
UN PUEBLO INCRÉDULO – Hechos 13:26-37
Meditación bíblica sobre Hechos 113:26-37 por Alfonso Abascal
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
Seguiremos con la meditación del Libro de los Hechos
La semana pasada hablamos de cómo el apóstol Pablo, junto con Bernabé, continuaron con su viaje misionero, llegando a Antioquía de Pisidia, predicando cómo Dios obró en el pueblo de Israel, llevando a cabo el cumplimiento de su promesa, el nacimiento de Jesús el Salvador, y que, a pesar de todas las evidencias, fue rechazado. Hoy meditaremos brevemente en esto, y daremos lectura a Hechos 13:26-37.
Dice así la palabra de nuestro Dios:
Varones hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre vosotros teméis a Dios, a vosotros es enviada la palabra de esta salvación. Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle. Y sin hallar en él causa digna de muerte, pidieron a Pilato que se le matase. Y habiendo cumplido todas las cosas que de él estaban escritas, quitándolo del madero, lo pusieron en el sepulcro. Mas Dios le levantó de los muertos. Y él se apareció durante muchos días a los que habían subido juntamente con él de Galilea a Jerusalén, los cuales ahora son sus testigos ante el pueblo. Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de David. Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción. Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción. Mas aquel a quien Dios levantó, no vio corrupción.
El apóstol Pablo nuevamente inicia su relato del mismo modo que lo hizo con la historia de Israel, pero ahora lo hace narrando la historia de Jesús, hablando de dos grandes hechos, la muerte y la resurrección de Jesús. En estos versículos podemos notar que los israelitas no es que no hayan leído u oído acerca del Mesías prometido.
Nada de eso. Lo que sucedió es que ellos no lo entendieron así. Por esto el apóstol Pablo les demuestra que todo lo que le acontecería a Jesús, el Mesías prometido, ya había sido profetizado en las Escrituras.
Admite que Jesús no fue reconocido ni por el pueblo ni por los gobernantes. Sin embargo, cuando lo condenaron, dieron cumplimiento a las profecías que de él se habían escrito, y que ellos conocían bien porque las leían en la sinagoga. Así, sin tener causa digna de muerte, pidieron a Pilato que le crucificara colgándolo de un madero, pero Dios le levantó de los muertos.
Jesús resucitó y se apareció a sus discípulos, siendo ellos sus testigos. Es interesante notar cómo Pablo dice ellos, pues él no era uno de los doce, pues ciertamente él no había estado durante su ministerio. Sin embargo, ahora Pablo cambia el enfoque, pasando del ellos al nosotros, incluyéndose a sí mismo.
Recordemos el llamado de Pablo camino a Damasco, diciendo “nosotros os anunciamos el Evangelio”, y cita tres porciones del Antiguo Testamento corroborando quién es Jesús y su linaje:
Salmo 2:7 “Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.”
Habla del Hijo de Dios vinculado a las promesas hechas a David, de que a través de su descendencia su trono sería afirmado para siempre.
Isaías 55:3 “Os daré las misericordias fieles de David”
Pablo está hablando acerca de las grandes bendiciones, que son seguras y permanentes sólo por la resurrección del Hijo de David, y prestando oídos a las buenas nuevas del Evangelio.
Salmo 16:10 “No permitirás que tu santo vea corrupción”
Pablo hace una comparativa con David, quien murió y fue sepultado con sus padres, y su cuerpo vio corrupción, es decir, su cuerpo pasó por un estado de descomposición. No así el cuerpo del Señor Jesús, quien resucitó al tercer día.
Lucas también cita estas palabras en Hechos 2:31. Dice: “Su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción”.
El alma es la unión de la parte física con el aliento de vida, que nos hace un ser consciente, y el Hades o el Seol es el sepulcro a donde es colocado el cuerpo de las personas muertas.
Recordemos que Jesús, antes de morir, entregó su espíritu a su Padre, y su cuerpo no vio corrupción, es decir, no pasó por un proceso de descomposición, pues al tercer día resucitó. Ni su alma ni su cuerpo vieron corrupción. Ahora, como lo mencionamos al inicio, para el pueblo judío, todas estas evidencias no fueron claras, sin embargo, todas apuntaban al Mesías prometido por Dios, a Jesús, el Salvador.
La meditación del día de hoy nos da al menos tres evidencias de quién es Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador, y siempre habrá quien no lo crea así, pero para el creyente hay una nueva esperanza, pues ciertamente morirá, pero sabe que por la obra redentora de Jesús en la cruz, su resurrección y por la fe pasará de muerte a vida, a vida eterna, y esto sin duda lo cambia todo.