La amorosa elección de Dios – Efesios 1:3-7
Durante estas semanas, hemos venido hablando del maravilloso amor de Dios. Y hemos dicho que Dios es amor porque Él es la fuente misma de ese amor; también dijimos que su amor es eterno e inmutable, que es santo, así como también, la bondad que muestra para con cada uno de sus hijos es amorosa, y que este atributo de Dios no se contrapone, en ninguna manera a sus demás atributos, sino que armoniza perfectamente con ellos.
Ahora bien, la semana pasada tocamos un punto que es un tanto difícil y que es acerca del aborrecimiento de Dios. Dijimos que muchas veces se refiere a sólo una elección, pero que, en otros puntos de la Biblia, habla literalmente de cómo Dios odia, tanto al pecado como al pecador.
El día de hoy tocaremos otro punto que levanta mucha polémica aún dentro mismo ambiente cristiano y que lleva a plantearse preguntas que conducen a la idea, de que esta doctrina se contradice a sí misma. Esta doctrina es acerca de la elección amorosa de Dios que descansa en su soberanía.
El aceptar esta doctrina, es estar completamente convencido de que ella es la manifestación misma del amor eterno de Dios; pero aquellos que no la aceptan, el sólo pensar en ella los lleva a afirmar, que si esto es así, que si Dios eligió desde la eternidad a algunos, y a otros no, entonces estamos ante un Dios injusto, que refleja un lado sombrío de Él, que cubre por completo la misma esencia de su amor. Por eso, es importante que entendamos el verdadero carácter de esta doctrina, para darnos cuenta que se encuentra perfectamente arraigada en el mismo amor de Dios.
Para esto, demos lectura a nuestro pasaje del día de hoy, dice:
3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, 4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, 6 para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, 7 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia,
En este pasaje que acabamos de escuchar, vemos a Pablo hablando de cómo Dios elige a unas personas; esto por supuesto, abruma a muchas personas e inclusive, hay muchos cristianos que no aceptan el hecho, de que Dios haya predestinado sólo a algunos para la salvación, desde antes de la fundación del mundo. Por eso, debemos de entender que esta doctrina no nace como una idea de Martín Lutero, o San Agustín o de Jonathan Edwards, sino se origina en las mismas páginas de la Biblia, y es Pablo quien la menciona. Así que, el término de predestinación viene por inspiración del Espíritu Santo, para que Pablo la diera a conocer al pueblo de Éfeso, y por supuesto a nosotros. De tal forma que, si creemos en cada palabra que viene en la Biblia, debemos entonces de estar seguros de que la predestinación de Dios es una bendición que nace del amor que Dios tiene por nosotros.
Es por eso que Pablo inicia enalteciendo la grandeza de la gloria de la gracia y la gran misericordia de Dios. Así, lo primero que dice es: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Pablo enaltece a Dios porque Él nos ha bendecido con toda clase de bendición espiritual, ¿en dónde? En los lugares celestiales, Él nos bendice en Cristo.
Con esto deja bien claro, que el motivo de su bendita y amorosa elección, no está fundamentada en algo que nosotros hubiéramos hecho, porque esta elección fue hecha antes de la fundación del mundo; entonces, podemos preguntar ¿La hizo por algo especial que íbamos a hacer, y por eso nos eligió? Tampoco. Por lo que dijo Pablo aquí, es que el único y verdadero motivo por el cual Dios nos eligió, y debemos entenderlo así, es que la elección está en función de la relación directa que el Padre tiene por Cristo. Leamos esto otra vez, dice: según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, este párrafo deja bien clara la doctrina de la elección. Ahora bien, ¿en quién nos escogió? Cuando dice que nos escogió en Él, se está refiriendo a Cristo Jesús; así que, nos escogió por causa de Él y no por algún mérito nuestro. Él eligió soberanamente, desde antes de la fundación del mundo, a aquellos que iban a formar parte de su pueblo por causa del amor que le tiene a su Hijo; y lo hizo con un propósito, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él. El «fuésemos», se refiere precisamente a los creyentes, a todos aquellos que fuimos llamados por el Padre para acudir a su Hijo, con el propósito de ser limpios por su sangre derramada en la cruz, y para que ser santificados por Su Espíritu; quien obra en la vida de aquellos que, por su acción, nacieron de nuevo. Por tanto, la meta de la elección soberana de Dios, es tomar de una humanidad caída, un pueblo santo, una porción rescatada para cumplir con el propósito inicial de la creación, que es el glorificar a Dios, y representar la santidad propia de Él. Dios dijo, «Sean santos, porque yo Soy Santo».
A Dios no le tomó por sorpresa la caída del hombre, Él lo sabía, pero no estaba dispuesto a que el propósito original de su creación se perdiera, no estaba dispuesto a que, por causa del pecado, el propósito de su obra máxima se desvaneciera desde el inicio, como cuando alguien inicia a escribir un libro y al término del primer capítulo lo deja inconcluso.
Por tanto, por el gran amor que Dios tiene por su Hijo, amó también desde la eternidad a esta porción de la humanidad, con un amor santo, redimiéndola de esa gran masa perdida y rebelde, para que así, como un padre le da regalos a su hijo, darles a estos escogidos a su Hijo por el amor que le tiene. En los versículos 27 y 29 de Juan 10 dice: 27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; 29 Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
El Padre de las luces, dio este remanente a su Hijo para darles vida eterna y que ninguna se perdiera, así esta porción de personas, fueron predestinadas para ser santas y sin culpa ante Él, en amor.
En medio de una humanidad caída, la cual estaba destinada a muerte por la desobediencia de Adán, Dios rescató a unos según su beneplácito, para rescatarlos de la ira venidera por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad. Dios nos predestinó para ser adoptados como sus hijos y así, formar parte de su familia. Esto es lo más hermoso de su amor electivo, que, siendo enemigos de Él, nos adoptó como hijos en Cristo y nos hizo coherederos con Él.
Todos los hombres merecíamos justicia, merecíamos la sentencia de que el día que se comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal, ciertamente moriríamos. Entonces, todos merecemos que se aplique esta sentencia, nadie escapamos de la justicia de Dios, y esto es lo justo por traicionar a Dios, al escuchar otra voz que no era la de Él. Pero Dios que es rico en amor, en medio de esta humanidad caída que merece justicia, Dios decide tomar una porción de ella para darle misericordia y aplicar la justicia que merecía en su Hijo al ser colgado en la cruz, entregando su vida por nosotros, con el fin de presentarse a Sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese ni arruga ni cosa semejante, sino santa y sin mancha, Efe 5: 27. Demos gracias a Dios, y rindamos nuestra alabanza a la gloria de su gracia, al rescatarnos por medio de Cristo y adoptarnos como sus hijos.