PURA, CORRECTA, FIEL
Las tres palabras que forman el título de este editorial son los tres adjetivos que se emplean en la definición de las “marcas de la iglesia”. “Marcas”, en este contexto, quiere decir “Marcas identificadoras”, es decir, lo que distingue o “marca” una cosa. En este sentido son las “marcas” de la iglesia lo que distingue a la iglesia.
Todos sabemos, estas marcas son: 1) La pura predicación de la palabra, 2) La correcta administración de los sacramentos y 3) el fiel ejercicio de la disciplina. En cada caso el adjetivo, el modificador, es de suma importancia. La iglesia entonces tiene que ser pura, correcta, fiel para mostrar adecuadamente su identificación al mundo.
A veces los traductores discuten sobre dónde poner la palabra “pura” en a marca. Algunos dicen que es así como nosotros lo hemos puesto arriba, pero otros dicen que debe ser la predicación pura de la palabra. Hay otros que dicen que debemos decir: la predicación de la pura palabra, y aun otros dicen que deben ser la predicación de la palabra pura. La idea es que sea solamente la palabra que se predique, sin adulteración, completamente y en su contexto, y no debe de haber otra fuente. Creo que la forma en que lo hemos dicho contiene todas las connotaciones necesarias.
Esta pureza es una marca indispensable para identificar la iglesia. Ningún otro atributo pude tomar su lugar, ni suplirá en cuanto a su ausencia. Ninguna otra pureza pude sustituirla. Para seguir siendo iglesia, cada iglesia tiene que poner en primer lugar la “pureza” de la predicación de la Palabra. Cuando esta pureza no rige, lo que fuera iglesia llega a ser solamente una asociación religiosa.
Para ser una verdadera iglesia, una congregación también necesita corrección. La iglesia se manifiesta en la correcta administración de los sacramentos. Correctamente administrarlos implica saberlos contar. Si el número llega a más de dos, o menos, lo que vemos no es una iglesia verdadera. Tenemos que ser correctos en nuestro conteo. Tampoco el no adminístralos es la correcta administración; no agradamos a Dios dejando a un lado los sacramentos. La correcta administración es adminístralos de acuerdo con las instrucciones de la Biblia, que no falta.
El fiel ejercicio de la disciplina está muy descuidado y muy mal entendido en nuestra época. Pero nuestro descuido no disminuye su importancia. No podemos disculparnos por ser infieles en el ejercicio de la disciplina. Tampoco podemos poner la ignorancia, o el mal entendido, como excusa. La fidelidad en este ramo ni es completa, sino muy borrosa.
El fiel ejercicio de la disciplina empieza con la formal aceptación de los miembros en la iglesia. Insistimos en que los candidatos a membrecía nos conozcan y sepan lo que creemos. Igualmente, insistimos en que nosotros los conozcamos a ellos y sepamos lo que creen. Luego, por regla, tienen que responder a ciertas preguntas en público, y en público expresen sus deseos de ser miembros de la iglesia. Esto ya es ejercicio de la disciplina.
Han entrado en la iglesia, y en sus documentos oficiales, la idea de que disciplina es una especie de castigo, o sistema penal, en que se dictan sentencias, en relación a ciertos crímenes. En este sentido, se priva al miembro ciertos privilegios por un tiempo especificados. Esto suena como disciplina, pero no lo es, a menos que contribuya directamente a la restauración de la persona involucrada. El fiel ejercicio de la disciplina, aunque falta mucho todavía, ha estado funcionando. Tenemos varios casos en nuestra iglesia en que se ha ejercido fielmente la disciplina, en función de restauración, que han sido exitosos. Ya ven. Por todo lo que hemos dicho las tres palabras – pura, correcta y fiel- tienen que ver con nuestra tarea de ser iglesia. Tenemos que ser una iglesia pura, correcta y fiel.
Editorial Publicado 17 de mayo de 2009, en el boletín Buen Oleo, Iglesia Nacional Presbiteriana