EL AÑO LITURGICO

El año “litúrgico” fue iniciado  en la iglesia en los primeros  siglos de su existencia con el propósito de dar en las iglesias una exposición de todos los temas, doctrinales y prácticos, que los creyentes necesitaban para crecer en la gracia. Siempre existía la tendencia para los predicadores repetir sus temas o predilectos, predicando sobre algunos aspectos de la vida y doctrina cristianas con mucha frecuencia y descuidando los otros temas que no les interesaban tanto. A veces predicaban solamente sobre los temas que caían bien a la gente y no mencionaban los temas que les pudieran molestar, aunque posiblemente los que les molestaran fueran los más necesarios y los que más podrían hacerles. Los predicadores, en todas las épocas, han mostrado la tendencia de exagerar los temas que menos estudio, preparación y oración exigen y los que más fácilmente se prestan a buenas y elocuentes exhortaciones, especialmente los que se pudieran llamar  “prácticos”.

Pero a poco se iba perdiendo la exposición de las doctrinas importantes y esenciales del cristianismo y la fe de los fieles cada vez más superficial y con menos profundidad. En muchas iglesias, entonces, se arreglaban por el calendario las lecturas bíblicas y los temas importantes para la predicación. La Navidad y la Semana Santa llegaron a ser puntos de referencia, junto con el Pentecostés, para este calendario. Luego, y con la profusión de los “santos en la vida de la iglesia, estos santos” llegaron a figurar en las listas. Las autoridades de la iglesia, entonces fijaron las lecturas bíblicas y los temas para cada domingo del año. El propósito era el de corregir la repetición de temas y superficialidades desde el púlpito y propiciar el mejor trato de la Biblia con todos sus temas y doctrinas. La iglesia Romana sigue usando este sistema, como también la Episcopal, muchas iglesias luteranas, y algunas iglesias Metodistas. También hay una tendencia en las iglesias Presbiterianas y otras de volver a este sistema, ya que muchos caído en la repetición de temas y exhortaciones, casi siempre con el afán de ser populares, con el resultado de que los “temas libres”, llegó a ser la práctica más usual.

En tiempos de la Reforma, y especialmente en las iglesias reformadas había dos distintas respuestas a este problema. La primera era el regreso a la exposición detallada del texto de la Palabra de Dios. La predicación expositiva fue muy útil para volver a dar a los creyentes un buen conocimiento de la Biblia y sus doctrinas.

Desde la iglesia primitiva, el énfasis era sobre las cartas de Pablo. De esta manera, se tocaban todos los temas doctrinales e históricos del mensaje cristiano

Ésta fue la costumbre en las primeras iglesias presbiterianas hasta después del tiempo de los puritanos. El resultado fue que las iglesias de estos siglos tuvieron un conocimiento bíblico y doctrinal que nos sorprende hoy en día al leer sus obras. Las congregaciones, en aquel entonces, esperaban que sus pastores pasaran horas y horas en el estudio bíblico para dar la alimentación espiritual que buscaban las iglesias.

Mientras en las iglesias reformadas del continente (las presbiterianas en las iglesias reformadas que se desarrollaban en las islas británicas) usaban el sistema de los catecismos, siendo el Catecismo de Heidelberg el más usado. En este sistema, domingo tras domingo, siguiendo el orden del Catecismo, se daba una exposición de las doctrinas bíblicas, estudiando en el proceso los pasajes y versículos bíblicos en que estas doctrinas se fundamentaban.

Ambas técnicas sirven maravillosamente bien para dar a las congregaciones  las herramientas que necesitan para defender su fe y crecer en ella. Hoy en día hay una tendencia de volver al año litúrgico, ya que el  antiguo problema de la predicación de “temas libres” ha vuelto a manifestarse. El año litúrgico es una respuesta pero no creo que sea la mejor. Es preferible poner en práctica el hecho de que somos una iglesia de la reforma, una iglesia reformada (y las iglesias presbiterianas son, o deben ser. Iglesias reformadas), y expresar nuestra herencia en las respuestas que nos dio la Reforma religiosa del siglo XVI.

Párrafos extraídos del editorial publicado el 22 de marzo 2009, en el boletín Buen Oleo, Iglesia Nacional Presbiteriana

Comparte con tus amigos