
¿Con qué autoridad haces estas cosas?
Martes 7 de abril 2020
Texto: Marcos 11:27-33
Me da gusto saludarles una vez más queridos hermanos. Cada día de La Semana Santa trae un mensaje para el cristiano, en los que encontramos enseñanzas que nos ayudan a entender que Jesucristo es el hijo de Dios.
El estudio bíblico del día de hoy martes se titula “Con que autoridad haces estas cosas? Y se encuentra en el evangelio de Sn. Marcos 11: 27 – 33
V.-28 y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas?
V.-29 Jesús, respondiendo, les dijo: Os haré yo también una pregunta; respondedme, y os diré con qué autoridad hago estas cosas.
V.-30 El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? Respondedme.
V.-31 Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis?
V.-32 ¿Y si decimos, de los hombres…? Pero temían al pueblo, pues todos tenían a Juan como un verdadero profeta.
V.-33 Así que, respondiendo, dijeron a Jesús: No sabemos. Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas.»Marcos 11:27-33
Este pasaje, aparece en los tres Evangelios sinópticos: Mt 21:23-27, Mc 11: 27-33 y Lc 20: 1-8
Vemos cómo las autoridades del pueblo judío se acercan a cuestionar a Jesús, y resultan cuestionadas…
El lunes Jesús regresó al templo para limpiarlo.
El martes fue un día de discusiones didácticas con los escribas y fariseos, para enseñar a sus discípulos y a todo el pueblo que deseaba escuchar.
Las cosas que hizo entre lunes y martes determinaron el enojo de las autoridades hasta el punto de querer matarle.
En el atrio del templo se escuchaba mucha bulla, ruidos, voces y gritos, todo este vocerío de vendedores, cambistas y traficantes como si fuera un mercado y no la casa de Dios, hacía casi imposible la práctica de la verdadera adoración a Dios.
Cuando Jesús limpió el templo, demostró la autoridad espiritual que como Mesías e Hijo de Dios tenía.
Por supuesto, los principales sacerdotes no lo vieron así, sino que pensaron en sus prósperos negocios que estaban siendo atacados y puestos en peligro.
Además, el Señor declaró solemnemente que el templo había dejado de responder al plan de Dios, para pasar a estar al servicio de los intereses económicos de la clase sacerdotal.
Como era de esperar, la denuncia de Jesús no gustó nada a los líderes religiosos y los enojo terriblemente, pues se dieron cuenta de que su falsa religiosidad estaba siendo desenmascarada y puesta en evidencia. Esto constituyó uno de los motivos más importantes para que buscaran matarle.
A partir de aquí podemos ver cómo la tensión en la relación entre Jesús y los líderes religiosos judíos iba en aumento. Lo que estaba en juego era muy importante.
Por un lado, la preocupación de Jesús estaba en que el verdadero culto a Dios y su Ley habían sido abandonados, y su misma autoridad como Mesías era rechazada.
Pero, por otro lado, estaban los intereses de los líderes religiosos y el sanedrín que desde su posición de eminencia miraban Jerusalén buscando la oportunidad de capturarlo y llevarlo a la muerte.
Esta situación creó constantes controversias entre Jesús y los gobernantes judíos. Vemos que los judíos cuestionaban la autoridad de Jesús, y le hacían preguntas comprometidas sobre diferentes aspectos tratando de confundirlo.
Pero, en contestación a todas ellas, el Señor puso de manifiesto una sabiduría infinitamente superior a la de ellos.
El punto central de estas confrontaciones tenía que ver con el tema de la autoridad.
Este es un asunto fundamental en la vida de cada persona:
¿Quién tiene la autoridad final en el gobierno de nuestra vida?
¿A quién deben obedecer los hombres?
¿Quién tiene la última palabra en el debate sobre cuestiones espirituales, morales o sociales? ¿Por qué los padres tienen autoridad sobre sus hijos, o los esposos sobre sus esposas, los gobernantes sobre sus ciudadanos?
Para contestar estas preguntas, necesariamente tenemos que plantearnos primeramente de dónde proviene la autoridad. Y para responder esta pregunta tenemos básicamente dos opciones: o la autoridad proviene de Dios, o del hombre.
En los siguientes versículos veremos que la única autoridad legítima y auténtica es la que proviene de Dios.
Cuando Jesús regresó al día siguiente al templo, los gobernantes judíos todavía estaban resentidos porque el día anterior había limpiado el templo. Parece que incluso habían organizado sus preguntas para el caso en que volviera a aparecer por allí.
¿Quiénes eran los «principales sacerdotes»?
Eran un grupo compuesto por el sumo sacerdote en funciones, los que anteriormente habían ocupado ese oficio y otros sacerdotes importantes. Mayormente todos ellos pertenecían a la secta de los saduceos y eran quienes dirigían el templo y a todas las personas que en él servían.
