La responsabilidad de investigar la seguridad de la salvación – Mateo 7:21-23
Meditación bíblica sobre Mateo 7:21-23 por el A.I. Fernando Acevedo P.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
Muchas personas que se dicen cristianos, caminan por el mundo con la certeza de que son salvos porque van a la Iglesia, forman parte de un ministerio y trabajan mucho en ella. Mientras que otros que confiesan ser cristianos, se detienen a preguntarse si realmente tienen su salvación asegurada.
Es por eso que este tema debemos estudiarlo, porque es de vital importancia para nuestras vidas, el tener la certeza de si estamos o no en un estado de gracia; ya que de eso depende nuestra forma de vivir, nuestra forma de ver las cosas e impacta en nuestros sentimientos, nuestra razón, y nuestro comportamiento.
Las palabras de nuestro texto de hoy nos llenan da gran temor, porque son palabras que salen de la boca del mismo Jesús. Dice así:
21No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.
Analizando un poco el texto, vemos una pequeña visión de lo que sucederá en aquel día final, cuando el Señor venga con todo su poder a juzgar a vivos y a muertos.
Ese día se acercarán muchos a Él diciéndole: Señor, Señor, en tu nombre hicimos todas estas cosas. Expulsamos demonios, curamos enfermos, profetizamos; pero como respuesta, Jesús les hace una declaración que a
cualquiera llena de gran temor, les dirá: Nunca os conocí, y enseguida le escucharán decir, apartaos de Mí hacedores del mal. Qué terrible escuchar eso de la boca del Señor. Es una aterradora advertencia para toda Su Iglesia.
Ahora bien, esta doble repetición es de mucha importancia en la lengua hebrea, ya que nos deja ver que existe una relación íntima entre una persona y otra. Así vemos en la Biblia a Dios hablando a Abraham que se encontraba a punto de clavar su cuchillo en su hijo, diciendo:
Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo, No extiendas tu mano sobre el muchacho.
Y desde la zarza ardiente a Moisés le dijo:
¡Moisés, Moisés!, y él respondió; Heme aquí.
Lo mismo sucedió con Samuel, diciéndole:
¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye.
A Pablo le habló en el camino a Damasco, diciendo:
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
El mismo Jesús exclamó en la cruz diciendo
Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Así que, aunque estos se acerquen en aquel día a Jesús con esta doble repetición que muestra una relación cercana con el Señor, como si lo conocieran profundamente y de una manera personal y espiritual, Él les declarará que nunca estuvieron en su mente y les ordenará que se aparten de Él.
Lo que notamos en todo esto, es que Jesús está afirmando, que no todos lo que profesan ser cristianos, no todos los que le llamen Señor, Señor, estarán en el reino de Su Padre, porque no le pertenecen. Nunca fueron llamados por el Padre para ir a Él, no fueron predestinados desde antes de la fundación del mundo. Y lo más aterrador de todo, es que estas palabras de Jesús van dirigidas, no a personas que no van a la Iglesia, o que van nada más de vez en cuando, sino a personas que se encuentran inmersas en ella, que trabajan arduamente, posiblemente sean maestros, pastores, y tal vez gocen de cierto reconocimiento dentro de la congregación, y sin embargo Jesús, no las conoce, y en el día final, no les permitirá entrar en Su reino.
Es aquí donde nos debemos de hacer un par de preguntas: ¿cómo podemos saber, que no seremos del grupo de personas que se encuentren de pie frente al Rey de reyes, con la esperanza de entrar a su reino, y nos encontremos ante las terribles Palabras de Jesús diciendo: no te conozco, apártate de Mí. ¿Cómo podemos saber que nuestro estado de gracia es genuino y no nos hemos estado engañando todos estos años? Cuántas veces se han hecho campañas evangelísticas, en las que se convierten muchas personas, y entonces nos preguntamos: ¿cuántas de ellas realmente tuvieron una conversión real y genuina? ¿En cuántas de ellas, realmente la semilla cayó en buena tierra?
Otro pasaje de la Biblia que habla de esto, es la parábola del sembrador que se encuentra narrada en el Evangelio de Mateo 13:1-9, dice:
1Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar. 2Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda la gente estaba en la playa. 3Y les habló muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar. 4Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. 5Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; 6pero salido y el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. 7Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. 8Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. 9El que tiene oídos para oír, oiga.
Vayamos un poco atrás de este pasaje, en el capítulo 12 vv. 47-50, donde le hacen saber a Jesús que su madre y sus hermanos lo buscaban. Recordamos que la respuesta de Jesús fue:
¿Quién es mi madre, y quienes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre.
Es decir, el que es verdadero hermano de Jesús, es aquel que hace la voluntad del Padre, no aquel que toma la decisión de seguir a Cristo. Así, recordamos que Judas decidió seguir a Cristo, nadie lo obligó, él lo busco hasta encontrarlo y quiso recibir las enseñanzas de Jesús. Así estuvo con Él durante todo su ministerio, y sin embargo, la Biblia nos dice que era un demonio; él nunca estuvo bajo la gracia; él nunca fue escogido por Dios para formar parte de Su reino. Es decir, no fue una persona que alcanzara la gracia y que luego la haya perdió, sino que fue una persona que, a pesar de estar cerca del Salvador, el nunca recibió la Palabra y nunca fue un convertido. Es aquí el momento en que nos debemos detener y sopesar la condición en la que estamos nosotros.
Volviendo a la Parábola del sembrador, esta fue explicada por el mismo Jesús, versículos más adelante; donde podemos ver cuatro grupos de personas de las cuales habla. Al primer grupo lo compara con un camino, donde la semilla es comida por las aves, quienes representan a satanás quien arrebata la Palabra de su corazón; son personas que escuchan la Palabra, pero no tiene ningún impacto en su vida, y siguen su camino como si no hubieran escuchado nada. El segundo grupo lo compara con pedregales con poca tierra; estas son personas que escuchan la Palabra y se gozan con ella, pero al siguiente día, en las primeras preocupaciones que se les presentan, la olvidan.
Al tercer grupo, lo compara con tierra con espinos, donde la semilla fue ahogada por ellos; los espinos representan los afanes de la vida; o sea, las actividades propias de cada persona, la necesidad de llevar dinero a la casa y los conflictos con la carne, los alejan de todo lo que habían escuchado; así, son engañados y atraídos por el mundo, y dejan de lado la Palabra recibida. Al cuarto grupo, lo compara con buena tierra, donde la semilla crece dando fruto al ciento, sesenta y treinta por uno. Este grupo está formado por aquellos que reciben la Palabra, la entienden y se gozan con ella todos los días de su vida, y a pesar de las aflicciones que se les van presentando, en lugar de alejarse se acercan más a ella buscando refugio en el Señor, dando fruto al cien, al sesenta, y al treinta por uno.
Analizando todo esto, podemos ver que no todos los oidores de la Palabra serán salvos, sino aquellos que son hacedores de ella, aquellos cuyo corazón fue transformado por el Señor. Es necesario que el Señor provea de buena tierra para que su Palabra eche raíces, crezca y produzca fruto. Aquellos que durante toda su vida no dan fruto, no son verdaderos cristianos. Pero entendamos algo, el fruto no salva, sino que es la señal de que esa persona tiene vida espiritual. Por eso Jesús dijo:
por sus frutos los conoceréis.
Un verdadero cristiano, necesariamente dará buenos frutos.
A la luz de todo esto, volvemos a nuestra pregunta: ¿cómo sabemos que la fe que profesamos es el resultado de una genuina gracia salvadora? En las siguientes meditaciones iremos encontrando las respuestas.