La lucha contra la ansiedad – Mateo 6:25-34

Meditación bíblica sobre Mateo 6:25-34 por el A.I. Fernando Acevedo P.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

 La ansiedad… Es algo con lo que todos, en algún momento determinado de nuestra vida, tenemos que luchar. Nadie nos escapamos de no tener momentos en que nos sintamos ansiosos por alguna razón. Pero, ¿qué es la ansiedad? Según el diccionario de la real academia española, la define como: «El estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo».

 Cuando miramos hacia las Sagradas Escrituras, y ponemos nuestra atención en las palabras de Jesús, veremos que hay una prohibición negativa que siempre hacía acerca de la ansiedad. Lo hacía con tanta frecuencia, que es la primera que dijo en número de veces, en todo Su ministerio.

 Esta prohibición sólo contiene dos palabras: «No temáis». Esta exhortación negativa que hace Jesús, la leemos tantas veces en la Biblia que se vuelve algo normal en nuestra lectura. Notamos que cada vez que saludaba a sus discípulos, en lugar de darles el saludo habitual entre los judíos, shalom, siempre se dirigía a ellos con estas dos palabras. Entonces nos preguntamos, ¿por qué se dirigía a ellos tan a menudo de esta forma? Porque conocía, y conoce, el corazón del hombre, conoce la debilidad humana, y sabe que comúnmente, llega a tener miedo, enfrascándose constantemente en una lucha contra la ansiedad.

 Muchas veces la gente tiende a usar la palabra «ansiedad», para referirse a algo que los llena de emoción, y que han estado esperando porque llegue ese momento, como, por ejemplo: un joven que está esperando ansioso, por decirlo de alguna manera, el momento de recibir su título. Tenemos así, que comúnmente la palabra ansiedad, la usan como sinónimo de la palabra entusiasta. Pero en realidad, la palabra ansiedad, no está relacionada con una situación de alegría, sino que esta palabra se relaciona con el temor.

 Existen tantas cosas por las cuales el hombre puede sentir ansiedad. Como, por ejemplo, cuando una persona se va a someter a un procedimiento quirúrgico, suele presentar una ansiedad por simple que éste sea, o bien, por un examen profesional para recibirse en alguna carrera. Esto es algo normal en las personas, es parte de la naturaleza humana. Pero existen ocasiones que esta ansiedad, puede volverse tan paralizante, que la persona que presente un examen profesional, por muy preparado que esté, puede llegar a fallar y reprobar su examen.

 Una fobia puede producir ansiedad. El quedarse encerrado en algún lugar, para muchas personas, les provoca tanta ansiedad, que se aterran y se paralizan, con el sólo hecho de pensar el quedarse encerradas o, el tener que entrar en lugares pequeños. El miedo a las arañas, lleva a algunas personas a que se aterren a tal grado, que puede elevarse hasta convertirse en una fobia. La fobia es un miedo que paraliza a las personas de una forma u otra.

 Pero hay un miedo que se localiza en el primer lugar de todos los miedos, por ser el miedo que todas las personas sienten; este miedo es hablar en público. Este miedo es tan paralizante para algunos, que los lleva a tartamudear, a sentir la boca seca cuando están hablando, o simplemente ya no pueden decir nada al verse enfrente de un público, que fija toda su atención en ellos; y entonces se alejan dejando el lugar, porque no pueden hacerlo en absoluto. Este temor lo sigue sintiendo una persona, cuando exponer alguna idea o un tema frente a un público pequeño, aunque lo haga con frecuencia. Ahora bien, todo este tipo de miedos, todo este tipo de ansiedades son el resultado de nuestra mala relación con Dios.

 Nuestra lectura de hoy, habla de una parte del Sermón del Monte, que todos hemos escuchado en muchos momentos de nuestra vida como cristianos, dice:

25  Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, que habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? 27 ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? 28 Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerar los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aún Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. 30 Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? 31 No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? 32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. 32 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. 34 Así que, nos os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.

 En este pasaje, vemos a Jesús enfocándose ante las necesidades, como el comer, el beber, y el vestir, que son básicas para el vivir diario. Sin embargo, así como se dirigió a los ricos en los versículos 19 – 24, ahora vemos que se dirige a los pobres. Ambos grupos, tienen algo en común, tienen problemas espirituales. Mientras los ricos se ven tentados a poner su confianza en sus posesiones, los pobres se inclinan a dudar de la provisión de Dios. Mientras que los ricos se sienten satisfechos y falsamente seguros con sus riquezas, los pobres se preocupan constantemente y temen ante la falsa inseguridad de su pobreza. Es así, que podemos estar seguros, que tanto ricos como pobres, padecen de crisis de ansiedad. Es por eso, que Jesús se enfoca en este problema. 

 En nuestro pasaje de hoy, vemos a Jesús hablando a la gente necesitada, y que siempre se encuentra preocupada por el qué comer, el qué vestir o beber. Sin embargo, Jesús les dice que no estén preocupadas por éstas cosas. Esto por supuesto, no quiere decir que no se sea previsor, y que no se deba de hacer lo necesario para proveer a la familia, pero al mismo tiempo, debemos estar seguros por el mañana, porque está en las manos de Dios. Cuando nuestra fe no está firme en Dios, se genera en nosotros miedo y preocupación, llevándonos a la ansiedad.

 Todos, en ciertos momentos, tememos a algo que está por suceder, más sin embargo, cuando llega ese momento, vemos que en realidad no era tan malo como pensábamos, y nos damos cuenta que nuestra ansiedad estaba mal fundamentada. Ahora bien, si lo analizamos un poco, veremos que teológicamente, nuestros temores están relacionados con el futuro y la fe. En Mateo 8: 26, Jesús les dijo a unos apóstoles aterrorizado por la tormenta: ¡Por qué teméis, hombres de poca fe? Vemos entonces, que nuestros temores radican en la falta de confianza en la promesa de Jesús, de que Él estará con nosotros hasta el fin del mundo, radican en la falta de confianza de sus promesas. Y todos, en algún momento, padecemos lo mismo. Es cierto que todos tenemos fe, pero nuestra fe es limitada y, en ocasiones, la fe no nos ayuda a superar la ansiedad que embarga nuestro espíritu, ante lo que pueda suceder. Cuántas veces, cuando oramos por algún motivo, y pedimos a Dios que sea conforme a nuestra petición, tememos decir al final de nuestra oración: que se haga Señor, conforme a Tú voluntad. O también, tememos que Dios no haga lo que prometió que haría.

  Dios nos llama a vivir en un mundo que se encuentra lleno de problemas, nos llama a vivir en un mundo, donde tendremos tribulaciones, aflicciones y sufrimientos; y esto nos asusta porque sabemos que Su Palabra será cumplida. Aun así, debemos recordar la promesa de que Él estará sosteniéndonos en cada situación difícil que se nos presente. Así que, cuando estamos presos del temor, cuando la ansiedad nos embarga, es por nuestra falta de fe.

 Muchas veces nuestras ansiedades están fundamentadas en algo subjetivo; otras, en el futuro por venir; pero hay ansiedades que nos embargan, y no sabemos el por qué, no sabemos a qué se debe, pero nos sentimos inquietos ante algo que desconocemos. Pero, aun así, debemos de poner nuestra confianza en que Dios se encuentra a nuestro lado, y que Él es nuestro escudo y fortaleza.

En el Salmo 115: 9, dice:

Oh Israel, confía en Jehová; Él es tu ayuda y tu escudo.

Y en Jeremías 17: 7, dice:

Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Amén.

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