Proselitismo y Evangelización

La palabra “proselitismo” es de mala fama hoy en día, pues el proselitismo es socialmente inaceptable. Según el Diccionario de Autoridades, el gran diccionario del siglo dieciocho en tres tomos, en que se recogen los usos del siglo de oro de nuestro idioma, el significado es: “el nombre que se daba, antes de la venida de Cristo al mundo, al gentil que se convertía a la verdadera religión, en aquel entonces, la judía”. Se usa en el griego de la versión septuaginta, la traducción del Antiguo Testamento al griego que es la Biblia que se usaba en los tiempos de Jesús, los Apóstoles y de Pablo. La palabra pasó del griego al latín con solo este sentido. La  palabra “prosélito “se refiere a la persona convertida. El verbo  “proselitar” no existe; tenemos que decir “prosélitos”, o “hacer proselitismo”. En el tiempo en que se empezó a usar el vocablo, entonces, especialmente en la relación que existía en esta época entre los judíos y los gentiles, esta conversión implicaba cambios radicales forzados en la vida social, política, nacional, familiar y comunitaria. Un diccionario en español dice que proselitismo es “celo fanático o intolerable para hacer prosélitos”. Todas estas connotaciones siguen dando coloración negativa a la palabra en su uso actual.

Esto nos afecta. Las actividades evangelísticas en muchos lugares o regiones de nuestro país se toman como el intento de hacer proselitismo. Y las técnicas, enfoques y actitudes de algunos evangélicos a veces  contribuyen a esta opinión. En lugar de comunicar un mensaje con amistad y tacto, ponemos el énfasis en la persuasión y/u otras formas de la imposición de opiniones. Es como hacer una lucha de voluntades, entre los creyentes y los que no son creyentes, a ver quién puede más, convencer o resistir. Uno quiere que los otros serán y los otros son los que no quieren creer.

El proselitismo se toma como una evangelización sin ética. La evangelización sin ética seria la evangelización que toma ventaja de situaciones, condiciones y técnicas ilegitimas para poner indebida presión a las personas. Es la evangelización que hace promesas con que no se puede cumplir, u ofrece ventajas o privilegios como soborno o cohecho, aunque la oferta parezca sutil e inocente. Puede ser que el mezclar la evangelización con la misericordia deja este efecto muy delicado y muy complicado, sin embargo inevitable.

El evangelismo es mensajero. La palabra misma quiere decir esto. La palabra “ángel” quiere decir mensajero. Viene de anggelia (pronunciada “angelia”, ya que la gg se convierte en ng.) que es el mensaje. La evangelización se refiere a la comunicación de un mensaje. La meta del evangelista, entonces, es la buena comunicación. Por eso, en la Grecia antigua, los mensajeros tenían que hacer ejercicios de dicción, a fin de que el mensaje fuera claro. El que no sabía decir el mensaje con claridad no era confiado con la tarea. También solían pedir de él que repitiera varias veces el mensaje. No estría mal pedir esto de los evnagelistas hoy en día.

El decir el mensaje requiere mucho “lenguaje del cuerpo” Los que aspiran a ser actores lo estudian asiduamente. Aunque su comunicación, en cierto sentido es de “mentiritas”, saben que el cuerpo es de suma importancia en la eficaz trasmisión de un mensaje. Tenemos que decir con la cara y con el cuerpo lo que decimos con la boca.

Todo el cuerpo y todos sus ademanes están involucrados en el mensaje que el evangelista sinceramente quiere comunicar.

La actitud del cuerpo siempre está involucrada; tenemos la responsabilidad de hacer que concuerde con el mensaje que sinceramente nos esforzamos en difundir.     Es menester que desollemos una actitud diferente, una actitud “logo-céntrica. Todo centrado en la Palabra, o sea, el mensaje que tenemos de Dios para traspasar a otros, fiel e íntegro. En nuestra e evangelización tenemos que portamos con tanto esmero que nadie, nunca, pueda confundirla con el proselitismo.

Artículo publicado originalmente en el Editorial del Boletín Buen Oleo de la INP Berith – 9 de noviembre, 2008

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