La ira de Dios se revela – Romanos 1:18

Hoy continuamos nuestro estudio de la epístola a los Romanos en Romanos 1:18.

Romanos 1:1-17 es fundamentalmente la introducción de la carta, y en Romanos 1:18 comienza la carta en sí.

Hemos visto ya en los videos anteriores que la Biblia  revela las malas noticias antes de darnos las buenas noticias.

Romanos 1:18 nos revela la raíz de nuestro problema: la ira de Dios a causa de nuestro pecado. Romanos 1:18 dice:

«Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad»

En los versos 1 al 17 Pablo empieza a dar los detalles del evangelio de Dios en el que se revela su justicia, y aquí en Romanos 1:18 presenta habla extensamente sobre la condenación del hombre y sigue hablando de ello hasta el capítulo 3.

En este verso 18, inicia haciendo una afirmación muy explícita acerca de la ira justa de Dios.

La idea de un Dios de ira va en contra de la naturaleza humana caída e incluso es un obstáculo para muchos cristianos.

Dios es un Dios de amor, eso es absolutamente cierto. Pero ese es sólo uno de sus muchos atributos.

Generalmente pensamos en Dios principalmente como un Dios de amor pero tenemos mucha dificultad en pensar en él como un Dios de ira.

En el fondo, la razón de ello es que no tenemos una comprensión lo suficientemente clara de la gravedad y lo terrible de nuestro pecado y tampoco de la santidad absoluta de Dios.

Todos los atributos de Dios están equilibrados en la perfección divina. Dios ama la justicia tanto y con la misma perfección como odia la maldad. En el Salmo 45 el salmista habla acerca de Dios de la siguiente forma:

“Has amado la justicia y aborrecido la maldad”

Es imposible que podamos apreciar la plenitud del amor de Dios por nosotros si no conocemos lo que es  la ira de Dios contra nosotros. Dios está justamente enojado contra nosotros porque hemos quebrantado su ley perfecta y santa. Hasta que no reconozcamos que hemos quebrantado su ley y que Dios está justamente enojado contra nosotros, no vamos a clamar a él pidiendo su misericordia ni vamos a experimentar su maravillosa gracia.

Antes de que podamos experimentar la gracia, la misericordia y el amor de Dios, es necesario reconocer y admitir que hemos caído  en pecado.

Hemos quebrantado su ley. Reconocemos nos hemos rebelado contra él. Y a pesar de todas nuestras transgresiones y rebeliones, Dios está justamente enojado.

Muchos cristianos piensan equivocadamente que Dios se revela como un Dios de ira en el Antiguo Testamento y luego como el Dios de amor en el Nuevo Testamento.

Esa es una comprensión completamente errónea.

Así como el amor de Dios se revela a lo largo de todas las Escrituras (tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento), también se revela la ira de Dios a lo largo de todas las Escrituras (tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento).

En el texto de hoy Romanos 1:18, Pablo da algunas de las características la ira de Dios.

Primero: La ira de Dios es de Dios

Inicia diciendo “la ira de Dios…”

Bíblicamente, la ira de Dios se refiere a una indignación y un desagrado rotundos, y se refiere no a un arranque emocional o sin control como la ira humana.

La ira de Dios no es como la ira humana, que siempre está contaminada por el pecado. La ira de Dios siempre es completamente justa. Dios nunca pierde los estribos.

La ira de Dios no es una furia irracional, sino que es la única respuesta que un Dios santo puede tener hacia el mal. Dios no puede ser santo y no estar enojado con el mal. La santidad no puede tolerar la impiedad, como dijo el profeta Habacuc:

“Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (Habacuc 1:13).

Incluso en nuestra sociedad humana caída, reconocemos que la indignación contra el vicio y el crimen es un elemento esencial de la bondad humana. Y consideramos correcto que la gente se escandalice por la injusticia y la crueldad.

En segundo lugar, la ira de Dios se revela.

El tiempo que se usa en la palabra revelar (presente, pasivo, indicativo) en griego ἀποκαλύπτεται (apocapiltetai) indica que la ira de Dios se está revelando continuamente, se está manifestando perpetuamente.

A lo largo de la Biblia, vemos que la ira de Dios siempre se ha revelado al ser humano pecador.

