Esperar al Redentor – Lucas 2:21-32

El ejemplo de Simeón: Una vida guiada por el Espíritu Santo

Meditación bíblica sobre Lucas 2:21-32 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

Introducción

La paciencia, uno de los frutos del Espíritu según Gálatas 5:22–23, es un valor esencial en la vida cristiana. No es simplemente resignarse al paso del tiempo; es cultivar una esperanza activa, profundamente arraigada en la certeza de que Dios cumple lo que promete. En una sociedad que valora la inmediatez, la historia de Simeón nos invita a redescubrir el valor espiritual de la espera guiada por el Espíritu Santo.

Lectura del pasaje

21 Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido.

22 Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor 23 (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), 24 y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos. 25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. 26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. 27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, 28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:

29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,

Conforme a tu palabra;

30 Porque han visto mis ojos tu salvación,

31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;

32 Luz para revelación a los gentiles,

Y gloria de tu pueblo Israel.

El testimonio de Simeón

Simeón era un hombre justo y piadoso, reconocido por su devoción y esperanza constante en el “Consuelo de Israel”. La Escritura dice:

» Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.» (Lucas 2:25).

A este hombre le fue revelado por el Espíritu Santo que no moriría sin antes contemplar al Mesías (Lucas 2:26). No tenía detalles ni fechas, pero vivía cada día con el corazón encendido por una promesa de Dios. Esa espera no era pasiva, sino una perseverancia alimentada por la fe: una paciencia madura que se sostiene por la guía del Espíritu.

La espera recompensada

Guiado por el Espíritu, Simeón acudió al templo el día en que José y María presentaron a Jesús. Al ver al niño, Simeón lo reconoció enseguida. No por señales externas, sino por el discernimiento del Espíritu, que era el cumplimiento de la promesa. Tomándolo a Jesús en brazos, alabó a Dios con palabras que aún hoy nos conmueven:

“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación” Lucas 2:29-30

Su fe fue recompensada. Su paciencia, lejos de haber menguado con los años, se mantuvo firme hasta el cumplimiento de la promesa. Este momento nos enseña que el Espíritu prepara el corazón para ver el obrar de Dios cuando llega el tiempo señalado.

Paciencia: un fruto que glorifica a Dios

La paciencia que Simeón practicó es la misma que se destaca en la enseñanza apostólica.

Pablo exhorta:

En Romanos 13:14

“vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.”

En Gálatas 5:16 dice:

“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.”

Y concluye diciendo en Gálatas 5:22:

“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe”

La paciencia es una señal de madurez espiritual y de profunda comunión con Dios.

La paciencia es señal de madurez espiritual y comunión profunda con el Señor. En nuestro contexto actual, donde todo exige rapidez, esta virtud se vuelve una expresión contracultural del Reino. Santiago nos recuerda:

“Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.” Santiago 5:7–8

La actitud de Simeón refleja esa espera firme, esa expectativa que se aferra con gozo a lo que Dios ha dicho.

Conclusión

La historia de Simeón nos enseña que la paciencia no es pasividad, sino confianza activa en la fidelidad de Dios. No realizó grandes milagros ni predicó sermones memorables, pero vivió bajo la guía del Espíritu Santo, esperando al Salvador con perseverancia silenciosa. En lo secreto de cada día, glorificó a Dios confiando en lo que aún no veía.

En tiempos donde se exige rapidez, su vida nos recuerda que Dios honra a quienes esperan en Él. La paciencia obrada por el Espíritu no solo es una virtud, sino un acto de adoración: una forma de decir “Confío en ti, Señor, aunque todavía no lo vea”.

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