Los «escribas» no eran una secta del judaísmo, aunque en su mayoría pertenecían a los fariseos. Estos hombres se dedicaban al estudio de la ley, y generalmente eran los encargados de su enseñanza, tanto en las sinagogas como en el templo.
los «ancianos» tuvieron su origen en el antiguo Israel, siendo las cabezas o dirigentes de cada tribu o familia. Con la formación del Sanedrín, los ancianos más importantes llegaron a ser miembros de esta honorable institución.
Cuando Jesús volvió al templo sabía que sería atacado, cuestionado por los principales sacerdotes, lo estaban esperando, se habían pasado la noche conspirando, cuando Jesús entró ese día en el templo, los mejores doctores de la ley de ese tiempo, una amplia delegación del Sanedrín, el máximo órgano de gobierno judío y los ancianos, se enfrentó con él en un ataque formal. Estaban seguros de que lo podían atrapar con preguntas que él no podría contestar.
Podemos ver que querían tenderle una trampa: si él decía que nadie le ha dado autoridad, entonces Habría quedado devaluado ante la gente. Y si decía que Su autoridad venía de Dios, podrían haberlo acusarlo de blasfemia.
Notemos primeramente que todos ellos sentían que Jesús actuaba con autoridad.
Ya que, desde el comienzo de su ministerio, la gente se admiraba de la autoridad con la que enseñaba y también de la autoridad con la que se enfrentaba con los demonios (Mr. 1:21-28). De hecho, los mismos escribas se habían visto anteriormente en la obligación de dar una explicación a esta autoridad con la que Jesús obraba, y lo que dijeron es que «tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios» (Mr. 3:22).
Los escribas habían llegado a esta conclusión porque Jesús obraba sin ninguna autorización oficial de parte del Sanedrín y sin sujetarse a ellos. Al preguntar es como si le dijeran:
¿Quién te ha nombrado?
¿Dónde están tus credenciales, muéstranos tu permiso?
Pero era ahí donde radicaba precisamente su error: ellos no tenían ninguna capacidad para dar la autoridad al Mesías, esto sólo lo podía hacer Dios, y su misión era reconocerla por medio de las indicaciones que la Palabra les proporcionaba por medio de las numerosas profecías acerca de él.
Ellos no creían en Él.
Cuando le dijeron: ¿Con qué poder haces esto? dudaron del poder de Dios y pretendían que lo hacía con el poder del diablo; al agregar: ¿Quién te ha dado ese poder? negaban con toda claridad que él fuera Hijo de Dios ya que atribuían sus milagros no a su propio poder sino al de otro.”
Con la primera pregunta desafiaban su autoridad, le dijeron refiriéndose al día anterior, ¿Con qué autoridad haces estas cosas? Jesús ha probado en repetidas ocasiones que Su autoridad le viene de Dios. ¿De quién si no tendría poder para obrar los milagros que había hecho? Y si Dios lo avala de ese modo, quiere decir que lo avala en todo cuanto hace. Jesús actúo con Su autoridad de Mesías, otorgada por Dios, Su Padre, pero los sumos sacerdotes y ancianos no estaban dispuestos a reconocerlo.
Jesús no evadió el problema, simplemente no entro en el juego de los sumos sacerdotes y ancianos. No se puso a darles explicaciones que sabía de antemano que no querían oír. Así que respondió su pregunta con otra.
De ser el cuestionado pasa a ser el cuestionador, pero, a diferencia de ellos que quieren ponerle una trampa para que diga lo que diga, quede mal y puedan acusarlo, Jesús no les pregunta para ponerlos contra la pared, sino dándoles la posibilidad de hallar una salida.
¿Tenía el Sanedrín capacidad para reconocer la autoridad divina?
Primeramente, ellos tenían que demostrar que eran capaces de cumplir con su deber de saber reconocer cuándo una persona actuaba con autoridad divina. Para ello les hizo la pregunta: «El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?».
Al inicio del Evangelio de Marcos, vimos a Juan el Bautista bautizando a los pecadores y exhortándolos a conversión, a orillas del río Jordán. Ahí también estaban los escribas y fariseos, aunque de lejos, los mismos que ahora cuestionan a Jesús. También entonces cuestionaron lo que hacía Juan y no participaron del Bautismo que ofrecía (ver Mt 3, 1- 12). Jesús mismo lamentó alguna vez que tenían a Juan por endemoniado’ (ver Mt 11, 18).
En vista de la situación, el Señor pasó a poner en evidencia su falta de coherencia espiritual, para lo cual les hizo esa pregunta acerca del bautismo de Juan. Jesús no estaba esquivando la cuestión, sino abordándola en su mismo origen.
Marcos 11:31
Notemos primeramente que tal como el Señor presentó el asunto, sólo hay dos posibles fuentes de autoridad: Dios o los hombres.