La ira de Dios se reveló por primera vez cuando Adán y Eva confiaron en lo que decía la serpiente más que en lo que Dios había dicho.

Y de inmediato Dios dictó sobre ellos la sentencia de muerte y, siendo Adán la cabeza de toda la humanidad, esa sentencia cayó sobre todos sus descendientes.

La ira de Dios se reveló también en el Diluvio, cuando Dios eliminó a toda la raza humana y solo dejó a ocho personas.

La ira de Dios se reveló en la destrucción de Sodoma y Gomorra cuando dos ciudades enteras fueron destruidas a causa del pecado.

La ira de Dios se reveló en el ahogamiento del ejército de Faraón en el Mar Rojo cuando perseguían a los israelitas.

“Pero”, podría decir alguien, “no veo que la ira de Dios se revele hoy. Veo que los malvados prosperan y que muchos cometen el mal con total impunidad”.

Debemos recordar que Dios suele demorar la ejecución de su ira sobre los hombres y mujeres pecadores.

Pablo escribe a los romanos en Romanos 2:5-6:

“Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras”.

En tercer lugar, la ira de Dios se revela desde el cielo contra todos los que la merecen.

En Romanos 3: 23 podemos leer “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”

Explícitamente dice que no importa cuanta buena voluntad de ayudar a otro o incluso de servir a Dios, nada excluye: somos pecadores.

Desde luego, podemos ver que algunas personas son moralmente más depravadas que otras, pero incluso la persona más moral y recta está muy lejos de alcanzar el estándar de justicia perfecta de Dios. Nadie escapa a la ira de Dios.

Cuarto, la ira de Dios es contra toda la impiedad y maldad

La impiedad se refiere a la falta de reverencia, devoción y adoración al Dios verdadero, que inevitablemente conduce a alguna forma de adoración falsa.

La maldad engloba la idea de la impiedad, pero se centra en sus resultados. El pecado ataca primero la majestad de Dios y luego su ley. El ser humano no actúa con rectitud porque no está correctamente relacionado con Dios. Y Dios es la única medida y fuente de la rectitud. La impiedad lleva inevitablemente a la maldad.

Una relación incorrecta con Dios lleva a una relación incorrecta con nuestros semejantes. La enemistad del hombre con su prójimo es producto de su enemistad con Dios.

Dios odia el pecado. Dios no odia a los pobres ni a los ricos, ni a los oprimidos ni a los libres, ni a los tontos ni a los inteligentes, ni a los sin talento ni a los habilidosos. Él odia el pecado que esas personas, de hecho todas las personas, practican naturalmente, y el pecado entonces inevitablemente trae la ira de Dios.

Finalmente, la causa de la ira de Dios es que los hombres suprimen la verdad con su maldad.

Esta frase podría traducirse como “que constantemente intentan suprimir la verdad aferrándose firmemente a su pecado”. La maldad es una parte tan importante de la naturaleza humana que cada persona tiene un deseo natural, innato y apremiante de suprimir y oponerse a la verdad de Dios.

Todas las personas, independientemente de que tengan o no la oportunidad de conocer la Palabra de Dios y escuchar su evangelio, tienen evidencia interna, dada por Dios, de su existencia y naturaleza, pero están universalmente inclinadas a resistir y atacar esa evidencia.

La buena noticia

Pero la buena noticia del evangelio es ésta:

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8).

Como pecador, estoy bajo la ira de Dios. Pero gracias a Dios porque Jesús recibirá la ira de Dios en mi lugar, si me arrepiento de mi pecado y confío únicamente en su justicia.

Mi respuesta es agradecerle y alabarlo por su gracia hacia mí, comprometerme con Dios en amor y obediencia.

¿Es esa tu respuesta también?

¿Sabes con seguridad que eres el destinatario de la gracia de Dios y no de la ira de Dios?

Si no estás seguro, te animo a que simplemente le pidas a Dios que te conceda su gracia.

Pídele a Dios que derrame su ira sobre el Señor Jesucristo en lugar de sobre ti. Apártate de tu pecado y camina en obediencia y gratitud a Señor Jesucristo, quien recibió la ira de Dios en tu lugar.

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