Señales de una fe genuina – 1 Pedro 1:3

Meditación bíblica sobre 1 Pedro 1:3 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

UN LLAMADO A EXAMINAR EL CORAZÓN Y AFIRMAR LA FE

Imagina que estás bajo tierra, escuchando bombas caer, alarmas sonando, y el eco de la muerte rondando cerca. En momentos así, nadie se pregunta por trivialidades. Lo único que importa es esto: ¿estoy verdaderamente listo para encontrarme con Dios?

Hoy quiero invitarte a examinar tu corazón. No con miedo, sino con esperanza. Porque la cercanía de la muerte despierta lo eterno… y lo eterno exige una fe viva. Vamos a hablar de seguridad, de certeza, y de lo que realmente significa estar en Cristo.

Un momento para examinar el corazón

Imaginate que formas parte de una iglesia, asistes cada semana, pero aún no has entregado tu vida a Cristo. Y de pronto, te ves en medio de una crisis, estas en un lugar bajo tierra, escuchando bombas caer y aviones de guerra, alarmas… quizás, en un momento así, examinarías tu corazón con urgencia.

Ante esa situación, no creo que te gustaría tener dudas acerca de tu destino.

Después de la muerte solo hay dos posibilidades: el cielo y el infierno. Y cuando la muerte se acerca, muchos buscan con sinceridad el evangelio que salva. También los creyentes desean confirmar que su fe es genuina.

Sabemos que la iglesia está compuesta de verdaderos creyentes y falsos creyentes; de trigo y cizaña. Lo sabemos porque Jesús lo dijo.

Jesús también dijo que en el día del juicio: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” y Él les dirá: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”

Habrá personas que, en el momento del juicio, creerán que van al cielo, solo para descubrir que no es así; van al infierno.

Por eso, toda situación extrema cualquier situación que ponga en peligro la vida, o incluso la realidad de estar envejeciendo, o tal vez estar enfermo, haría que alguien que se declara cristiano quisiera examinar su corazón para estar seguro y preguntarse: ¿soy verdaderamente salvo?

Seguridad eterna, certeza presente

Hay dos cosas que deben considerar: la seguridad y la certeza.

La seguridad: La salvación es eterna

Sí, si eres verdaderamente salvo, has recibido la vida eterna. Nada podrá separarte del amor de Dios en Cristo. No hay condenación para quienes están en Cristo; van camino al cielo.

La seguridad es saber que la salvación es para siempre. No se obtiene, se pierde y se recupera; es para siempre. Y quiero mostrarles eso en 1 Pedro 1:3.

Pedro les escribe a algunos creyentes que están dispersos y siendo perseguidos. Es un momento difícil, y querían conocer la realidad de su salvación. Así que Pedro les escribe sobre la seguridad de su salvación. Les escribe:

“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”

Dios, en su misericordia, “su grande misericordia nos hizo renacer” nos regeneró a una esperanza viva que está ligada a la resurrección de Jesucristo.

Cristo resucitó; él vive. Nosotros resucitamos en él; vivimos como él vive. Tenemos una esperanza viva, es decir, la esperanza de vivir eternamente.

Pedro amplía esto en el siguiente versículo, el versículo 4:

“para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”

Nuestra herencia está reservada en los cielos, y somos guardados por el poder de Dios. Nada nos separará de su amor.

Además, dice en el versículo 5:

“que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.”

Estamos protegidos por el poder de Dios para esa revelación final.

Pedro afirma literalmente la seguridad de la salvación.

Más adelante, en el versículo 8, dice:

“a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso;”

y se alegrarán con gozo indescriptible y glorioso, porque obtendrán como resultado de su fe la salvación de sus almas. Esto es seguridad. La seguridad es objetiva; se basa en la revelación divina: la Escritura.

La certeza: La salvación se confirma en la vida

Pero hay otra pregunta: ¿Cómo sé que esa salvación me pertenece?

Aquí entra otra palabra importante: certeza.

La certeza, es saber que esa salvación nos pertenece. Pablo nos llama a examinarnos (2 Corintios 13:5).

“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?”

¿Cómo saberlo?

Pedro nos da una guía práctica: si en tu vida abundan la virtud, el conocimiento, el dominio propio, la paciencia, la piedad, el afecto fraternal y el amor, entonces tu fe es verdadera. En 2 Pedro 1:5–10 dice lo siguiente:

“vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás.”

Estas virtudes no nos salvan, pero confirman que hemos sido transformados. Si están presentes, hay fruto.

Una fe que florece

Entonces, ¿cómo saber si eres salvo? No por una fecha, ni por una oración pasada, sino por lo que ves hoy en tu vida. ¿Hay evidencia de una transformación? ¿Hay fruto que brota de una fe viva?

No esperes a que la vida te sacuda para examinar tu corazón. Hazlo hoy, con humildad y esperanza. Porque si Cristo vive en ti, su vida se verá en ti. Y eso, querido amigo, es la certeza que transforma el temor en gozo, y la duda en adoración.

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