Como oramos – Lucas 18:9-14

Meditación sobre Lucas 18:9-14 por el A.I. Nelson Daniel Miranda Giles

CDMX, viernes 19 de marzo de 2021

A veces estamos tan inmersos en nuestra vida diaria, en nuestra rutina, que se nos olvida comunicarnos aun con nuestra propia familia, preguntar cómo estás o que comiste hoy o que necesidades tienes, mucho menos nos acordamos de orar a Dios o lo hacemos de manera muy superficial y a la carrera.

Hermanos, debemos reservar tiempo especial para de tener unos momentos de comunión con nuestro Dios.

En Santiago 5:17 y 18 leemos:

17 Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses.
18 Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.

Elías era una persona normal, como todos nosotros. Pero él tenía una comunión con Dios, oraba con fe y humildad, con la seguridad de que sería escuchado, porque creía en un Dios todopoderoso.

En el primer versículo de nuestro pasaje en Sn. Lucas 18:9 leemos:

9 A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:

La cultura actual promueve la confianza en ti mismo, dice tú tienes todo lo necesario para ser exitoso, no necesitas nada más que tu propio potencial.

Aquellos que están tan orgullosos de sus logros, se sienten que han cumplido todo, que son muy buenos, muy seguros de sí mismos, y a veces no toman en cuenta a Dios, todo lo han logrado ellos. Sin comprender que ha sido la voluntad de Dios que les ha concedido una bendición, un beneficio.

En el versículo 10 del pasaje leemos:

10 Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.

El templo ocupaba la cima del monte de Sion, por lo tanto, había cierto desnivel entre cada sección. Al entrar, se encontraba el «Atrio de los Gentiles», Subiendo unos escalones, se accedía al «Atrio de las Mujeres».
Allí no estaba permitido el paso a ningún gentil. Aquí se permitía la entrada tanto a hombres como a mujeres que fueran judíos.

Subiendo un poco más se llegaba al «Atrio de los Israelitas», en donde sólo podían entrar los varones judíos.

Más arriba estaba el «Atrio de los Sacerdotes» y, por último, arriba de todo en la cima estaba el «Santuario», el lugar al que sólo podía entrar el Sumo Sacerdote una vez al año.

Dos hombres subieron al templo, se encontraban orando en la parte reservada para los Israelitas, uno era un fariseo, estudioso a fondo de la ley judía y de las tradiciones de los antepasados y exigía el más riguroso cumplimiento de su propia interpretación de la ley, sobre todo en lo referente al sábado, a la pureza ritual y a los diezmos y trataba de cumplir con ella.

El otro hombre era un publicano, era un judío que estaba a servicio del imperio romano, en la nada grata tarea de recaudar los impuestos de los judíos, para entregarlos a las autoridades romanas.

Como el dinero cobrado tenía que sobrepasar la suma de arrendamiento y demás gastos, frecuentemente los publicanos procedían con arbitrariedad cobrando más de lo que era justo. Por esto, los publicanos eran aborrecidos por el pueblo judío y se les reconocía como pecadores.

Dos hombres tan diferentes, tan distantes entre sí. El Fariseo estaba en la parte más alta de la sociedad religiosa y el publicano, en la parte más baja, viviendo con valores puramente materiales, reunidos en un mismo lugar, en el templo.

En los versículos 11 y 12 del pasaje leemos:

11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.

Los dos hombres no vinieron a Dios de la misma manera.

El fariseo subió al templo a orar, pero realmente no oró. Habló consigo mismo, más no con Dios.

En su breve oración se refirió a sí mismo en cinco ocasiones.

El fariseo estaba de pie orando en voz alta, orgulloso de sus logros y de sus sacrificios. En su oración sólo la estaba recordando todo lo que hacía, se alababa a sí mismo y se comparaba otros y con la persona que estaba con el templo.

Los mencionaba con desprecio haciendo su oración de una forma superficial.

El fariseo ayunaba mecánicamente el segundo y quinto día de la semana, casualmente los días de mercado en Jerusalén, para que la gente lo viera con su rostro demacrado, lo hacía para su propia alabanza y no para Dios, como alguien que nunca le ha dado completamente su corazón a Dios.

En el versículo 13 del pasaje leemos:

13 Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.

El publicano, el recaudador de impuestos dependía de la misericordia y el perdón de Dios. Se reconocía como un pecador que necesitaba de la misericordia de Dios.

El publicano se consideraba el peor de los hombres reconocía su bajeza, su condición de pecador y al mismo tiempo reconocía la grandeza y la santidad de Dios.

La palabra griega usada para propicio es hilaskomai, También se usa para un sacrificio expiatorio.

El sentido completo de lo que el publicano expresaba era: “Dios, ten misericordia de mí a través de tu sacrificio expiatorio por los pecados, porque soy un pecador”.

No tenía derecho ni de levantar su rostro, ni estar en este santo lugar, estaba apartado, lejos y se golpeaba el pecho.

Esta es la acción que comunicaba: No tengo ningún derecho para estar delante de Dios.

Si estoy aquí es por su pura gracia y misericordia. La oración del publicano era corta pero llena de significado. no tenía derecho, era un pecador.

En el versículo 14 del pasaje leemos:

14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.

El señor Jesús nos da su conclusión de las dos oraciones. El fariseo veía la oración y su vida espiritual como una manera de ser exaltado, pero el publicano se acercó a Dios en humildad.

Los dos oraron, pero sólo uno fue justificado o declarado justo por Dios y el otro no.

El publicano, quien reconoció su pecado y confió en la misericordia y gracia de Dios para ser perdonado.

El fariseo no fue justificado o declarado justo, porque no confió en Dios, sino en sí mismo.

Su orgullo le impidió confiar en Dios. Cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. El fariseo confiaba en sí mismo, el publicano confiaba en Dios.

En Mateo 6:6 el Señor Jesús nos aconseja:

6 Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.

Hermanos, Jesús nos llama a ser humildes y reconocer que somos pecadores, no podemos nosotros hacer nada para salvarnos, solo su misericordia y la gracia de Dios que es en Cristo nos pueden justificar.

A.I. Nelson Daniel Miranda Giles.

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