Gratitud

17 de mayo 2020 | EDITORIAL          

La gratitud se siente y se expresa. Aunque, de una manera privada se tengan fuertes sentimientos de agradecimiento, esto no es suficiente para la gratitud. Si no expresamos la gratitud, aunque con sentimientos sinceros y profundos, se puede ser un ingrato.

La persona verdaderamente agradecida a Dios es una persona que ha dado grandes pasos hacia una madurez y una felicidad espiritual. Pero esa gratitud, no hay que solamente sentirla, hay que expresarla.
La gratitud es una forma de autoevaluación. Requiere una actitud hacia sí mismo. Si nos estimamos demasiado, y si pensamos que merecemos mucho más de lo que hemos recibido, la gratitud nos es imposible. Cuando sabemos que hemos recibido la atención  de otro, por algo que necesitamos y no podíamos alcanzarlo por nosotros mismos, y aunque la otra persona no tenía por qué concedérnoslo, y de todos modos, nos lo proporciona, esta combinación de circunstancias y actitudes nos genera un sentimiento de gratitud.

La gratitud es una emoción placentera, pero a veces nuestro orgullo no nos permite disfrutarla. Una persona sinceramente agradecida es una persona contenta y feliz, pero por lo torcido de nuestras actitudes a menudo preferimos ser ingratos e infelices. La falta de gratitud nos resta mucha de la  felicidad que fácilmente pudiéramos experimentar. Preferimos estar menos felices que humillarnos un poco para sentir el gozo que acompaña una actitud de agradecimiento.

Esto no tiene que ver solamente con la vida social, aunque es ahí  donde más se ve. La gratitud está íntimamente relacionada con la vida espiritual y, quizá, sea uno de sus más importantes componentes. La persona verdaderamente agradecida a Dios es una persona que ha dado grandes pasos hacia una madurez y una felicidad espiritual. Pero esa gratitud, no hay que solamente sentirla, hay que expresarla.

Editorial 22 de enero de 1989 | Gerald Nyenhuis H. | Boletín Buen Oleo


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