Afrontando la aflicción – Lucas 13:1-4

Meditación bíblica sobre Lucas 13:1-4 por el A.I. Fernando Acevedo P.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

 Como cristianos, caminamos por la vida sintiendo seguros nuestros pasos, porque sabemos que estamos bajo la gracia de Dios.

Pero es necesario hacernos una pregunta: ¿qué tan asombrados estamos con la gracia de Dios en nuestras vidas? Cuando cantamos el himno, «sublime gracia», ¿realmente lo cantamos porque estamos totalmente conmovidos con su gracia?

Es probable que, con el paso del tiempo, nos vayamos acostumbrando a las misericordias de Dios, a Su amor, a Su providencia, a tal grado de ser tan común en nuestras vidas, que ya casi no estamos conscientes, de lo que recibimos de la mano de Dios; y con cierta frecuencia, nos olvidamos de agradecerle todo lo que nos da.

 Hay muchos cristianos, que cuando se enfrentan al dolor y al sufrimiento, se sumergen en una crisis, que provoca que su fe se vea quebrantada, porque no entienden, por qué están pasando por eso.

Esto puede ser debido a muchas causas, pero una de ellas, es que hay muchos ministros que les prometen, que en el momento que acepten a Cristo en sus vidas, ya no habrá más dolor, ya no habrá más sufrimientos, que todos los problemas se van a terminar, que las enfermedades llegarán a su fin y su vida económica va a prosperar.

Pero cuando se enfrentan a la realidad, llegan a una crisis espiritual y empiezan a dudar si Dios realmente es bueno o si realmente existe.

 En nuestro pasaje de hoy, encontraremos muchas respuestas, y nos ayudará a entender cómo afrontar el sufrimiento, dice:

1  En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. 2 Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? 3 Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. 4 O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.

En aquel tiempo, unos galileos acudieron al templo a ofrecer sacrificios a Dios, y estando allí, Pilato los mandó matar, mezclando su sangre con la de sus sacrificios.

En aquel entonces, el concepto del desastre que muchos sufrían, era consecuencia de su pecado.

Sin embargo, Jesús les refutó todo esto, y además, les hizo saber la necesidad de una conversión genuina para que una persona pueda alcanzar la salvación, como lo vemos en el versículo 3 y al final del versículo 5, ya que, si no hay un genuino arrepentimiento en las personas, ciertamente todos morirán.

 Básicamente, la pregunta que estaban haciendo, es la misma que en la actualidad muchos se hacen, ¿por qué Dios permite que sucedan estas cosas? Si Dios es amor ¿cómo es que permitió que eso les sucediera a los que mataron en el templo y los que murieron en Siloé al derrumbarse aquella torre? A esto, la repuesta de Jesús es contundente al decirles:

si pensáis que estas cosas le pasan a la gente porque eran más pecadores que los demás, te digo que no. Pero a menos que te arrepientas, tú también igual perecerás.

 Lo que en realidad les está diciendo Jesús es que están haciendo la pregunta equivocada, ya que la pregunta que deberían de hacer es, ¿por qué la torre de Siloé no cayó sobre nosotros? o ¿Por qué nuestra sangre no fue mezclada con la de nuestros sacrificios? Cuando damos por sentado, que Dios nos debe una vida libre de problemas y sufrimientos, estamos en una postura completamente equivocada.

 En el capítulo nueve de Juan, vemos a sus discípulos preguntando a su Maestro el por qué un hombre había nacido ciego, diciéndole:

Rabí ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?

La pregunta que le estaban haciendo, en realidad era el producto del desconocimiento de los designios de Dios, por tanto, Jesús les hace saber que ninguna de las dos cosas había sucedido.

Que ni el padre, ni la madre ni él mismo habían pecado, que, en realidad, él había nacido ciego para que la obra de Dios fuera manifestada en él.

Es decir, no fue un castigo impuesto por Dios por su pecado, sino que era necesario que el Hijo del Hombre fuera glorificado al devolverle la vista. Es por eso, que debemos de tener mucho cuidado al tratar temas acerca del sufrimiento.

Lo mismo sucede cuando hablamos de los sufrimientos de Job.

