MÁS ALLÁ DEL MIEDO | ENCONTRANDO IDENTIDAD Y PAZ EN DIOS – Isaías 41:8-10

Meditación bíblica sobre Isaías 41:8-10 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

A veces creemos que ser felices depende de tener buena salud, un trabajo estable o sentirnos queridos por quienes nos rodean. Pero la verdad es que hay heridas profundas que no se ven y que ni el éxito ni el dinero pueden sanar; esas marcas internas siguen ahí, aunque por fuera todo parezca estar bien.

Felicidad aparente y heridas profundas

Hace poco escuché la historia de un hombre, cuyo testimonio ilustra de manera contundente el peso que el temor puede ejercer en la vida de una persona. Su vida parecía estar en buen camino: tenía gente que lo quería, disfrutaba su trabajo, empezaba a imaginar un futuro estable y hasta su salud había mejorado gracias a la disciplina con la comida y el ejercicio. Desde afuera cualquiera pensaría que estaba bien… pero por dentro, este hombre vivía atrapado por el miedo.

Ese miedo no venía de lo que estaba pasando en el presente, sino de las heridas que le dejó su padre. Un hombre que lo maltrató física y emocionalmente, y cuya sombra seguía persiguiéndolo aún diez años después de haber muerto. Los recuerdos lo mantenían en alerta constante, como si la amenaza nunca se hubiera ido.

El hombre buscó ayuda: fue a terapia, habló con sus hermanos, intentó sacar todo lo que llevaba dentro. Pero nada lograba quitarle esa sensación de pánico que lo oprimía. Al final, desesperado y con el temor de que su pasado lo siguiera limitando, tomó una decisión radical: cambiarse el nombre. No quiso usar el apellido de su madre ni un nombre común. Inventó una identidad nueva, convencido de que solo así podría cortar de raíz los lazos con ese pasado que tanto lo aterrorizaba.

La esclavitud de los recuerdos y el deseo de redención

La Palabra de Dios tiene mucho que decir sobre esto. Dondequiera que encontremos personas temerosas en las Escrituras, encontramos repetidamente la respuesta de Dios: “¡No temas!” o “¡No tengas miedo!”. De hecho, es el mandato más frecuente de la Biblia.

Dios nos da ese mandato y nos da razones sólidas para no temer y nos llama por la fe a aplicarlas.

La Biblia utiliza términos como esclavitud y redención, y esas palabras pueden sonar ajenas a la mentalidad moderna. Pero si las traducimos como “estar atrapado” y “escapar”, nos damos cuenta de que son experiencias que cualquier persona puede tener.

El hombre de la historia que acabo de contarles, se sentía prisionero de sus recuerdos; odiaba su pasado. Como él, muchas personas se sienten prisioneras de sus recuerdos y buscan escapar de aquello que las hiere, aunque lo rechazado también forma parte de su identidad.

En el afán de liberarse de ese miedo, algunos terminan “sacrificando” parte de sí mismos, intentando comprar su salvación a dioses desconocidos y vengativos.

Esta forma de auto-salvación puede parecer una solución temporal, pero deja a la persona herida y aún más desesperada, como un animal que al sentirse atrapado, se arranca una pata para liberarse: logra escapar, sí, pero queda herido y debilitado.

La búsqueda de protección mediante rituales y sacrificios

En la época del profeta Isaías la gente era consciente de sus limitaciones humanas. Vivían amenazados por el hambre, la guerra y los desastres naturales, con temor constante y para librarse de ello sentían que dependían de sus dioses. Los rituales eran fundamentales para buscar protección y salvación; se ofrecían plegarias y sacrificios a ídolos creados por artesanos, pero aun así, las cosechas fallaban y la inseguridad persistía. Esta situación llevaba a sacrificios cada vez más costosos, intentando satisfacer a las deidades.

Algunos sacerdotes de ídolos como Baal o Astarté exigían sacrificios extremos, como la castración o la entrega de hijos recién nacidos, y hasta los israelitas accedían a estos actos en busca de resultados, los cuales nunca llegaban.

