Los errores que llevan a creer tener la seguridad de la salvación – Mateo 19:16-22
Meditación bíblica sobre Mateo 19:16-22 por el A.I. Fernando Acevedo P.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
En la meditación de la semana pasada, hablamos un poco acerca del cuarto grupo de personas. Aquellas que creen ser salvas, sin embargo, no lo son. Esto por supuesto complica el asunto acerca de la total seguridad de la salvación. Es por eso, que los que están seguros de su salvación se deben preguntar: ¿qué es lo que lleva a las personas a tener una equivocada seguridad de su salvación?
Todos aquellos que tienen una falsa seguridad de que serán salvos, es porque el conocimiento de la doctrina de la salvación lo tienen equivocado, o bien, aunque la entienden, no cumplen con todo lo necesario que ella exige.
Esto nos conduce a considerar los errores, que llevan a las personas a tener una falsa seguridad de su salvación.
El primer error es el universalismo, esta doctrina que no se menciona en las Sagradas Escrituras, básicamente consiste en que todos, sin excepción, serán salvos por el simple hecho de que como Dios es bueno y Dios es amor, y como Jesús vino al mundo, no para juzgarlo, sino a dar su vida para la salvación del mundo (Juan 3:17), entonces todos, al final del día serán salvos porque pertenecen al mundo.
Este versículo sacado de contexto, sin tomar la condición necesaria que se menciona en el v.16, es una de las creencias que tienen las personas en general; de esta forma, suprimen casi por completo la ira venidera de Dios. No toman en cuenta las palabras con las que el autor del libro de Hebreos en su capítulo 9:27, advierte a todo ser humano. Dice:
Y de la misma manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio.
Jesús hablo muchas veces acerca del infierno y el juicio. En el Evangelio de Juan 12:48 dice:
El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.
Todos aquellos que no reciban las palabras de Jesús, serán las que los juzguen al final de los tiempos e irán al lago de fuego y azufre.
Es una creencia general, que cuando una persona muere, en ese mismo instante todos sus pecados cometidos en vida son borrados y se convierte un modelo de virtud y se escucha decir a familiares y amigos: «Era muy bueno; ya no está sufriendo; ya está con Dios descansando». Como todo ser humano, tenemos la tendencia a irnos por lo más atractivo.
El segundo error, con el cual tropieza la mayoría, es el que se le puede llamar como el legalismo (esto es, justicia por obras). Esta doctrina, acerca de la salvación, es anti bíblica, ya que, de esta forma, el entrar al reino de Dios depende de manera directa al cumplimiento de la ley de Dios, cosa que nadie puede, a excepción de Cristo, y va en oposición directa con las palabras que Pablo dijo a los creyentes de Éfeso, en su capítulo 2:8 y 9, dice:
Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
Al depender de las obras para llegar al cielo, muchas personas viven su vida tratando de hacer el mayor número de obras buenas para que pesen más que las malas, y esto les sea tomado en cuenta a la hora del juicio final.
En nuestro pasaje de hoy dice:
16Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno ¿qué bien haré para tener vida eterna? 17Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno sino uno: Dios. Más si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. 18Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús le dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. 19Honra a tu padre y a tu madre; y, amarás a tu prójimo como a ti mismo. 20El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. 22Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.
Vemos a este hombre dirigiéndose a Jesús como Maestro bueno, pero en realidad no era un reconocimiento de la divinidad de Cristo, sino que este hombre se dirigió a Jesús como a un Maestro recto enviado de Dios, pero sin tener idea de a quién se estaba dirigiendo. Para él, Jesús como un Maestro de la ley, tenía vida eterna, y pensaba que podría decirle como alcanzarla.
Es por eso que Jesús le contesta:
¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno sino uno: Dios.
Años más tarde Pablo citando las escrituras, dice a los romanos (Rom. 3:12)
Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Como respuesta a este versículo, muchos dirán que sí hay quién hace buenas obras, ya que, muchos ricos ayudan a los pobres, donan fortunas a instituciones de caridad, levantan escuelas para los pobres, hacen fundaciones para el bien de muchos. Pero tenemos que tener en cuenta, que todas las obras que un hombre haga, sin haber sido regenerado por el Espíritu Santo, están manchadas por el pecado. Como dice en Isaías 64:6:
Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia.
Cuando un hombre hace buenas obras, las hace como una respuesta inconsciente a la ley de Dios. Juan Calvino llamó a todas las buenas obras que todo hombre, no regenerado, hace: virtud cívica. Entonces, todos vamos a ser juzgados de dos formas según el estándar que marca la Biblia: la primera como una respuesta automática a la ley que Dios puso en el corazón de todo ser humano. Y la segunda, por una motivación nacida del deseo de obedecer Su ley; a esto se le llama virtud cristiana.
Entonces, en nuestro pasaje de hoy, cuando Jesús le pide al hombre que venda sus bienes y los reparta a los pobres, evidencia al joven al dejar demostrado que, a pesar de haber afirmado que guardaba la ley, estaba faltando al primer mandamiento al poner sus bienes antes que a Dios. Así que, con su rechazo a vender sus bienes, revela dos cosas: la primera, es que no era inocente en lo que se refiere al cumplimento de la ley, y era culpable de amarse sólo a sí mismo y a sus bienes, más que a su prójimo. La segunda, es que era una persona que carecía de la fe que motiva el deseo de hacer la voluntad de Cristo.
Tenemos ahora el tercer error, que es la práctica de lo que se puede llamar el sacerdotalismo. Es decir, es la creencia de que la salvación viene por la cumplir con los sacramentos.
Antes de la venida de Jesús, los fariseos practicaban el sacerdotalismo, porque pensaban que, al circuncidarse y ser descendientes de Abraham, automáticamente entraban al reino de Dios.
En la actualidad, la persona que piensa que, por el hecho de pertenecer a alguna iglesia visible, de cualquier denominación y participar en los sacramentos, que son medios de gracia, tiene asegurada su salvación.
El pertenecer a una iglesia visible no salva, el participar en los sacramentos tampoco salva.
Tenemos que recordar que sólo son una manifestación externa de una realidad espiritual. Al ser medios de gracia, enriquecen y refuerzan la fe de una persona. Si esto no lo han entendido así o, aunque lo entiendan lo practican de manera errónea y superficialmente, los lleva a tener una falsa seguridad de su salvación.