CREO EN DIOS PADRE
Las primeras palabras que decimos en el Credo son: “Creo en Dios, Padre todopoderoso” (Símbolo de los Apóstoles) o “Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso” (Símbolo de Nicea). El sentido de los símbolos, a pesar de provenir del pasado, es explicar el presente. Nuestros símbolos doctrinales son los documentos emanados de la histórica Asamblea de Westminster: Confesión de Fe, Catecismo Mayor y Menor (por ejemplo). Nuestra profesión de fe cristiana comienza por Dios, porque Dios es el Primero y el Último, el Principio y el Fin de todas las cosas. Y comienza por Dios Padre, porque es la primera persona de la Trinidad.
Dios cuida con su Providencia de todas las cosas, pero especialmente del hombre. Es nuestro Padre Celestial; en consecuencia, somos sus hijos; somos ¡hijos de Dios! Para que lo recordáramos constantemente, Jesús nos enseñó a orar: “Padre nuestro que estás en el cielo” (Mateo 6,9). Esta maravillosa verdad cristiana nos tiene que entusiasmar.
La verdad absoluta es que Dios es uno y único, no hay más que un solo Dios, Jehová se lo había manifestado al pueblo de Israel: “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor, Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Deuteronomio 6:4-5), sin embargo cuando analizamos el Nuevo Testamento y sobre todo para que sea posible la salvación del ser humano, Dios se revela como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
De las muchas perfecciones que podemos señalar en Dios, el símbolo nos recuerda la omnipotencia, puesto que va hablar de la creación, que la Escritura nos enseña que es obra de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) quienes son omnipotentes, ya que la escena divina es única y las tres personas son iguales en perfección.
Es muy necesaria la confesión de la omnipotencia de Dios porque con frecuencia lo olvidamos por diferentes circunstancias. Pero Dios es Dios, omnipotente y clemente, que está cerca de nosotros para ayudarnos. La revelación de la paternidad divina en el misterio inefable de la paternidad divina en el misterio inefable de la Trinidad de personas en la única esencia nos facilita el camino para comprender que Dios es también Padre nuestro. Pero nunca lo hubiéramos imaginado, de no decírnoslo Dios mismo. Fue el Señor quien dijo a sus discípulos: “Vosotros orad así: Padre nuestro” (Mateo 6,9), y es una noticia que corre por todo el Nuevo Testamento. Es evidente que la filiación del Hijo de Dios y la nuestra son distintas. Jesús es el Hijo de Dios por naturaleza, de la misma naturaleza del Padre, Dios verdadero de Dios verdadero; nuestra filiación respecto a Dios es por adopción, mediante la gracia soberana de Dios.
Boletín Buen Óleo, Iglesia Nacional Presbiteriana 20 de septiembre de 2009.