Sufrimientos que se nos narra en el libro que lleva su nombre. Estando él en un momento de paz, de prosperidad, rodeado de su familia, y siendo temeroso de Dios, le vienen una serie de calamidades, que incluso pierde a su familia. A pesar de ser el hombre más justo del mundo en ese momento, es llevado al nivel más bajo del dolor, miseria y sufrimiento, fue llevado a la peor tragedia que persona alguna haya podido sufrir. Esto lo llevó a renegar del momento de su nacimiento, sin embargo, dijo

aunque Él me matare, en Él esperaré.

Job hizo la pregunta, que muchos hacen en algún momento, ¿por qué Dios? Esta pregunta, podría ser un reclamo velado del por qué están pasando estas cosas, y la única respuesta legítima que podemos esperar de Dios es: ¿y por qué no? Esto es lo que debemos recordar siempre, porque el sufrimiento es algo con lo que todos, en un momento determinado, tenemos que lidiar.

Sin embargo, cuando hablamos de esto en un mundo pagano, oímos argumentos diferentes sobre el dolor, posturas que vienen de un mundo que no conoce a Dios. Por tanto, es necesario entender la diferencia entre la postura bíblica y la postura pagana acerca del sufrimiento.

 Así, las personas que no conocen a Dios, y no encuentran explicación a lo que está pasando, culpan a Dios por lo que está sucediendo, considerándolo como malo, que sólo está de espectador, divirtiéndose ante las cosas que suceden en este mundo, o bien, que Él creó todo y luego se alejó, dejándonos solos en este mundo, o simplemente, argumentan que no existe. 

 Al ver todo esto, y ante el anhelo de parar de sufrir y su vacío espiritual, se dejan llevar, como mencionamos al principio, por aquellos ministros que les prometen que dejarán de sufrir en el momento que entreguen su vida a Cristo; que entonces habrá prosperidad en su vida y que el sufrimiento no los alcanzará más; pero al ver la visión bíblica acerca del sufrimiento, veremos que está en clara contraposición con todo lo que las personas, de este mundo, piensa.

La visión bíblica acerca del sufrimiento es que éste, es utilizado por Dios con propósitos santificadores para su pueblo, y nos ayuda a darle la verdadera dimensión para nuestras vidas.

 Esto no quiere decir, que un cristiano deba comportarse ecuánime ante el fallecimiento de un ser querido, y que no debe de llorar por su pérdida, al creer que esto, es utilizado por Dios para su redención.

Al recordar el momento en que Jesús, fue donde Martha y María, y al estar frente a la tumba de Lázaro, y saber que iba a resucitarlo, nuestro Señor lloró, sintiendo tristeza por la muerte de su amigo. Entonces, debemos de entender que el hecho de sentir dolor y llorar, no implica que esto sea un acto pecaminoso o poco cristiano.

 El sentir dolor por algo triste, como la muerte o una enfermedad grave de un ser querido, es perfectamente comprensible. Este tipo de sufrimiento, puede llevarnos a sentir autocompasión o llevarnos a la amargura, pero todo esto, son alteraciones legítimas del dolor.

El llorar y dolerse, está permitido por las Escrituras, y además, es recomendado. Recordamos entonces que, en el Antiguo Testamento, ante la muerte de un ser querido, los hombres salían de sus hogares y rasgaban sus vestiduras y se rociaban la cabeza con tierra.

 Dios no nos promete una vida sin sufrimiento, sino al contrario, todo cristiano legítimo pasará por tribulaciones, dolor, sufrimiento, para templanza de su espíritu, para eliminar todo aquello que estorba a su crecimiento espiritual, para eliminar todo aquello que no es atractivo en su vida, de la misma manera, que el oro se mete al crisol para ser purificado.

Pablo dice a los Romanos que somos justificados por la fe en Jesús y tenemos paz para con Dios, y somos adoptados como hijos y pasar formar parte de la familia de Dios. Y no sólo esto, sino que

también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza. 

Recordemos que Dios nunca prometió una vida tranquila, sin sufrimiento, sin dolor o angustias; pero lo que sí prometió es que Él estaría con nosotros, que nunca iríamos solos al valle de sombra de muerte.

En el Salmo 23:4, dice:

Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo; Tú vara y tu cayado me infundirán aliento.

Entonces, podemos tener la certeza que cuando una aflicción nos embarga, Él estará acompañándonos; nunca estaremos solos, y como el Buen Pastor, su vara y su callado nos darán aliento y guía, manteniéndonos seguros en medio de nuestro dolor.

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