
No como palabra de hombres sino como Palabra de Dios – 1 Tesalonicenses 2:13
Meditación bíblica sobre 1 Tesalonicenses por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
Hoy quiero invitarles a contemplar lo que significa recibir la Palabra de Dios como lo que verdaderamente es: no palabra de hombres, sino palabra viva del Dios eterno.
El apóstol Pablo, escribiendo a los creyentes en Tesalónica, expresa una gratitud que no cesa. ¿Por qué? Porque aquellos hermanos, al escuchar el mensaje del Evangelio, no lo recibieron como una opinión más, ni como una enseñanza humana, sino como la voz misma de Dios hablándoles al corazón. Y esa Palabra, dice Pablo, “actúa en vosotros los creyentes”. No se queda en el oído, no se queda en la mente: obra en lo profundo del alma.
Veamos lo que dice en 1 Tesalonicenses 2:13
Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.
La Palabra que transforma
La Palabra de Dios no es un discurso religioso ni una filosofía elevada. Es viva, eficaz, y penetra hasta lo más íntimo del ser. Así lo podemos leer en la Carta los Hebreos:
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Hebreos 4:12
Cuando la Palabra de Dios es recibida, comienza a transformar. Produce convicción, consuelo, dirección. Nos confronta, nos consuela, nos forma. Y eso fue lo que ocurrió en Tesalónica: los creyentes fueron transformados por la Palabra que recibieron, y esa transformación les capacitó para soportar la persecución con firmeza y esperanza.
¿Dónde está la verdad?
Vivimos en tiempos donde la verdad parece diluirse entre opiniones. Cada uno tiene su versión, su perspectiva, su interpretación. Y en medio de ese mar de voces, la Palabra de Dios se levanta como roca firme. No cambia, no engaña, no se acomoda a los caprichos del momento. Es contracultural, porque denuncia la vanidad de los sistemas humanos que prometen plenitud sin Dios. Es luz en medio de la oscuridad, lámpara para nuestros pies (Salmo 119:105).
Recibir con humildad
Los tesalonicenses no solo escucharon: creyeron. Como niños, se rindieron ante la autoridad de Cristo. Renunciaron a su voluntad y reconocieron a Jesús como Señor. Esa fe sencilla, pero profunda, les permitió perseverar, crecer y dar fruto. Y Pablo, como buen pastor, se regocijó al ver que no fue él quien habló, sino el Espíritu del Padre quien, a través de él, tocó sus corazones.
Más que admirar: obedecer
Una cosa es maravillarse ante las palabras de Cristo, y otra muy distinta es ponerlas en práctica. El Evangelio no es una mera reflexión bonita: es una declaración de Dios mismo, con el poder para cumplir sus propósitos en la creación, como nos asegura Isaías 55:11, que dice:
Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.
Santiago nos exhorta, diciendo:
Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Santiago 1:22
La obediencia es la evidencia de una fe viva.
Fruto que permanece
El apóstol Pablo se regocijó porque los tesalonicenses invitaron a la palabra de Dios a desafiar su manera de pensar, cambiar sus corazones y transformar su vida.
Cuando la Palabra es recibida como Palabra de Dios, comienza a producir fruto: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio (Gálatas 5:22).
Y ese fruto no es solo para nosotros: es testimonio para el mundo. Como la iglesia de Filipos, los tesalonicenses brillaban como luminarias en medio de una generación perversa (Filipenses 2:15), permaneciendo irreprensibles, firmes, más que vencedores (Romanos 8:37).
¿Cómo recibimos la Palabra?
Hoy, Dios nos llama a recibir su Palabra con humildad, con fe, con hambre espiritual. No como palabra de hombres, sino como voz del Dios vivo.
Que cada lectura, cada predicación, cada meditación sea una oportunidad para que Dios hable, obre y transforme.
Y que como Pablo, podamos decir con gozo: “Gracias, Señor, porque tu Palabra está viva en medio de tu pueblo”.