Ahora bien, ¿serían estos líderes espirituales de la nación capaces de determinar una cuestión tan elemental? Si no daban una contestación coherente, toda su autoridad sería puesta en entredicho, y, por lo tanto, no tendrían derecho a cuestionar a Jesús y también quedarían descalificados para guiar espiritualmente a la nación.
Si aceptaban que Juan el Bautista era un profeta, esto implicaría necesariamente que también tendrían que dar su aprobación a la misión de Jesús, puesto que Juan dio testimonio de él.
Juan no había otorgado ninguna autoridad a Jesús; pero había afirmado ser el precursor profetizado por Isaías 40:3-4. Y con esta autoridad que la Palabra de Dios le otorgaba, había llamado a la nación para que se preparara para reconocer y recibir al Mesías, al que él identificó claramente en la persona de Jesús.
Juan el Bautista era un problema para los líderes judíos. El llamamiento que Juan el Bautista hizo a la nación para que se arrepintiera fue obedecido por muchos en el pueblo, que no dudaron de que Juan era un auténtico profeta de Dios. Sin embargo, los sacerdotes, los escribas y los fariseos se habían negado a ser bautizados por él, porque consideraban que ellos no necesitaban su bautismo de arrepentimiento.
Por un lado, esto habría supuesto un enfrentamiento con el pueblo, que sí creía que Juan era un profeta de Dios, pero, por otra parte,
¿cómo podían ellos justificar que no tenían necesidad de arrepentimiento?
Tal como el Señor Jesucristo planteó el asunto, quedaba claro que tanto la autoridad de Juan como la suya procedía de Dios. Si habían rechazado la predicación y el bautismo de Juan, también le rechazarían a él como Mesías. Prácticamente no aceptaban la autoridad de Dios
Esto es mucho más serio de lo que a simple vista puede parecer. Lo que estamos considerando es que, si una persona no cree el mensaje de los siervos de Dios, tampoco creerá a Jesús, porque en el fondo, lo que se está rechazando es la autoridad de Dios. Aunque, por supuesto, la responsabilidad de estos judíos era mucho mayor puesto que habían tenido ante ellos todas las evidencias posibles.
V.- 33 Así que, respondiendo, dijeron a Jesús: No sabemos. Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas.»
A la comprometida pregunta de Jesús, ellos contestaron con un «no sabemos».
En realidad, su ignorancia era una excusa para no aceptar a Jesús. Querían esconder su incredulidad con el pretexto de que no sabían, pero esto era totalmente irracional. Para poder mantener esta actitud, tenían que cerrar los ojos a toda la evidencia que delante de ellos había sido presentada, tanto acerca de Juan el Bautista, así como del mismo Señor.
Lo cierto es que esta postura es cada vez más frecuente en nuestro mundo moderno. Por ejemplo, los agnósticos miran al universo y contemplan todas las maravillas de la creación, pero finalmente concluyen con un «no sabemos» si esto lo habrá hecho Dios.
Los líderes religiosos judíos de la época de Jesús, dijeron que no sabían, cuando delante de ellos tienen tanta evidencia. Finalmente, no podrán evadirse de su responsabilidad ante Dios.
En realidad, lo que los judíos tenían no era un problema de conocimiento, sino uno de disposición para obedecer la voluntad de Dios.
Si ellos se cerraban de esa manera a las evidencias de la acción de Dios, era inútil que el Señor les explicara nada más. Pero al mismo tiempo, quedaba también claro que ellos no tenían el derecho ni la capacidad para juzgar a Jesús o pedirle cuentas.
Hermanos suele suceder que cuando nos sentimos cuestionados por Dios, cuando sentimos que Él nos pide una respuesta, tratamos de evadirnos, intentamos posponer la respuesta.
Pero negarnos a responderle al Señor nos afecta sobre todo a nosotros, nos cierra a recibir Su gracia, nos mantiene en la oscuridad.
Qué tremendo pensar que nos puede suceder como a estos personajes, cuando nos dejamos mover por la soberbia, que nos impide reconocer nuestros errores y pecados, cortamos la comunicación con Dios, le hacemos sentir que no estamos realmente dispuestos a escucharlo.
Es un gesto tan simple, ¡pero ¡cómo se complica la gente para no realizarlo! Admitir que uno se equivocó y pedir perdón. Es todo lo que se necesita.
La palabra de Dios dice en: 2ª Pedro 2: 5
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”.
Lo que espera Jesús de cada uno de nosotros, es que actuemos hermanos somos salvos por gracia, debemos dar testimonio a las personas que están a nuestro alrededor de que Cristo vive en nosotros y estar dispuestos a trabajar y obedecer su mandato. Dios les bendiga.
A.I. Nelson Daniel Miranda Giles