El amor divino de complacencia – Romanos 8:28-30

Meditación basada en Romanos 8:28-30 por el A.I. Fernando Acevedo P.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

En las dos meditaciones anteriores, hablamos acerca del amor de benevolencia de Dios, que tiene que ver con la buena voluntad que Dios tiene hacia todas las personas; también hablamos de su amor de beneficencia, y se refiere a las acciones que Dios toma hacia sus criaturas y que son el resultado de su benevolencia; y así, para todos sale el sol, para todos llueve y reparte dones a cada persona de este mundo; esto, por supuesto, nos lleva al tema de la gracia común que Dios da a toda la humanidad.

Pero el día de hoy hablaremos del amor de complacencia de Dios. Posiblemente la palabra complacencia desconcertará a muchos, ya que, al paso de los años, el uso de esta palabra se ha desvirtuado, y se usa para referirse a una actitud de indiferencia o de autosuficiencia. Entonces, al hablar del amor divino de complacencia, nos a imaginamos que Dios sentado muy a gusto en Sion, siendo únicamente observador de lo que pasa en su creación y con los hombres, sin tener ninguna inclinación hacia nada ni nadie, en lugar de estar involucrado en todo lo que sucede.

Pero esto no es así, si vamos al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, encontramos que la palabra complacencia se define como: Satisfacción, placer y contento que resulta de algo: esto, nos aleja de la idea de indiferencia o autosuficiencia.

Recordemos que cuando Jesús fue al Jordán a bautizarse, se escuchó la voz del Padre decir: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Vemos entonces que Dios anuncia el amor de complacencia hacia su Hijo; así, Jesús es la razón por el cual el Padre está complacido; se delita en el amor que le tiene a Su Hijo. Pensando esto, si el Padre nos ama por causa de su Hijo, podemos entonces caer en la cuenta, que aparte de Cristo, este amor lo tiene por sus elegidos. Este amor divino de complacencia es un amor que sólo tiene por aquellos que, en Su soberana Voluntad, decidió redimir. Así que, Dios se agrada por todos aquellos que eligió desde antes de la fundación del mundo.

Este amor complaciente que Dios tiene por los suyos, nos lleva nuevamente al texto de Malaquías que dice: A Jacob amé, más a Esaú aborrecí. Vemos una clara diferencia que Dios hace entre ellos, y decíamos que la palabra aborrecí, en este texto tan difícil, significaba sólo su preferencia por Jacob. Llevando esto en términos de Su amor divino de complacencia, Jacob es quién recibe este amor, pero Esaú no. O sea, Jacob recibe un amor trascendente, recibe el amor que Dios tiene por Sus elegidos, y que es distinto del amor de benevolencia y el amor de beneficencia. Así que, Esaú recibió de Dios el amor de benevolencia y de beneficencia, que también recibió Jacob, pero no recibió el amor salvador de Dios, no recibió ese amor redentor con el cual Dios se deleita al darlo a todo Su pueblo. Nos encontramos así, con que el amor complaciente de Dios apunta directamente a la gracia salvadora, y nos lleva a la gracia electiva de Dios.

 Ahora, vayamos al pasaje bíblico de hoy para aclarar un poco más, dice así:

28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. 29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó. Hasta aquí la lectura.

Cuando leemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, nos encontramos ante la providencia de Dios, en las que todas las cosas, tanto buenas y las aparentemente malas, aún las pruebas y tribulaciones, obran para nuestro bien. Recordemos que Dios no nos prometió una vida tranquila en el momento de creer en su Hijo, sino una vida, donde aún en medio de las pruebas y tribulaciones, reina Su paz en nosotros; y así como el oro se pasa por fuego para ser purificado, todos los que somos llamados podamos ser cada vez más santos, y por la acción del Espíritu Santo, estemos más cerca del barón perfecto que Dios quiere que seamos.

De tal forma, que todos los que aman a Dios, y que se deleitan amándolo aún en medio de las tribulaciones, es porque primero Dios los amó con un amor de complacencia; así, todos los que fuimos llamados, tenemos nuestro gozo cumplido por ser amados desde la eternidad con un amor santo; y así, podemos estar seguros de que todo lo que suceda en nuestras vidas, es para nuestro beneficio.

Ahora bien, ¿por qué respondimos al llamado de Dios? no respondimos por porque así lo decidimos, y por eso Dios nos predestinó; sino que respondimos al llamado de Dios, porque fuimos predestinados para hacerlo. Esto por supuesto, tiene que ver con la acción del Espíritu Santo, que actúa en nuestro interior. Este llamado no es sólo un llamado externo, sino es un llamado interno que opera en nosotros y nos da oídos para oír y ojos para ver. El Espíritu Santo obra en nosotros, actúa en nuestro corazón, en nuestra alma, para que nosotros que andábamos muertos en nuestros delitos y pecados, fuéramos vivificados. Este llamado interno, que también conocemos como el llamado irresistible, es el llamado que Dios hace a sus elegidos conforme a su propósito.

En los versículos siguientes dice: 29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a

los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó.

Dios nos predestinó con el propósito a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito de muchos hermanos, siendo Cristo el primero en estar en la presencia del Padre, y después nosotros estaremos con Él ante Dios. Este premio es el galardón máximo de este llamado.

Muchos dirán que todos fuimos llamados, pero tenemos que tener en mente que pocos son los escogidos. Es cierto que el Evangelio de salvación llama a toda la humanidad, pero para muchos, es simplemente una locura, y otros toman lo que les conviene; esta es la razón por la cual pocos son los llamados; es decir, todos son llamados, pero no son llamados internamente, no fueron predestinados para responder a ese llamado.

 Analizando un poco, Dios en su omnisciencia, conoce el nombre de todas y cada una de las personas que han vivido en este mundo, y vivirán. Nadie se escapa de que Él no sepa su nombre; inclusive sabe exactamente lo que va a hacer cada una de ellas. Por ejemplo, desde la eternidad sabía que Pedro iba a ser pescador, y que Mateo iba a ser cobrador de impuestos, y sabía desde la eternidad lo que estamos haciendo en este momento. Dios en su infinita sabiduría, conoce de manera intelectual a cada uno de nosotros; pero esto no quiere decir que, por el hecho de que conoció a toda la humanidad en la eternidad, todos serán salvos. Es aquí donde entra la difícil doctrina de la predestinación, doctrina en la cual muchos, e inclusive cristianos tropiezan, provocando en ellos mucho conflicto.

Debe quedar bien claro, que todos los que nos llamamos creyentes, tenemos que creer en la doctrina de la predestinación; y que, en base a esto, Dios nos hizo un llamado interno, un llamado irresistible para ser justificados. Todos los que Dios predestinó, responderán a este llamado para ser glorificados.

Así que, el amor de complacencia de Dios, tiene que ver con el hecho de que a Él le place, se deleita en amarnos por el amor que le tiene a su Hijo. Entonces, a Dios le agradó amarnos desde la eternidad, desde antes de la fundación del mundo. Tu elección y la mía, no es por algo especial que Dios vio en nosotros, sino que es el resultado del amor eterno de Dios por ti y por mí. Dios nos ama por causa de Su Hijo, y nos ama, aunque no lo merezcamos. Dios, por su voluntad, se complace en el amor que tiene por nosotros.

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