La ley de Dios – Éxodo 20:1-17

Meditación basada en Éxodo 20:1-17 por el A.I. Fernando Acevedo P.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

El tema de hoy es: «La ley de Dios». La base bíblica es el libro de Éxodo 20:1 – 17. Debido a que la lectura es muy larga, los invito a que con detenimiento y con calma, lean este pasaje en otro tiempo.

Dios es el Rey soberano sobre toda la creación. Nada ni nadie está sobre su autoridad porque Él siempre ha existido como el único Dios trino, y fuera de Él no hay ningún otro dios que exista, ni ninguna autoridad por encima de Él.

Por tanto, en su infinita perfección, y siendo la norma absoluta de la moral, estableció las leyes con las que rige el universo entero. Toda su creación estamos obligados a cumplir cada uno de sus estatutos; cualquiera que infringe alguno de ellos, se encontrará desobedeciendo a Dios convirtiéndose en su enemigo; por lo que, recibirá el justo castigo.

No existe ninguna ley fuera de Dios, a la cual Él esté obligado a obedecer, porque Él es la ley en Sí mismo. Siendo perfecto en todo, siempre actúa con la máxima norma moral. Él nunca actuará de forma que dañe a su creación, ni hará algo que vaya en contra de su naturaleza divina; por tanto, jamás actuará arbitrariamente ni de manera caprichosa, porque Él siempre hace lo correcto.

Las leyes de Dios se manifestaron en el momento mismo de la creación. En cuanto al hombre, Adán recibió la primera ley por boca del Señor; una ley manifestada en el pacto de obras, el cual estaba obligado a obedecer; y como consecuencia, toda su posteridad teníamos la obligación de cumplir este pacto, de manera precisa y para siempre.

Si él cumplía con esta ley, tenía la maravillosa promesa de una vida eterna; pero pesaba sobre él una maldición: que el día que no la cumpliera, moriría.

Por desgracia, desobedeció la orden divina de su Creador; y ahora, al encontrarse ante una nueva y terrible realidad de pecado, al verse envuelto en tan aterradora situación, surge en Adán una nueva necesidad.

Ahora requería con urgencia, restituir la relación rota con su Creador; por desgracia no se vislumbraba solución alguna.

Esto arrastró a toda la humanidad a estar destituida de la comunión con Dios; ahora está bajo maldición y bajo la ira de Dios, ahora se encuentra sumida en la maldición de ganar su pan con el sudor de su frente y todas las desventuras de esta vida; está bajo la amenaza de muerte eterna, cargando todo el peso que representa tener al Dios Todopoderoso airado en su contra y con una expectativa de un suplicio interminable en el infierno. 

La ley sigue vigente al día de hoy, nadie estamos exentos de cumplir con ella; pero desgraciadamente, quedamos imposibilitados de hacerlo.

Con la desobediencia de Adán, la imagen perfecta de Dios que poseíamos antes de la caída, quedó manchada por el pecado.

Nuestra terrible condición, nos hace incapaces de cumplirla.   

En el Catecismo menor de Westminster en el punto 18 dice:

La pecaminosidad de aquel estado en que cayó el hombre consiste en la culpa del primer pecado de Adán, la carencia de justicia y la corrupción de toda su naturaleza, lo cual es comúnmente llamado pecado original, junto con todas las trasgresiones que preceden de éste. Fin de la cita.

Siglos más tarde esta ley fue dada por Dios a Moisés en sus diez mandamientos, la cual fue escrita en dos tablas en el monte Sinaí.

Los primeros cuatro nos informan los deberes para con Dios, los otros seis son los deberos para con nuestros semejantes.

Todos y cada uno de ellos nos revelan el máximo estándar que Dios exige de nosotros.

Por medio de ellos, Dios revela su autoridad para imponernos obligaciones, para exigir de nosotros una obediencia perfecta, para sopesar nuestra conciencia.

Si fallamos al menos en uno, estamos expuestos al castigo eterno.

Dios tiene toda la autoridad de imponernos el justo castigo, si violamos alguna de sus ordenanzas. 

Esta ley, que conocemos como la ley moral, Dios la dio a una Iglesia en formación. En ella se establecieron leyes ceremoniales, que especificaban la forma de adorar a Dios (prefigurando a Cristo), así como sus gracias, acciones, sufrimientos y beneficios, y también, instrucciones sobre los deberes morales.

Pero ahora, desde la caída de Adán, la humanidad tiene una nueva necesidad, la necesidad de restablecer la relación con Dios; necesitaba de alguien moralmente perfecto, que en nuestro lugar cumpliera con toda la ley moral por nosotros, para que, así como en Adán entró el pecado al mundo, en este hombre perfecto, pudiéramos cumplir cabalmente y en obediencia perfecta con el pacto de obras y con toda la ley moral establecida por Dios.

Y así, en su infinito amor y misericordia, y por su beneplácito, eligió a algunos para vivir eternamente en su presencia, disfrutando de Su Luz admirable que emana de Su infinita Gloria, haciendo un pacto de gracia en la eternidad, para liberarlos de la miseria en que estaban sumergidos, y conducirlos hacia la salvación a través de un Redentor.

En el libro de Efesios 2: 5 y 6 dice:

aun estando muertos en nuestros delitos y pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en lugares celestiales con Cristo Jesús.

Ahora, como creyentes en Cristo, no necesitamos cumplir con la ley moral establecida por Dios, porque Cristo cumplió con ella por nosotros; pero si nos sirve como dirección de nuestro comportamiento, para que nos demos cuenta de lo que no debemos de hacer y de nuestra total dependencia de la gracia de Dios; además nos informan su voluntad; nos encamina descubriendo nuestra naturaleza pecaminosa.

Es por eso que Cristo, el unigénito del Padre, adoptó la forma de hombre, para cumplir cabalmente toda la ley moral que Dios exigía de nosotros, y en obediencia perfecta, aun siendo inocente, morir en la cruz pagando la deuda que teníamos para con el Dios, librándonos de la maldición de la ley. Ahora, en este preciso momento, con su oficio de sacerdote, tenemos un abogado para con Dios, que es Cristo el Señor.

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