LA POBREZA EN LA PROVIDENCIA DE DIOS

¿Habías pensado alguna vez que a veces la pobreza llega a ser una bendición? En Hechos 3:1-10. Por ejemplo, encontramos la historia del cojo que fue curado. Iba todos los días a la entrada del templo a pedir limosnas, y parece que no le iba muy bien. Siempre ahí estaba cuando la gente llegaba al templo. Así, como lo hacía con todos los que llegaban, también a Pedro y Juan cuando llegaron al templo a ellos les pidió dinero.

No debemos más de este señor, ni su edad, ni si tenía familia. No sabemos si tenía largas o cortas las piernas. Solamente sabemos que nació cojo, pues, dice el texto, que era cojo “desde su nacimiento”. Nunca había podido aprender a caminar, y el correr era solamente una actividad anhelada. Lo podía ver como lo hacían los otros, pero no podía imitarlos. Ya se había acostumbrado a una vida social estaba estorbada por su debilidad. Tenía que ganar lo que pudiera pidiendo limosnas. Esto le dio contacto con muchas personas, pero no tenía verdadero compañerismo con nadie. Aunque siempre estuvo en medio de mucha gente, estuvo solo, muy solo.

Posiblemente no le había ido mal en estos días, debido a que un grupo de fervorosos seguidores que afirmaban que eran del Cristo, pues así llamaban al profeta en quien ellos creían, habían tenido experiencias especiales hacía pocos días. Era en la fiesta de los cincuenta días, “Pentecostés”, en griego, o sea, el “cincuentón”, es decir la fiesta de semanas, esto es, la semana de semanas o siete semanas. Siete semanas tienen 49 días, y el siguiente día es el día cincuenta, que es siete semanas después de la pascua.

Esta era la fiesta de las primicias, los primeros frutos de la tierra ya que este día marcaba el principio de las cosechas.

 En estos días había más gente que iba al templo y, por lo general, fueron un poco más generosas en este tiempo. Los limosneros ponían mucha atención a los días de fiesta, especialmente ésta, “la fiesta de las primicias” porque la gente era más alegre y magnánima en este tiempo. La fiesta  les era importante a los limosneros no tanto por su religión sino por sus ingresos.

El cojo entonces, vio Pedro y Juan , y nada más por verlos, supo que no eran de Jerusalén, sino que habrían venido a Jerusalén por las fiestas y, además, por su aspecto de galileos, sospechaban que fueran de este grupo que hablaba del Espíritu Santo y del Cristo. Pensaba que muy posiblemente llevaba consigo algo de dinero y que estarían dispuestos a soltarlo. Fijó su atención en ellos y les rogaba que le dieran limosna.

Las primeras palabras de estos visitantes decepcionaron al cojo. Dijeron lo que muchos dicen en estas situaciones, la verdad es que  no traemos nada. No tenemos nada de dinero; ni plata ni oro tenemos. Pero había dicho “míranos”. Les estuvo atento, y les escuchó. Las primeras palabras muy usuales, palabras que el cojo había oído muchas veces: plata y oro no tenemos. Sin embargo, las palabras que seguían eran diferentes: lo que tengo te doy. Mirando atentamente Pedro al cojo, y el cojo a Pedro, se oían las palabras “en el nombre de Jesús el Cristo, Él de Nazaret, levántate y anda”. Pedro le extendió la mano para levantarlo, y al momento se enderezaron sus pies y sus tobillos, y saltando se puso de pie y anduvo. Fue con Pedro y Juan al templo saltando y alabando a Dios. Y seguramente Pedro y Juan le enseñaron como hacerlo. Todo el pueblo, que lo conocía, lo vieron caminado y glorificando a Dios.

¡Qué bueno que Pedro y Juan no tenían dinero! Si ellos hubieran tenido con ellos una bolsa de monedas, es posible que le hubieran dado unas cuantas monedas al cobre cojo y continuando e su marcha hacia el templo. Pero, por ser pobres y por no tener dinero, el cojo salió con mejor bendición. Es una vez más en que la pobreza salió en una bendición, esta vez fue para el cojo.

Editorial Publicado 15 de marzo de 2009, en el boletín Buen Oleo, Iglesia Nacional Presbiteriana

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