículo 3, el apóstol hace la exhortación que sigue “por la gracia que me ha sido dada” (v.3); no se refiere a qui a la gracia por la que somos salvos, sino por la gracia del apostolado, que también a él se le ha dado “conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” así dice la última parte del versículo 3, donde vemos que “fe”, en este contexto, significa “el poder espiritual que se ha dado a cada cristiano al efecto de cumplir con su responsabilidad”. como dice F.F. Bruce.
Este poder se da en la medida que el desempeño de cada servicio requiere dentro de la comunidad eclesial.
Pablo nos exhorta a no tener (de sí mismo) un concepto más alto que el concepto que se debe tener, sino a tener un concepto que sirva para pensar con sensatez.
Dice que no hay nada en el evangelio que pueda alentar a nadie a tener un complejo de superioridad.
Nos apremia a ser humildes en el ejercicio de nuestros dones.
Nunca deberíamos tener ideas exageradas de nuestra propia importancia. Tampoco deberíamos tener envidia de los demás.
Más bien, deberíamos darnos cuenta de que cada persona es singular y de que todos tenemos una importante función que llevar a cabo para nuestro Señor.
Deberíamos sentirnos felices en el lugar que Dios repartió a cada uno en el Cuerpo, y deberíamos tratar de ejercitar nuestros dones con toda la energía que Dios suple.