Cuánto amo yo tu Ley
Meditación sobre Salmo 119:97-104 por el A.I. Héctor González f.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México
El estudio de este maravilloso Salmo 119 con sus 176 versos nos ayudará a maravillarnos de la inmensidad y unidad de la Escritura.
Habremos notado que es un Salmo que glorifica a Dios y su Palabra, y casi en cada verso se habla de la revelación escrita de Dios.
Hoy meditaremos en los versos 97 al 104 que inician con la letra MEM, que es la decimotercera letra del alefato, y se pronuncia ma-in qué tiene que ver con una actitud introspectiva que nos lleva a cuestionarnos sobre nuestra existencia. Y efectivamente, notaremos como el autor reflexiona al meditar en la Palabra de Dios.
Voy a dar lectura a los versos 97 al 104 la Palabra de Dios, dice:
Mem
97 !!Oh, cuánto amo yo tu ley!
Todo el día es ella mi meditación.
98 Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos,
Porque siempre están conmigo.
99 Más que todos mis enseñadores he entendido,
Porque tus testimonios son mi meditación.
100 Más que los viejos he entendido,
Porque he guardado tus mandamientos;
101 De todo mal camino contuve mis pies,
Para guardar tu palabra.
102 No me aparté de tus juicios,
Porque tú me enseñaste.
103 !!Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!
Más que la miel a mi boca.
104 De tus mandamientos he adquirido inteligencia;
Por tanto, he aborrecido todo camino de mentira.
Cabe resaltar, que en esta treceava estrofa es la primera en todo el Salmo 119 que no tiene queja ni petición alguna.
Al estudiar esta estrofa con detenimiento, notaremos que hay cinco Palabras utilizadas para describir a las Escrituras. Son los vocablos: ley, mandamientos, testimonios, palabra y juicios. Y cada una de ellas está también colocada para hacernos saber que meditar en la revelación escrita de Dios es una delicia. El salmista a lo largo de este poema ha declarado su amor por la Ley de Dios y da la impresión de que en esta estrofa levanta la voz y lo expresa con mucha pasión; de manera específica habla de la Ley divina, lo cual significa que está convencido y goza en saber cómo Dios enseña y gobierna de tal forma, que el amor a la Ley de Dios se convierte en su alimento, en su medicina, en su consuelo, y lo anima a meditar en ella de día y de noche.
El salmista acepta que el entendimiento no llega fácilmente, y medita constantemente en la autoridad plena de Dios, lo cual hará que respete sus mandamientos y sus testimonios dando lealtad plena a los dichos de Jehová.
Nos testifica que la sabiduría y la observación de la Ley que viene de Dios lo harán más juicioso y tomará mejores decisiones que sus adversarios y los soberbios. Le permitirá tener una mejor perspectiva de los que representan el saber tradicional, pues estará más enterado y logrará mayor discernimiento que sus maestros y enseñadores, y será más sensato que los ancianos con su amplia experiencia de la vida.
Reconoce el autor que en el conocimiento no hay mérito propio, pues ha sido la gracia de Dios la que le ha enseñado a atesorar sus dichos, y al recordarlos se contiene de las malas influencias y de recorrer caminos de maldad.
Nuevamente exclama a toda voz “tu Ley, tus mandamientos, tus testimonios, tu Palabra y tus juicios, son un deleite. En ellos puedo encontrar mi delicia” y lo escribe versificado diciendo
¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!
Más que la miel a mi boca.
y finaliza esta estrofa con un magnífico verso para enfatizar que ha adquirido inteligencia y ama la Palabra de verdad, por lo que los preceptos de Dios le son placenteros y de ellos ha sacado un gran provecho, por lo que no desea tener una conducta falsa y agradece a Dios que en sus mandamientos adquirió inteligencia. Obtuvo también discernimiento y valor para aborrecer todo camino de mentira.
Muy queridos hermanos, querer vivir una vida de acuerdo con las normas y preceptos de Dios no significará que todo va a ser dulzura, por lo que nos conviene mantener nuestra mente ocupada en lo que Dios expresa en su Palabra.
Reconozcamos que Él tiene control de todas las cosas. Nos queda expresar -como el salmista- que nos deleitaremos en su Palabra meditando en ella de día y de noche.
Debemos esforzarnos por aprender y comprender sus Leyes para así adquirir sabiduría y hacer de la Palabra de nuestro Dios un escudo, nuestra defensa, lo cual nos será de consuelo y paz ante las circunstancias diarias que, como el salmista, nos deleitemos en la Palabra de Dios, la tengamos presente y así honremos su nombre.
Gracias a Dios por su Palabra.