La lógica errónea de los sacrificios y los dioses modernos

Cuando una persona sigue el camino equivocado, le parece lógico ofrecer cada vez más sacrificios, ya sea a Baal, a la tecnología o a otros “dioses modernos”. Hoy, estos dioses también exigen sacrificios: tiempo, salud, familia, identidad. Servir a un dios falso implica que siempre pide más y nunca satisface; si un sacrificio no funciona, se intenta otro mayor, todo antes que admitir el error y cambiar de dios.

Renunciar a la lealtad a un dios creado por uno mismo implica aceptar que no tenemos el control, lo cual es difícil de admitir. Nos gusta pensar que somos dueños de nuestro destino, pero esa creencia es engañosa. Somos responsables ante Dios, no ante nosotros mismos. La Biblia nos recuerda que hemos sido comprados a precio de sangre y que nuestra vida no nos pertenece. Cuando sacrificamos parte de nosotros para agradar a otros dioses, es como intentar pagar un soborno con algo que no es nuestro.

La promesa de Dios

El pasaje de Isaías 41:8-10 nos recuerda una verdad poderosa: Dios nos ha escogido, nos sostiene y nos acompaña. Sus palabras a Israel son también para nosotros en Cristo:

“Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.”  Isaías 41:8-10

¿Cómo podemos, como seguidores de Cristo, luchar contra nuestros miedos?

Recordar nuestra identidad en Dios

El miedo se debilita cuando afirmamos quiénes somos en Cristo. En los versículos 8-9, Dios recuerda a su pueblo que son sus siervos, elegidos y amados. En Jesús, estas promesas se cumplen plenamente:

  • Como Israel, somos siervos de Dios.
  • Como Jacob, hemos sido escogidos por gracia.
  • Como Abraham, somos llamados amigos de Dios.

Nuestra identidad no depende de nuestras circunstancias, sino de la elección y fidelidad de Dios. Él nos tomó, nos llamó y nunca nos desechará.

Esta es nuestra identidad: somos siervos de Dios.

Reconocer la presencia constante de nuestro Salvador

El versículo 10 nos asegura: “Yo estoy contigo”. Esta es la misma promesa que atraviesa toda la Escritura. El Salmo 23 lo expresa con fuerza: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”.

Muchas veces el miedo surge porque erróneamente suponemos que debemos enfrentar la vida solos. Pero el creyente en Cristo nunca está abandonado. Aunque todos se aparten, Dios permanece. Su presencia es suficiente para sostenernos en cualquier tempo difícil.

Confiar en la fuerza y protección de Dios

Isaías 41:10 no solo afirma que Dios está con nosotros, sino que también actúa a nuestro favor: “Siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”. Su poder no es pasivo, sino activo y constante.

La Biblia no promete una vida sin dolor ni pérdidas. Habrá enfermedades, traiciones, despedidas y pruebas. Sin embargo, sí promete que en medio de todo ello Dios nos ama, nos ayuda y nos sostiene. Nada ocurre fuera de su voluntad sabia y perfecta.

Isaías nos recuerda que el miedo no se vence con frases vacías ni con fuerza propia, sino con la certeza de que somos siervos escogidos, acompañados y sostenidos por Dios. Él camina con nosotros en cada crisis y nos capacita para afrontarlas de manera que le honremos.

Voy a concluir recordando lo que podemos encontrar en 2 Corintios 5:17

«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» Ningún cambio externo -ni un nuevo nombre, ni un sacrificio mayor- puede traer la paz que anhela el corazón. Solo al reconocer nuestra identidad como siervos de Dios y entregar nuestra vida al Señor, hallamos descanso y plenitud. La auténtica libertad no reside en huir del pasado, sino en permitir que Cristo lo redima y lo transforme en testimonio vivo de su gracia. Que nuestra confianza permanezca siempre en aquel que nos sostiene con su diestra de justicia y nos llama hijos amados.

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